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Introducción
Todos tenemos una profesión, actividad u ocupación que nos viene como anillo al dedo, en la cual somos extremadamente buenos, y a través de la cual podemos llegar a sentirnos felices, pletóricos, y con la sensación de que estamos contribuyendo en algo al mundo, a nuestro entorno o por lo menos a nuestro crecimiento personal como individuos.
Pero no es lo más normal, sin embargo, encontrar esas personas que tienen muy claro para qué valen y que cuentan abiertamente que su trabajo les hace felices, que viven de su pasión, que les fascina pasarse su jornada laboral y muchas horas más haciendo lo que hacen y que, más que un trabajo, su profesión les parece un entretenimiento, un pasatiempo, en el cual las horas vuelan. Normalmente, cuando te cruzas con alguien así, o bien piensas que es un adicto al trabajo, que no debe tener vida, o bien que es uno de esos pocos afortunados que has oído en la tele que «trabajan de lo que realmente les gusta».
Pero ¿cómo se consigue que tu trabajo sea tu pasión? ¿Cómo descubrir en qué somos realmente buenos? ¿No estamos la mayoría de nosotros simplemente en la oficina, taller, tienda o fábrica para recibir nuestra nómina a final de mes y disfrutar los fines de semana de eso que sí que nos motiva?
Probablemente la respuesta para la mayoría es: sí. Para empezar, no tenemos ni idea de cómo convertir nuestra afición en algo que nos dé de comer y luego no nos damos cuenta de que realmente es en esa afición donde solemos poner de manifiesto esas habilidades especiales y talentos que tenemos de forma innata. ¿Quién te iba a decir a ti que esa manía de coleccionar cosas, tenerlas tan bien colocaditas y expuestas es un talento organizativo que, sabiendo dónde aplicarlo, y siendo consciente de él, puede convertirse en algo más útil que el pasatiempo de los domingos?
A veces, lo bueno es que uno sí sabe que tiene cualidades para un cierto tipo de cosas, pero nunca pensó que se podía ganar la vida con ello o que, en realidad, lo que tenía que hacer era buscar el trabajo adecuado donde pudiera aplicarlas. Es quizás un poco tarde si ya llevas 40 años en el mismo puesto y no quieres arriesgarte a ninguna aventura profesional nueva (por si acaso), pero es el momento perfecto si, en realidad, lo que deseas es hacer algo útil con tu vida, con el tiempo que pasas en el trabajo y donde puedas demostrarte a ti mismo y a los demás lo mucho que vales.
Si definitivamente estás pensando que tu trabajo no te satisface del todo, que ya está bien de vivir agobiado, que esto hay que cambiarlo, ¡bingo! Ya has dado el paso más importante: tomar la decisión que no puedes pasarte 8, 9 o 12 horas al día en un oficio o trabajo al cual llegaste por los motivos que fueran y que, en un momento dado de tu vida, dejó de ser el sitio en el que desearías pasar el resto de tus años.
Si ya ha saltado esa chispa, empezamos con buen pie nuestro camino, ese camino que puede llevarnos a descubrir cómo y cuándo podemos llegar a disfrutar de nuestro trabajo ideal, ese que será para nosotros, el mejor trabajo del mundo.
Hay que hacer, sin embargo, un inciso. Todos los trabajos nos enseñan algo, nos aportan experiencia y conocimientos. Todos son parte de nuestro aprendizaje. Debemos exprimir y usar nuestras tareas y responsabilidades para nuestro crecimiento personal y profesional en todos los puestos a los cuales accedamos. No estamos donde estamos «porque sí», sino porque ahí es donde debemos estar en este momento de nuestra vida para obtener cierto tipo de conocimiento, desarrollar cierta habilidad, conocer ciertas personas o superar cierto problema recurrente que vivimos una y otra vez por no querer enfrentarlo. Pero, ¡ojo!, ha llegado ese momento clave, ese punto en el cual hemos traspasado el límite de lo que nuestra profesión actual puede enseñarnos y aportarnos, en el que ya somos conscientes de que una etapa se ha terminado. Claro que, a veces, uno se obstina en seguir donde está por pura comodidad, y de ahí se pasa a la apatía, al agobio, al desencanto. A veces hace incluso falta que uno pierda su empleo para que pueda producirse esa evolución. Es en ese momento que hay que hacer el cambio.
¿El cambio, adónde? Ni más ni menos que a otra actividad que nos proporcione nuevos retos y enseñanzas para convertirse en aquella en la que podamos desarrollar todos nuestros talentos y capacidades. A una actividad que sea la puesta en práctica de tu pasión, que sea aquello que más disfrutes haciendo de corazón, y donde realmente seas feliz. Ahí es donde quiero llevaros, al lugar en el mundo en el cual encajáis por el simple hecho de estar en este planeta, tener un carácter, habilidades y capacidades especiales y ser parte de la sociedad.
Prácticamente todos empezamos este proceso de cambio de forma parecida. Personas que llevan muchos años trabajando de lo mismo se dan cuenta de que se han quedado estancadas profesionalmente, que se sienten totalmente fuera de lugar, que quieren hacer algo distinto y no saben por dónde empezar. No saben de dónde viene ese desasosiego, ese malestar general cada vez que cruzan la puerta del lugar de trabajo. La mayoría, además, piensa que hasta ahora ha perdido el tiempo y que ha estado haciendo algo que nunca le gustó realmente y que ha terminado aceptando porque era lo que le permitía pagar las facturas.
Es totalmente normal, es «humano», diríamos. Hay que vivir, hay que pagar cosas, hay que mantener un estatus, hay que tener la seguridad de una nómina a fin de mes. Lo que no hay que hacer es pensar que lo que hemos hecho hasta ahora no ha valido la pena, ya que estaríamos totalmente equivocados.
Afortunadamente, la mayoría de estas personas suele darse cuenta de que han llegado al momento perfecto para dar el gran salto hacia lo que podría ser su profesión o actividad ideal, la expresión práctica de su propósito en la vida, aquello que se ha convertido en su pasión. Lo único que hay que hacerles ver es que ninguna experiencia anterior ha sido una pérdida de tiempo. La razón es que todo lo que somos y todo lo que sabemos hacer, es la suma de todo aquello que hemos hecho hasta ahora. Si estamos en un punto muerto o estancado no significa que todo lo anterior no haya sido válido, sino que ha llegado el momento de hacer la maleta de nuestras experiencias y prepararnos para un nuevo viaje en pos de lo que tiene que ser nuestra profesión ideal.
Tuve una clienta en uno de los procesos de coaching que realicé no hace mucho, Silvia, con la que descubrimos que la forma práctica de vivir de su pasión era convertirse en consultora nutricionista, pero que, hasta ahora, primero, no se lo había planteado nunca de forma tan clara como objetivo, y, segundo, según ella, sólo había podido encontrar trabajos más bien regulares que no le satisfacían plenamente a pesar de todos sus esfuerzos por mejorar profesionalmente. Al revisar los talentos, puntos fuertes, y las necesidades de esa nueva vida a la cual quería llegar, entendió que el trabajo de reponedora en el supermercado o los años trabajando de camarera no habían sido en vano. Por el contrario, habían sido los puntos de anclaje, conscientes o inconscientes, que iban a permitirle llegar a donde quería. En el primero aprendió mucho sobre alimentos, en el segundo aprendió a tratar con la gente y sus gustos alimentarios. En el momento en que se dio cuenta de que su pasado le había preparado para su futuro, la luz volvió a relucir y la motivación volvió a estar por las nubes.