MANEL ESTIARTE DUOCASTELLA (Manresa, Barcelona, 26 de octubre de 1961).
Considerado por la crítica especializada, como el mejor waterpolista español de la historia, fue elegido en siete ocasiones “Mejor Jugador del Mundo de Waterpolo” (1986, 1987, 1988, 1989, 1990, 1991 y 1992).
Ha sido capitán de la Selección nacional de waterpolo durante 20 años, proclamándose entre otros títulos, campeón olímpico en 1996 y mundial en 1998. Fue internacional en 580 partidos y consiguió I.56I goles, de los cuales I27 fueron en las olimpiadas.
Su primera aparición en la Selección española se produce en 1977, en los “Campeonatos de Europa de Jönköping”. Con 19 años debuta en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, donde alcanza el título de máximo goleador, que repetiría en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 (21, 34 y 26 goles respectivamente).
Participó en seis Juegos Olímpicos (los mismos que Luis Álvarez de Cervera y Teresa Portela y dos menos que el atleta Jesús Ángel García Bragado): Moscú 1980, Los Ángeles 1984, Seúl 1988, Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sídney 2000. En los Juegos Olímpicos de Sídney 2000, fue el abanderado español durante la ceremonia de inauguración olímpica. Tras estos Juegos, anuncia su retirada de la práctica del waterpolo.
Desde 2000 y 2006 fue miembro del Comité Olímpico Internacional. En el 2000 fue elegido miembro en la Comisión de Deportistas Activos 2000, mediante unas elecciones en las que los propios deportistas en la Villa Olímpica de Sídney eligían a su representante.
Entre julio de 2008 y junio de 2012, formó parte de la directiva del Fútbol Club Barcelona como encargado de relaciones externas. Actualmente forma parte del personal técnico de Pep Guardiola en el Manchester City F. C. con quien comparte una gran amistad.
Su padre, Manel Estiarte Prat, fue presidente del Club Natació Manresa. Es hermano del también waterpolista Albert Estiarte y de la fallecida nadadora olímpica Rosa Estiarte. Está casado y tiene dos hijas.
Manel Estiarte, 2009
Digital editor: Titivillus
Corrección de erratas: plumbio
ePub base r2.1
Notas
[1] He terminado de leer hasta el capítulo de Rosa. Sólo puedo decirte que te quiero con todas mis fuerzas. Gracias en mi nombre, en el de papá, de mamá y de Rosa.
Manel Estiarte, el waterpolista seis veces olímpico, ha asumido el reto de explicar sus experiencias en el deporte y en su vida personal. Después de leer este testimonio desgarrador, el lector necesitará tiempo para recuperarse de las emociones contenidas a lo largo de sus páginas, de confesiones personales que van más allá de lo que se puede esperar de un ser humano mundialmente reconocido, pero de quien se desconocen sus pensamientos más íntimos.
Nos muestra los valores más profundos del deporte: administrar la victoria y la derrota, desarrollar la generosidad con el compañero, defender los indestructibles lazos de amistad que se forjan en un vestuario, fomentar el respeto al contrario, acatar la disciplina y la obediencia al entrenador, el espíritu de lucha y de la autosuperación… Todos estos valores que el deporte nos enseña.
Su familia, sus amigos, sus compañeros de equipo, sus derrotas, sus victorias… Estiarte se desnuda emocionalmente para explicarnos los acontecimientos que han marcado su vida.
Manel Estiarte
Todos mis hermanos
ePub r1.1
Titivillus 26.11.2022
1
EL PARTIDO PERFECTO
8 de agosto de 1992
Vamos sobrados de alegría en el vestuario, somos subcampeones olímpicos, vamos a jugar la final.
No sé qué estamos celebrando más, si vamos a jugar la final o si ya somos subcampeones olímpicos; todo es fiesta y abrazos en la propia piscina, el sueño se ha cumplido; y es que, caramba, ya estamos en la final y el vestuario es una fiesta.
