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Robert Louis Stevenson - Los colonos de Silverado

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Robert Louis Stevenson Los colonos de Silverado

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ROBERT LOUIS BALFOUR STEVENSON Edimburgo Escocia 13 de noviembre de 1850 - - photo 1

ROBERT LOUIS BALFOUR STEVENSON (Edimburgo, Escocia, 13 de noviembre de 1850 - Vailima, cerca de Apia, Samoa, 3 de diciembre de 1894). Fue un novelista, poeta y ensayista escocés. Su legado es una vasta obra que incluye crónicas de viaje, novelas de aventuras e históricas, así como lírica y ensayos. Se le conoce principalmente por ser el autor de algunas de las historias fantásticas y de aventuras más clásicas de la literatura juvenil, La isla del tesoro, la novela histórica La flecha negra y la popular novela de horror El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, dedicada al tema de los fenómenos de la personalidad escindida, y que pueden ser leída como novela psicológica de horror. Varias de sus novelas continúan siendo muy famosas y algunas de ellas han sido varias veces llevadas al cine del siglo XX, en parte adaptadas para niños. Fue importante también su obra ensayística, breve pero decisiva en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de peripecias. Fue muy apreciado en su tiempo y siguió siéndolo después de su muerte. Tuvo continuidad en autores como Joseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, H. G. Wells, y en los argentinos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

LA FAMILIA DEL CAZADOR

En América hay una raza o clase de gente bastante extensa, para la que difícilmente encontramos un equivalente en Inglaterra. De pura sangre blanca, son desconocidos o irreconocibles en las ciudades; habitan en los márgenes de los poblados y en los lugares profundos y tranquilos del campo; rebeldes a toda tarea y ladronzuelos, como los gitanos ingleses; paletos ignorantes, pero con un toque de sabiduría popular y la destreza del salvaje. De dónde proceden es un punto discutible. En tiempos de la guerra invadieron el norte en multitudes para escapar del reclutamiento; durante el verano, vivían de frutas, animales salvajes y pequeños hurtos; y en las cercanías del invierno, cuando faltaban estas provisiones, construían grandes fuegos en el bosque y morían estoicamente de inanición. No obstante, ellos están muy esparcidos y se les reconoce fácilmente. Brutos, pero de aspecto sano, se sentarán todos los días, balanceando sus pies en una cerca del campo con la mente aparentemente tan desprovista de toda reflexión como la de un campesino de Suffolk, desinteresado por la política, la mayoría incapaces de leer, pero con una vanidad rebelde y un fuerte sentido de independencia. La caza es su actividad más apropiada, o si se da la ocasión, una pequeña detección en plan aficionado. En el rastreo de un criminal, siguiendo un caballo determinado por un camino trillado y sacando deducciones de un cabello o de una huella, uno de esos somnolientos y sonrientes Hodges de repente desplegarán actividad de cuerpo y finura de mente. Por sus nombres los podéis conocer, las mujeres figuran como Loveina, Larsenia, Serena, Leanna, Orreana; los hombres responden a Alvin, Alva, u Orion, pronunciado Orrion, con el acento en la primera. Tanto si son realmente una raza como si ésta es la forma de una degeneración común a todos los hombres de las selvas del interior, al menos se les conoce por un dicho genérico, Escoria Blanca o Miserables.

