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José Kentenich - El Verdadero amor: Amar al prójimo

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José Kentenich El Verdadero amor: Amar al prójimo
  • Libro:
    El Verdadero amor: Amar al prójimo
  • Autor:
  • Editor:
    Nueva Patris
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Índice:
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El Verdadero amor: Amar al prójimo: resumen, descripción y anotación

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Prédicas del P. Kentenich sobre la incapacidad del hombre actual de crear vínculos, lo que lo lleva a la angustia y soledad.

Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.

Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.

De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.

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Lo Importante
es el Corazón

7 de Julio de 1963

Lecturas: 1P 3, 8 –15; Mt 5, 20 -24

Hay un dicho simple y sencillo que hemos escuchado ya muchas veces y, sin embargo, no lo comprendemos de inmediato en forma cabal. Este dicho reza así: “El día de Pentecostés no tiene atardecer porque su sol, el amor, no se pone jamás”.

Pentecostés, la solemnidad del amor

¿Qué significarán estas palabras? Pentecostés es, en verdad, la gran solemnidad del Espíritu Santo o, dicho con mayor exactitud, la solemnidad del amor. Del amor podemos decir que, en cuanto a su ímpetu interior, no tiene término; en este sentido, se podría decir que es infinito. Por eso, día a día, necesitamos al Espíritu Santo. Porque sin él, el fuego del amor no se encenderá suficientemente en nuestro corazón. De ahí que a diario, o al menos con cierta frecuencia, recemos la jaculatoria: ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!

Si cada día ha de ser para nosotros una fiesta de Pentecostés, es natural que esto mismo valga, y de manera especial, para el tiempo de Pentecostés. Así comprenderemos por qué la liturgia, durante todo este tiempo, nos llama continua y expresamente la atención sobre la gran ley fundamental de la vida cristiana, sobre la ley del amor a Dios y al prójimo.

Esto mismo aparece con particular fuerza en la liturgia de hoy. Ya lo hemos escuchado en la epístola y el evangelio. En la epístola nos habla san Pedro, y en el Evangelio habla muy claro el Señor acerca de su comprensión de la ley fundamental del amor. Ambos anuncian a su manera el mismo evangelio.

Atributos del amor al prójimo

Si examinamos en primer lugar las afirmaciones de san Pedro, pensaremos espontáneamente en todo lo que nos ha dicho san Pablo el domingo pasado. Pedro habla de manera mucho más sencilla, más simple. Él aplica la ley, la ley fundamental del amor cristiano, en forma inmediata, muy clara y palpable, a la vida práctica, a la vida cotidiana. Lo hace enumerando en primer lugar los seis atributos del amor al prójimo, advirtiéndonos después acerca de dos faltas significativas contra dicho amor.

¿Cuáles son los seis atributos del amor al prójimo? Tal vez los tengamos aún en la memoria.

Debemos vivir unánimes, es decir, la paz debe reinar entre nosotros; en nuestra vida en común debemos perseguir una única y misma meta, sea que se trate de la familia natural o de otro tipo de comunidad. En este contexto conocemos la expresión que dice: la concordia alimenta, la discordia consume; la concordia edifica, la discordia destruye; la concordia fortalece, la discordia debilita.

Sabemos de qué manera se esmeró aquel simple campesino en grabar profundamente en sus siete hijos esta verdad: les regaló siete juncos unidos en una sola gavilla, indicándoles que debían separarlos. Cada uno debía tomar uno de los juncos. Dicho y hecho. Debían arrancarlos, despedazarlos. Y cada uno de ellos pudo hacerlo con un solo movimiento. A continuación, el campesino les hizo unir nuevamente los siete juncos, indicándoles que procuraran hacerlo con un solo movimiento. No fue posible. De allí la conclusión: si nos mantenemos unánimes, constituimos una potencia, pero si caemos en la discordia, ¿entonces qué?

¡Con cuánta frecuencia hemos experimentado en nuestra vida cotidiana, en nuestra vida familiar lo que aquí se nos sugiere! Nosotros, los padres de familia, solemos pensar en el pasado comparándolo con el presente: cómo eran las cosas antes, en casa, allende el mar, y cómo son las cosas ahora. Debemos mantenernos unánimes: tener un solo ánimo, un solo espíritu, una sola paz.

Debemos tener compasión unos con otros: he aquí la segunda característica positiva. Tener compasión. El amor es una fuerza que une y asemeja. Si un miembro sufre, debe ser evidente, entonces, que el amor impulse a los otros miembros a compartir ese dolor (cfr 1 Co 12, 26) . También aquí conocemos una expresión simple, sencilla, popular: ¡Dolor compartido es la mitad del dolor, alegría compartida es el doble de alegría!