Pero el partido que se acercaba no era como los demás y poco a poco íbamos haciéndonos conscientes de ello cuando nos reunimos en la villa olímpica, la tarde previa a la final.
Estábamos tensos. No sé si más o menos tensos —porque la tensión ni se puede medir ni recordar con gran precisión—, con mayor o menor presión de la que habíamos sufrido en dos finales internacionales anteriores en las que habíamos perdido frente al mismo equipo, Yugoslavia, en Atenas y en Perth en 1991. Simplemente «llegar» a esas finales ya había sido un éxito, porque era la primera vez en la historia del waterpolo español que la selección llegaba a una final olímpica.
Veníamos de un equipo que tiempo atrás se había movido entre los lugares sexto y noveno; bueno, en Moscú tuvimos un cuarto lugar porque a causa del boicot faltaban participantes de primera línea, pero… Bueno, también un cuarto lugar en Los Ángeles, un sexto en Seúl, pero nunca habíamos dado aquel salto definitivo que nos permitiera decir: «Ojo, estamos entre los mejores, pero de los mejores de verdad, esos que cuando la gente los mira, dice: “Mira, la selección de España, éstos sí que son jugadores de verdad”». En cambio, en 1991 ya habíamos dado ese salto. Habíamos jugado contra Yugoslavia y perdido por un solo gol (pero habíamos perdido). Sin embargo, llegar a aquella final ya había constituido un logro histórico.
Pero ésta era de verdad la gran final: Barcelona 92, en casa, junto a nuestra gente, nuestro público, nuestros seguidores. Todos teníamos en la gradería a nuestros padres, nuestros hermanos, nuestras esposas, novias, hijos…
Era un partido distinto a todos los demás. Por mucho que la gente repita esas frases deportivas del tipo de «Todos los partidos son iguales», «Hay que afrontar todos los partidos con el mismo espíritu…». Todo esto son frases para relajar a los jugadores o, mejor, para que la presión que sufren no sea tan grande. Frases como «Sal y disfruta», «Aquí venimos a pasárnoslo bien», «Tranquilos, no es más que un partido»… No es verdad. Estamos a punto de jugar una final olímpica, nos acabamos de clasificar para la final.
Hemos ganado a Estados Unidos por 6 a 4, semifinal olímpica, piscinas Bernat Picornell. Toto lo ha resuelto con un partidazo, Jesús lo ha salvado todo en la portería, todo el equipo ha ido a por todas contra un conjunto como el de Estados Unidos, que hace un año nos ganó en un campeonato muy importante, en esta misma piscina, y que ha llegado a los Juegos Olímpicos como favorito.
¡Dieciocho mil personas en las gradas! Pero esto todavía no lo sabíamos.
La tensión de la espera
Estamos en la víspera. Nos encontramos en la villa olímpica, de la que nuestro entrenador croata no nos permite salir bajo ningún concepto, hasta el punto que ignoramos por completo el ambiente olímpico de la ciudad; sólo conocemos lo que nos cuentan, fascinados, los compañeros de las otras disciplinas deportivas. Hasta hoy, sólo hemos salido de la villa olímpica de la Mar Bella para ir a entrenar a la piscina, en Montjuïc. Nos recoge un autobús en el interior de la villa, nos deja en la piscina, allí nos vuelve a recoger y nos devuelve al punto de origen, sin ninguna parada intermedia. Sin permisos para nadie. Forma parte de la salvaje disciplina de sufrimiento físico y espiritual que nuestro entrenador nos impone.
Estamos, pues, en la víspera. Mañana se clausuran los Juegos. La última competición de equipo es nuestra final de waterpolo; cuando haya concluido y se hayan impuesto las medallas a los vencedores —nosotros en primer lugar, o en segundo—, empezarán a llegar al estadio los primeros atletas de la maratón y, a continuación, se celebrará la ceremonia de clausura. Seremos el último equipo competidor de los Juegos de la Olimpíada que se ha celebrado