Louis-Ferdinand Céline - Semmelweis
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- Libro:Semmelweis
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1952
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En Semmelweis, Céline nos cuenta la vida y la obra del médico húngaro que, en lucha desesperada contra un medio hostil, descubre el origen de la fiebre puerperal y los procedimientos para hacerla desaparecer. Rebasando las fronteras de una simple biografía, el relato se convierte en una antropología en las que las obsesiones políticas y las fobias del escritor se muestran en toda su pureza.
Para narrar esta aventura de la Ciencia, Céline escoge a veces una lengua epopéyica; no obstante, en las imprecaciones, salidas de tono y airadas consideraciones se perciben con nitidez sus formas habituales de expresión.
Louis-Ferdinand Céline
ePub r1.0
German25 23.08.16
Título original: Semmelweis
Louis-Ferdinand Céline, 1952
Traducción: Juan García Hortelano
Editor digital: German25
ePub base r1.2
LOUIS-FERDINAND CÉLINE (Courbevoie, 1894-París, 1961), uno de los máximos exponentes de las letras francesas y de la literatura contemporánea, participó en la Primera Guerra Mundial, en la que resultó gravemente herido, y en 1924 se doctoró en medicina y trabajó cuatro años para la Sociedad de Naciones. Su primera novela, Viaje al fin de la noche (1932), lo reveló como un narrador excepcional. Siguieron: Muerte a crédito (1936), el libelo antisemita Bagatelles pour un massacre (1938); L’école des cadavres (1938), presentimiento apocalíptico de la inminente catástrofe, y Guignol’s band (1943).
La extraña conducta de este negador de todo, colaboracionista del gobierno de Vichy, le obligó a huir a Alemania y Dinamarca, donde fue condenado a muerte y después indultado. En 1952 regresó a Francia y permaneció en París hasta el año de su muerte. Fruto de las amargas experiencias de sus últimos años son Semmelweis (1952), Fantasía para otra ocasión (1952 y 1954), De un castillo a otro (1957), Norte (1960), Rigodón (1969) y Cartas de la cárcel (1998), un libro en el que se recogen las cartas que el autor escribió a su mujer, Lucete Destouches y a su abogado, Thorvald Mikkelsen, desde la cárcel Vestre Faengsel entre 1945 y 1947.
[1] Pozzony es su nombre magiar y Bratislava el checo. (N. del T.).
[2] En el sentido de «sustancia que sirve por sí sola a la medicina, o que entra en la composición de un medicamento». (Nota del T.).
[3] Hôtel-Dieu: en Francia, Hospital General de una localidad. (N. del T.).
[4] Según la muy juiciosa observación del profesor Brindeau, estas cifras han de aplicarse a la época de Semmelweis y no a la nuestra, en la que la infección puerperal representa un mínimo de casos, independientemente de su gravedad.
[5] «Un magnífico bailarín», en alemán en el original. (N. del T.).
[6] El 18 de marzo, según algunos autores.
Ésta es la terrible historia de Felipe-Ignacio Semmelweis.
Puede parecer un poco árida y a primera vista repeler, a causa de los detalles y de las cifras, de las minuciosas explicaciones. Pero el lector intrépido será rápidamente recompensado. Vale la pena y el esfuerzo. Habría podido renovarla desde su comienzo, maquillarla, hacerla más ágil. Era fácil y no he querido. La doy, por tanto, en lo que vale. (Tesis de Medicina. París, 1924).
La forma carece de importancia, lo que cuenta es el fondo. Y éste, supongo, es todo lo rico que se quiera. Demuestra el peligro que existe en pretender demasiada felicidad para los hombres. Es una vieja lección, siempre actual.
Suponed que, de la misma manera, surge hoy día otro inocente que se dedica a curar el cáncer. ¡Ni siquiera puede imaginarse a qué son tendría que bailar de inmediato! ¡Resultaría verdaderamente fenomenal! ¡Ah, que se arme de prudencia! ¡Ah!, más le valdrá ser precavido. ¡Que mantenga perramente sus precauciones! ¡Más botín ganaría alistándose al instante en cualquier Legión extranjera! Nada se da gratis en este bajo mundo. Todo se expía; el bien, como el mal, tarde o temprano se paga. El bien, forzosamente, resulta mucho más caro.
Mirabeau gritaba tan fuerte que Versalles tuvo miedo. Desde la Caída del imperio romano, jamás tempestad semejante se había abatido sobre los hombres; en pavorosas olas se elevaban hasta el cielo las pasiones. La energía y el entusiasmo de veinte pueblos surgían de Europa, destripándola. Por todas partes, sólo remolinos de seres y de cosas. Aquí, borrascas de intereses, de vergüenzas y de orgullo; conflictos oscuros, impenetrables, allí; más lejos, sublimes heroísmos. Confundidas todas las posibilidades humanas, desencadenadas, enfurecidas, ávidas de imposible, se propagaban por los caminos y las simas del mundo. La muerte aullaba en la sangrienta espuma de sus disparatadas legiones; desde el Nilo a Estocolmo, de la Vendée hasta Rusia, cien ejércitos al unísono invocaron cien razones para su salvajismo. Las fronteras asoladas y fundidas en el inmenso reino del Frenesí, los hombres ansiando progreso y el progreso devorando hombres; así fueron estas bodas tremendas. La humanidad se aburría; quemó a algunos Dioses, se cambió de traje y pagó su tributo a la Historia con algunas glorias nuevas.
Cuando tras la tempestad llegó la calma, sepultadas por varios siglos aún las grandes esperanzas, cada una de esas furias, que había partido hacia la Bastilla «súbdita», volvió «ciudadana» y retornó a sus mezquindades, a espiar al vecino, a dar de beber a su caballo, a fermentar sus vicios y sus virtudes en el tonel de piel pálida que Dios misericordioso nos ha dado.
En el 93 dilapidaron un Rey.
Limpiamente, fue sacrificado en la plaza de Gréve. De su garganta degollada brotó una sensación nueva: la Igualdad.
Todo el mundo odió y se produjo un delirio. El Homicidio es una labor cotidiana de los pueblos, pero, al menos en Francia, el Regicidio podía considerarse inédito. Se lo permitieron. Nadie quería confesárselo, pero la Bestia estaba entre nosotros, en los estrados de los tribunales, en las colgaduras de la guillotina, con las fauces abiertas. Fue necesario darle ocupación.
La Bestia quiso saber cuántos nobles vale un rey. Se descubrió que la Bestia tenía talento.
Y en la degollina se experimentó una puja formidable. Al comienzo, se mató en nombre de la Razón, por principios todavía no definidos. Los mejores gastaron considerable talento para asociar el asesinato a la justicia. No se consiguió mucho. No suele conseguirse. Pero, en el fondo, ¿qué importaba? La muchedumbre quería destruir y eso era suficiente. Igual que el enamorado comienza por acariciar el cuerpo que desea y proyecta demorarse largo tiempo en su propósito y después, a pesar de sí mismo, se apresura y…, así quería ahogar Europa en una horrible orgía los siglos que la habían educado. Lo pretendía aún mucho más de prisa de lo que imaginaba.
Conviene menos irritar a las muchedumbres ardientes que a los leones hambrientos. Por lo que, en adelante, se dispensaron de buscarle excusas a la guillotina. Maquinalmente, toda una secta fue señalada, muerta, trinchada, como carne; y, encima, su alma.
La flor de una época fue hecha picadillo. Esto proporcionó placer por un instante. Hubiesen podido quedarse allí, pero cien pasiones, que bostezaban de tedio ante la lentitud de tal minucia, una tarde de hastío derribaron el patíbulo.
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