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Victoriano Corral Serrano - Evasión

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Victoriano Corral Serrano Evasión

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Biografía novelada sobre las andanzas de Victoriano Corral Serrano también - photo 1

Biografía novelada sobre las andanzas de Victoriano Corral Serrano, también conocido como el «Papillon español». Nacido en 1919 en un pueblo a 85 kilómetros de Ávila llamado El Arenal fué condenado a 7 penas de muerte, 173 años de condena, 20 fugas de centros penitenciarios, y mas de 30 delitos, la mayor parte contra la propiedad.

Desde su primera condena en 1935, con 16 años de edad y por intentar vender un burro propiedad del Ayuntamiento de El Arenal, el libro recoge todas sus correrías, sus problemas con la justicia civil y militar (por la que era buscado por dos deserciones).

Una mayor parte de su vida, 33 años, transcurre dentro de las rejas de multitud de centros penitenciarios. De ellos escapa en multitud de ocasiones, por lo que sus condenas van agravándose de manera continua.

Victoriano Corral Serrano Evasión ePub r10 Titivillus 240615 Título - photo 2

Victoriano Corral Serrano

Evasión

ePub r1.0

Titivillus 24.06.15

Título original: Evasión

Victoriano Corral Serrano, 1974

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Notas 1 Comunicar en la jerga carcelaria es el término que se emplea para - photo 3

Notas

[1] «Comunicar»: en la jerga carcelaria, es el término que se emplea para expresar las visitas de familiares y amigos a los presos.

[2] «Trincar»: en el lenguaje de los delincuentes o caló, quiere decir apresar, capturar.

[3] «Picos»: en caló, guardias civiles.

[4] «Chivata»: en caló, linterna.

[5] «María»: caja fuerte, en el argot del profesional del robo.

[6] «Zumbar»: abrir por la fuerza un establecimiento o caja fuerte.

[7] «Perista»: persona que compra a otra objetos robados.

[8] «Pasma»: en el argot carcelario, la policía.

[9] «Trena»: en caló, cárcel.

[10] «Andar al tope»: estar a lo que salta. «Topista» es el delincuente sin especialización que da golpes de diversa clase según las circunstancias.

[11] «Trincar»: detener.

[12] «Madama»: en caló, policía; le llaman también «la pasma».

[13] «Picos»: en caló, guardias civiles.

[14] «Renguista»: en caló, ladrones o «chorizos» que roban en los trenes.

[15] «Beri»: en caló, cárcel.

[16] «Espadista» es, en caló, el ladrón que roba forzando las puertas con llave falsa o «espada». A la llave también la denominan «clochí». El «topista» es el «espadista» que sale a lo que cae, o «al tope», y si no puede abrir con la llave, emplea palanca o ganzúa.

[17] «Foro»: Madrid, en caló.

[18] «Sábana»: billete de mil pesetas.

[19] «Corte»: navaja u objeto de lata cortante, preparado en la misma cárcel.

[20] «Destino»: recluso que tiene encargado algún trabajo (limpieza, cocina etc.) dentro de la cárcel. Suelen ser «destinos» aquellos presos que observan mejor conducta, ganándose así la confianza de los funcionarios.

[21] «Batuta»: en caló, ganzúa parecida a los desmontables de las ruedas de los automóviles, empleada por el «topero» para abrir las puertas. El «espadista» las abre con la «espada», o llave falsa.

[22] «Palanquetazos»: la «palanqueta» o «hierro» es el útil que utilizan los «topistas» para «reventar» o abrir una puerta.

[23] «Cacharra»: en caló, pistola.

[24] «Sirla»: en caló, atraco. Se dice «sirlar» o «chirlar» y se refiere al robo en el que, si es preciso, se recurre a la violencia.

[25] «Bofia»: en caló, policía.

[26] «Chorizo»: ladrón.

[27] «Embolado»: en la jerga carcelaria se da este nombre a la imputación por parte de un preso de delitos que no ha cometido, con el fin de ser sometido a conducción, en la que puede surgir la oportunidad de fuga. También se hacen los «embolados» para ayudar a compañeros y se autoacusan reclusos que tienen mucha condena y a quienes no preocupa que les echen más años.

[28] «Jai»: en caló, aviso, soplo.

[29] «Baldao»: al igual que «corte», en caló quiere decir navaja.

[30] «Fusca»: en caló, pistola.

