Diana María Parada Gómez
Las travesuras
del destino
Las travesuras del destino
Diana María Parada Gómez
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© Diana María Parada Gómez, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: Marzo, 2018
ISBN: 9788417274603
ISBN eBook: 9788417275891
Agradecimiento
Quiero agradecer a esa gran familia en la que pude nacer y crecer. De la cuál pude adquirir mis valores y cree mi esencia.
Gracias a mis hijos por ser ese motor que me impulsa cada día a querer ser mejor para hacerlos personas de bien y por qué gracias a ellos he conocido la grandeza infinita del amor verdadero, el que es puro y transparente.
Y sobre todo muy agradecida con todo el que deposite su confianza en mí y ha decidido leerme.
Capítulo 1
Oh noo ¿quién llama a esta hora un sábado? ¡POR DIOS! ¿Pero dónde diablos está ese teléfono? ¡Joder! Qué manera de arruinarme el día, el mes, el año ¡Para ya de sonar!
Fue la manera como salí esa mañana de la cama, refunfuñando y odiando a quien sea que me haya despertado.
Dando tropiezos, más dormida que despierta, conseguí divisar el teléfono, caído al pie de mi cómoda, frente a mi cama ¡Ahí estás! dije, como si se tratara de una conversación con aquel aparato negro.
—Hola. Dije, Sin ninguna intención de parecer amable.
—¡Buenos días hija! Siento despertarte, espere que fueran las 11 para no molestarte tan pronto ¡Lo siento¡
Era mi madre, la pobre que conoce de sobra mi mal genio, mis manías y sobre todo como odio que me arruinen el sueño… claro había conseguido que se sintiera mal por haberme llamado.
—No pasa nada madre, buenos días. Pensé que era más pronto. Dije incrédula mirando el reloj de pared, no eran las 11, en realidad faltaban 10 minutos para las 12. Es casi medio día, no pensé que hubiera dormido tanto. ¡Qué bueno que me has llamado! ¿Cómo estás madre?
—Bien cariño, esta semana he ido a mis controles médicos y las analíticas han salido muy bien. ¿Cómo estás tú? No hemos hablado en días, supongo que estarás ocupada.
—Lo siento madre. Tienes razón, he estado ocupada. Pero justo hoy tenía pensado ir a verte.
—¿¡De verdad!? Preguntó con una emoción que no era fingida y que yo no comprendía muy bien. Solo habían pasado 8 días desde la última vez que nos vimos. ¡Cosas de madres! Pensé.
—Si madre, claro que es verdad. Pero soy un desastre y si no me llamas, hubiera despertado mañana.
—Que bueno que quieras venir, Laura está aquí con tu sobrino y Sonia ha llamado a tu padre y a tus primas para que vengan. Haremos una comida.
—Halaaa ¿Teníais una comida y me avisáis de última? Dije en tono de niña mal criada como siempre.
—No hija, por favor. Todo ha sido improvisado ¿cómo crees?
—Vale, no pasa nada. Me ducho, desayuno y en un par de horas estoy allí.
—¿Un par de horas?
—Está bien, dame una hora y llego, pero ya no me entretengas que tardo más.
—Vale, nos vemos luego, un beso. Y date prisa, dijo casi gritando. Seguro pensando que cerraría la llamada y no la escucharía.
Efectivamente en media hora estaba lista, pero claro, sin maquilarme ni desayunar y con la suerte que un día antes había ido a la peluquería después del trabajo.
Llamé a la empresa de taxis y en 3 minutos tenía el servicio en la puerta de casa, cogí dos barritas de cereal cuando pase corriendo por la cocina y me aseguré a guardar el estuche de maquillajes en el bolso que llevaba.
Durante el trayecto en el taxi, me maquillé. Las barritas ni intenté sacarlas, lo primero que vieron mis ojos fue un cartel colgado del asiento delantero que decía «Prohibido Comer» No pude evitar reírme de mi misma. Que comienzo de día, pensé en voz alta.