De inmediato se nos plantea la pregunta práctica: ¿cómo son las cosas en nuestra vida familiar, en nuestro lugar de trabajo? ¿Es realmente la ley cristiana, la ley fundamental del amor la que nos une?

Tercera característica: debemos mantenernos unidos como hermanos y hermanas. La razón nos resulta muy comprensible: como nos demuestra el cristianismo, todos somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre (véase Mt 5, 45) . Por eso es evidente que, en cuanto somos hijos del mismo Padre, debemos ser hermanos y hermanas entre nosotros y expresar esta actitud de hermandad en la vida cotidiana.

Cuarta característica: ser misericordiosos. Debemos ser misericordiosos unos con otros, ya por el solo hecho de que el Padre del cielo derrama sin fin sobre nosotros la abundancia de su amor misericordioso. Por ello: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. (Mt 5, 7)

Debemos ser modestos y humildes en la relación recíproca. Modestos: conocemos nuestros límites.

6. Humildes: sabemos qué difícil nos resulta regalar siempre el corazón al prójimo. Por esa razón, modestos y humildes.

Estas son las seis características que nos sugiere el amor al prójimo, según la enseñanza de san Pedro.

Armonía entre el sentir y el hablar

¿Y de qué debemos cuidarnos sobre todo? También lo acabamos de escuchar: no debemos devolver mal por mal, sino bien por mal. Pedro nos indica a continuación sencillamente también el motivo: cada uno tiene la misión de ser una fuente de bendición para los demás. Por tanto, no debo ser una fuente de maldición para los demás sino una fuente de bendición. Es obvio, por lo mismo, que si devuelvo mal por mal de mí brotarán maldiciones. Por ese motivo es que aquí y allá se plantea de manera tan honda la necesidad de unirse en comunidades más estrechas, pues de ello se esperan bendiciones recíprocas para otros.

Y por fin: el apóstol nos amonesta sobre todo a cuidarnos de tener una lengua venenosa. ¡Qué desdicha, pero también qué fuente y qué ola de bendiciones es la que ha brotado y brota de la lengua, día tras día! La Sagrada Escritura nos lo advierte ya en el Antiguo Testamento: innumerables son los hombres que han muerto por la espada. Si traducimos la frase a nuestro lenguaje actual, diríamos: ¡cuántos hombres han muerto por las armas modernas, y cuántos, sobre todo, por las armas nucleares! Y ahora viene la aplicación: muchos más han sido heridos por la lengua de los hombres (véase Si 28, 22) .

La lengua, un “miembro pequeño” (St 3, 5) ; ¡cuánta bendición puede brotar de la lengua, pero también cuánta maldición!

Un ingenioso francés dijo una vez: si los hombres supieran lo que dicen unos de otros, en toda la sociedad humana habría a lo sumo cuatro amistades verdaderas. ¡Ciertamente, cuánto hablan los hombres a espaldas de los otros!

Otro francés, un poeta, solía colocar siempre en su despacho un sillón reservado. Nadie podía sentarse en él. Al preguntarle por qué, su respuesta fue: “Quisiera recordar a cada uno que también hay otros aquí presentes. Otros hay aquí que no están aquí: otros, que también querrían ser tomados en cuenta”.

Una vez, llegó hasta un rey de Prusia la mujer de uno de sus oficiales para denunciar a su esposo. El rey la rechazó diciendo: “¡Ese asunto a mí no me importa!” Viendo la mujer que su acusación no se dirigía al destinatario adecuado, supo calcular nuevamente su discurso, y dijo: “¡Qué pestes no ha echado mi esposo sobre Vosotros, Majestad!” Sabemos en seguida lo que esto significa. La respuesta del rey fue: “¡Ese asunto a usted no le importa!” Y se acabó la función.

Ante un juzgado en los Estados Unidos se encontraban cierta vez dos mujeres que se habían difamado mutuamente en público. El juez las escucha, pensando que la circunstancia no habría de sobrepasar las dimensiones habituales. Pero la gresca de las dos mujeres sube tanto de tono, que el juez ya no sabe qué hacer, pues las ofensas que se gritan ya no pueden soportarse. Finalmente, el juez llega al siguiente dictamen: uso de armas prohibidas. Ambas mujeres han hecho uso de armas prohibidas una en contra de la otra, y, por lo tanto, las condena a pagar diez dólares cada una.

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