[31] «Rutinas»: en caló, fumadores habituales de grifa.

[32] «Cobrar el barato»: los presos de más prestigio, fuerza o ingenio cobran una cantidad por permitir el juego y por vigilar, cuidando el desarrollo del mismo.

[33] «Bujarrón»: se dice del homosexual que cumple tareas «masculinas». Al que hace de mujer se le denomina «maricón».

CONDENADO A MORIR

Estoy entre furioso y resignado, entre dormido y despierto… A pesar del asfixiante calor me cubro la cabeza con la manta; no quiero saber nada, ni ver nada, ni oír nada. Me imagino que han de ser las cuatro, las cinco o las seis de la madrugada. Hace tan sólo unos minutos que he conseguido aislarme de todo, incluso de mí mismo; pero otra vez el chirriar metálico del chivato de la puerta y la voz de mi carcelero:

—¡Descúbrete la cabeza, Julián! Que no te lo tenga que volver a repetir…

He obedecido automáticamente. No quiero problemas. Ni quiero creárselos al funcionario. La luz de la bombilla me molesta en los ojos y me acerca a un mundo del que pretendo alejarme, pero ¿qué puedo hacer y qué puedo exigir? Demasiadas atenciones están teniendo conmigo; más, por supuesto, que antes de la sentencia. Ahora no soy un preso al que hay que vigilar, corregir, adoctrinar; soy un condenado a muerte, el condenado a muerte de la séptima galería de la Prisión de Carabanchel. Las pocas personas que tienen contacto conmigo —dos o tres funcionarios, el director de la cárcel, un sacerdote que se ha empeñado en confesarme— se muestran más humanos, menos severos. Me miran con compasión. En atención a mi enfermedad han roto con las normas y tengo un catre y colchón; en atención a mi soledad me sacan al patio de una a una y media y siento como si reviviera cuando me abrasa el sol de agosto, abusón y pegajoso; en atención a mi «porvenir» la ración de comida es más espléndida… Y todos, sin excepción, me hablan con tonos delicados, dulcemente y pienso que con amor, como si le hablaran a un amigo, a un ser del más allá o a un cadáver…

Me gustaría que estos días y estas horas pasaran rápido. Cuando consigo conciliar el sueño largamente me digo al despertar: «Ya falta mucho menos». Y sonrío como un tonto o me entran unos temblores extraños, inevitables, ajenos a mí mismo, que me cabrean.

—¡Yo no soy un cobarde! ¡Sabré morir como un hombre! ¡Lo demostraré a la hora de la verdad…!

—Duerme, Julián. Duerme y deja dormir —me dice ahora el carcelero.

—¿Dejar dormir a quién, si estamos solos?

Hace quince días que he llegado a esta galería procedente del Hospital Penitenciario. Con tan mala suerte que pocos días antes fusilaron a dos soldados y están vacías las celdas destinadas a condenados a muerte y presos peligrosos. No he visto a un solo compañero en estas dos semanas interminables. Ni siquiera los oigo. Sé que existen porque a través de los funcionarios me llegan sus voces de aliento: «¡Animo, Julián, no desesperes en ningún momento!», «Te llegará el indulto, estamos seguros», «Si tienes que morir, dales una lección a quienes tú sabes». Y otros mensajes que, lejos de darme esperanzas, me convencen aún más de que estoy recorriendo los últimos tramos de mi triste camino.

Ya que no puedo dormir, tiro la manta a un lado y recorro muy despacio los cinco o seis metros cuadrados de mi «piso». La celda está casi vacía: sólo el colchón, las mantas y yo. Al comer me recogen los platos, la cuchara y el vaso de aluminio. Tenedor y cuchillo son utensilios desconocidos en las cárceles; pueden ser utilizados como armas contra nuestros vigilantes o contra nosotros mismos. Diariamente me desnudan dos o tres veces y me hacen los cacheos reglamentarios, concienzudamente, sin olvidar un solo centímetro de mi cuerpo. No es el primer condenado a muerte que se hiere en un intento, para mí inexplicable, de aplazar la ejecución; otros, muchos, no pueden soportar la idea de las últimas horas, de la capilla, de las imágenes en las que uno se ve a sí mismo frente a los fusiles que le apuntan o fuertemente amarrado a la silla del garrote vil, con el verdugo a sus espaldas dispuesto a dar media vuelta al tornillo…, y sólo piensan en el suicidio.

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