De mi casa a casa de mi madre, solo hay 15 minutos en coche, en menos de una hora estaba ahí. Contrario a lo que pensé no fui la última en llegar.
Besos y abrazos a todos. La casa de mi madre era una fiesta, toda la familia, algunos amigos, música. No entendía el motivo pero tampoco me resultaba algo extraño. Su casa nunca estaba en silencio ni sola.
¡Muero de hambre! Dije una vez terminé con los saludos
—¿Has tomado café? Preguntó mi madre
—No madre, creo que aún voy dormida.
Nos sentamos en el pequeño comedor de la cocina. Laura hablaba desde su móvil con alguien a quien le encargaba comida y mientras, tachaba cosas en un cuaderno, Sonia, seguía invitando a más gente y mi madre a su vez ponía magdalena en la mesa. Desayunar a esa hora no es habitual, pero lo que no haga una madre por sus hijos…
Yo devoraba magdalenas como si no hubiera un mañana, hasta que ellas por fin acabaron con sus llamadas y fue entonces cuando supe el motivo de la reunión.
—Tu sobrino va a ser padre, dijo Laura de manera muy serena.
¿¡Qué dices!? Dije casi gritando, todas estaban a la expectativa de mi reacción. Yo no podía estar más feliz.
Pasada la euforia, le pregunté más tranquila y con un tono de voz muy bajito, como si tuviéramos en frente a los protagonistas de la noticia.
—Pero Manu solo lleva un par de meses con esa chica ¿Cómo es posible que tan pronto…? Mi hermana entendiendo mi confusión, me explicó.
Es su anterior novia la que está embarazada de 3 meses y fue su familia quien la obligó a contárselo a Manu, ya que ella al ver lo rápido que le había conseguido reemplazo, entendió que él le había sido infiel y no quería hacerlo participe de su estado.
Sentí mucha pena de la chica, nunca llegué a conocerla personalmente, pero suponía que no debía ser fácil ser madre soltera y menos siendo tan joven.
La tarde transcurrió entre risas, música y comida. Los últimos en llegar fueron mis primas y mi padre, quien a pesar de llevar muchísimos años separado de mi madre, mantenía con ella una buena relación, no dejan de tener contacto y mucho menos con nosotras.
Laura preparó una deliciosa paella, a mí me apetecía una gran fuente de ensalada y Sonia, ofrecía cosas para picar mientras poníamos la mesa. La tarde no podía ir mejor. Me vino a la mente el recuerdo de mi mal humor por la llamada de mi madre y me alegré mucho de que lo hubiera hecho. Estar con mi familia era de las pocas cosas que me hacían sentir plenamente feliz. Es una familia de locos, pero locos a los que amo con locura. A medida que entraba la noche todos iban marchando, el primero mi padre, que tenía otro compromiso, poco a poco los demás, hasta que Laura decidió también irse, ante el insistente llamado de Xavi, yo en cambió decidí pasar la noche en la que por muchos años fue mi casa, algo que a mi madre la puso muy contenta.
Sonia y yo recogimos el desorden y nos fuimos a dormir, estábamos muy cansadas y el vino me tenía un poco tonta.
Al otro día me despertó un aroma de café recién hecho, lo primero que sentí al abrir los ojos fue un terrible dolor de cabeza, estaba claro que había bebido mucho. Me di una ducha, afortunadamente siempre dejo un cambio de ropa en casa para estos casos. Tomé un paracetamol y me reuní en la cocina con mi madre, Sonia y la pequeña Helena. Hablamos de todo un poco, la noticia del nuevo bebé que venía en camino nos tenía pletóricos. Mi madre sería bisabuela, algo que ella admitía, nunca haber pensado. Después del desayuno volví a la cama, no sin antes decirles que las invitaba a comer y que llamaran a Laura para que estuviera con nosotras.
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