Yo no diré que la familia Hanson fuera Escoria Blanca Pobre, porque el nombre huele a ofensa; pero, por lo que sé, no son diferentes en muchos aspectos a la gente denominada así. Rufe mismo combina dos de los calificativos, ya que es tanto cazador como detective aficionado. Fue él quien persiguió a Russel y Dollar, los asaltantes de la diligencia de Lakeport, y los capturó la misma mañana de la hazaña, mientras todavía dormían en un henar. Russel, un carpintero escocés borracho, era incluso conocido suyo y expresó una muy grave conmiseración por su destino. En todo lo que hacía y decía, Rufe era severo. Nunca le vi apresurarse. Cuando hablaba, se quitaba la pipa con lentitud ceremoniosa, mirando al este y al oeste, y luego, en tono tranquilo y en pocas palabras, exponía su asunto o contaba su historia. Sus andares eran parejos; no nos habría sorprendido si, en cualquiera de sus pasos, se hubiese girado y caminado de nuevo; tan cautelosa y lentamente y con tal aparente vacilación solía seguir su camino. Por la mañana se quedaba en la cama hasta tarde; realmente, rara vez se levantaba antes del mediodía; le gustaban todos los juegos, desde el póker al clerical croquet; y en el campo de croquet de la Casa de Peaje le he visto esforzándose hasta el final con la devoción de un cura. Se interesaba por la educación, era miembro activo de la junta escolar local, y cuando estuve allí había perdido recientemente la llave de la escuela. Su carreta se había roto, pero no parecía que se le ocurriese arreglarla. Como todas las personas verdaderamente perezosas, tenía visión artística. Escogía la tela estampada de los vestidos de su mujer y le aconsejaba en la elaboración de un edredón, siempre, según ella, erróneamente, pero para el ojo más educado, siempre con un curioso y admirable gusto; el gusto de un indio. Con todo esto, era un perfecto caballero inofensivo de palabra y acto. Quitadle su pipa de barro y sería adecuado para cualquier compañía, salvo una de tontos. Tranquilo como era, ardía una profunda y permanente excitación en sus ojos azul oscuro, y cuando este hombre serio sonreía, era como el sol en un lugar umbrío.

La señora Hanson (née, si os parece bien, Lovelands) era más vulgar que su señor. Era además una mujer atractiva, rellenita, pálida, con unos maravillosos dientes blancos; y en sus vestidos estampados (escogidos por Rufe) y con un amplio sombrero para el sol sombreando su precioso cutis, era, lo aseguro, de una presencia muy agradable. Pero lo era superficialmente, por lo que tenía de franca y habladora. Sus carcajadas ruidosas no tenían ninguno de los encantos de una de las raras sonrisas prodigadas por lo bajo de Hanson; en la mujer no había reticencias, ni misterio, ni clase: era una lechera de primera categoría, pero su marido era una incógnita entre el salvaje y el noble. Ella entraba y salía a menudo con nosotros, alegre, sana y hermosa; él rara vez se acercaba; realmente sólo cuando había negocio, o de tarde en tarde, para hacer una visita de compromiso, arreglado para la ocasión, con su mujer del brazo y una limpia pipa de barro entre sus dientes. Estas visitas, en nuestro estado selvático, tenían un poco el aire de un acontecimiento y convertía nuestro rojo cañón en un salón.

Así era la pareja que regía el viejo Hotel Silverado, entre los árboles retorcidos, en la estribación de la montaña que dominaba la totalidad de la extensión del valle de Napa, como el hombre que desde lo alto mira hacia abajo desde la cubierta del barco. Allí tenían su casa, con diversos caballos y aves de corral y una familia de hijos, Daniel Webster y yo creo que George Washington, entre el conjunto. No querían visitantes. Un viejo caballero, de una impasibilidad singular y llamado Breedlove (creo que había atravesado las llanuras en la misma caravana que Hanson) se alojaba con ellos durante nuestra estancia, y además tenían un inquilino permanente en forma de hermano de la señora Hanson, Irvine Lovelands. Deletreo Irvine por aproximación, ya que no pude conseguir información sobre la materia, igual que nunca pude averiguar, a pesar de muchas investigaciones, si Rufe era una contracción de Rufus o no. En aquella generación todos estaban alegremente confusos con sus nombres. Y seguramente, esto sea lo más notable donde los nombres son tan extraños e incluso los apellidos parecen haber sido inventados. Por lo menos, en un tiempo, los ancestros de todos estos Alvins y Alvas, Loveinas, Lovelands y Breedloves, debieron haber tenido una seria reunión y encontraron una cierta poesía en estas denominaciones; ésta debía haber sido, entonces, su forma de literatura. Pero, aun así, los tiempos cambian, y sus descendientes próximos, los Georges Washington y Daniels Webster, al menos tendrán claro este punto. Y de cualquier forma y del modo que sea como se deletree, este Irvine Lovelands era el más rematado Calibán que he conocido jamás.

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