Secundino Serrano - Maquis
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- Libro:Maquis
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2001
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Maquis: resumen, descripción y anotación
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El 21 de febrero de 1946 el maquis Cristino García Granda era fusilado en la cárcel de Carabanchel. Había combatido en la Guerra Civil contra los militares sublevados, en la Resistencia francesa contra los nazis y en el Madrid de la posguerra contra el franquismo. Para la justicia española se trataba de un vulgar delincuente. En Francia fue considerado un héroe y se le dedicó una calle en Saint-Denis.
La trayectoria de García Granda simboliza —con sus luces, sus sombras y sus contradictorias interpretaciones—, la de todo un movimiento, el maquis, tan importante como «desconocido». A pesar de que constituyó «la oposición más seria al régimen de Franco», como ha escrito el prestigioso hispanista Paul Preston, en los estamentos universitarios españoles aún no se ha abordado su estudio.
Durante el franquismo, el Estado tejió una red de silencios en torno a la guerrilla. Ante la imposibilidad de hablar libremente de «los años del maquis», los habitantes de pueblos y aldeas aprendieron las historias de los hombres del monte para legarlas a sus descendientes, construyendo los espacios de una memoria colectiva y clandestina en la que la realidad no tardó en fundirse con la leyenda.
Apoyándose en una documentación exhaustiva, Secundino Serrano, ha roto definitivamente ese velo de silencio —o ignorancia— con esta obra, estremecedora y veraz, en la que analiza un capítulo crucial de la historia reciente de España, al tiempo que traza el vigoroso retrato de un puñado de hombres y mujeres cuyo motor fue la desesperada defensa de la libertad.
Secundino Serrano
Historia de la guerrilla antifranquista
ePub r1.1
Titivillus 05.08.15
Título original: Maquis
Secundino Serrano, 2001
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Una historia abierta
Vladimir: ¿Qué hacemos?
Estragón: Esperamos.
Vladimir: Sí, ¿pero mientras esperamos?
Estragón: ¿Y si nos ahorcáramos?
Vladimir: Sería un buen medio
para que se nos pusiera tiesa.
SAMUEL BECKETT, Esperando a Godot
El día 7 de octubre de 1978, se reunieron en la localidad minera de Sallent, histórico bastión de la organización confederal, unos cientos de libertarios para honrar la memoria de Ramón Vila Capdevila «Caraquemada». El homenaje fue prohibido por orden gubernamental. En una España a punto de entrar en la vía constitucional y que recibía en olor de multitudes a los exiliados más representativos, el recuerdo de los maquis todavía resultaba insoportable. A partir de entonces, un silencio espeso se abatió sobre los guerrilleros antifranquistas. El rechazo político a los hombres que protagonizaron la última batalla de la guerra civil ha condicionado decisivamente nuestra memoria civil y favorecido la amputación de una parte de nuestra historia última.
Las razones de un fracaso
Con los datos disponibles podemos manejar diferentes interpretaciones para fijar las causas que provocaron el descalabro de la guerrilla y que se pueden resumir —pese al esquematismo que conlleva una operación de este tipo— en cuatro: el abandono de las potencias vencedoras de la guerra mundial, la fragmentación de las fuerzas antifranquistas (tanto en el interior como en el exilio), la ausencia de apoyo popular generalizado y, finalmente, los errores de planteamiento. El factor determinante fue, sin duda, que la resistencia antifranquista no era un proyecto autónomo sino que dependía de manera decisiva de factores externos: la evolución de la guerra mundial y la posición de los vencedores frente a la dictadura franquista. El grueso de los combatientes no ignoraba que su éxito o fracaso dependía del sesgo que tomaran las potencias occidentales en el «problema español». Pero esos países abandonaron a los demócratas españoles. Pese a los boicoteos, amenazas y campañas internacionales, el reparto del mundo en zonas de influencia a partir de 1945 era un hecho y, dado que España era un país menor, para las potencias occidentales resultaba preferible un Estado totalitario que la posibilidad de una República progresista en cuyo gobierno participaran los comunistas. Las medidas de las potencias contra Franco fueron más cosméticas que efectivas, pero provocaron un efecto adicional: los socialistas creyeron en ellas y asumieron un espejismo que los deslumbró. Estados Unidos y Gran Bretaña, a pesar de las declaraciones formales, habían apostado por Franco incluso durante la guerra civil, y la guerra fría* malogró definitivamente cualquier posibilidad de intervención en España. Este hecho motivó el abandono de los guerrilleros de obediencia socialista en Asturias, León, Galicia y Santander. En el caso de la URSS, ni podía ni quería intervenir: entregó España a las potencias occidentales a cambio de reforzar su hegemonía en la parte oriental de Europa.
Existieron otros factores que aceleraron el fracaso, como las divergencias irreconciliables entre la constelación de fuerzas republicanas. Especial responsabilidad recayó sobre un Partido Socialista que se dedicó a contemporizar con casi todos y casi todo: había zonas guerrilleras dirigidas por militantes socialistas, Prieto pactaba con los monárquicos y Negrín apoyaba a los comunistas (o permitía que éstos le apoyaran a él). La división de los socialistas anuló la posibilidad de formar un ejecutivo republicano en el exilio con fuerza moral ante las instancias supranacionales. Tampoco las demás formaciones políticas y sindicales exhibieron un comportamiento ejemplar. Enfrentados y divididos hasta la extenuación, republicanos y libertarios demostraron más interés en dirimir sus querellas internas que en el destino de los españoles. Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio o Federica Montseny pusieron de manifiesto en aquellos momentos excepcionales conductas propias de políticos mezquinos, insolventes y personalistas. Montseny no tuvo mayores problemas para afirmar lo siguiente: «Si la República se restablece en España será señal de que contará con la confianza del capitalismo internacional. Es mejor, pues, que eso no suceda (…). Es preferible ser un movimiento pequeño con tal que conserve la esperanza». Solamente el PCE se mantenía unido y, equivocado o no, parecía tener alguna idea manifiesta: eligió la vía armada. La posición privilegiada de los comunistas en la guerrilla tuvo su fundamento, por tanto, en la inhibición y el desinterés de los demás partidos y sindicatos. Ese hecho repercutió negativamente, ya que el PCE, demonizado en el interior de España y alimentando cautelas entre las potencias democráticas, no era la formación más adecuada para tutelar la lucha armada. Una resistencia apoyada por todas las formaciones republicanas hubiera hecho más obscena la inhibición de los países occidentales.
La propia resistencia armada también reprodujo a escala el sectarismo de los partidos. Por una parte, las partidas socialistas organizadas en Asturias y León se negaron a unirse a las comunistas, pero también las hegemonizadas por el PCE, que eran la mayoría, se encontraban aisladas unas de otras. Cada Agrupación Guerrillera se situaba al margen de las actuaciones y tácticas puntuales de las demás. No existió, por ejemplo, relación alguna entre Galicia y Levante, pero más grave fue que tampoco se estableció una coordinación mínima entre dos agrupaciones armadas poderosas, la de Levante y la malagueño-granadina, tan próximas. El «feudalismo armado» de la posguerra impidió la unidad de acción que podía haber modificado el rumbo de la lucha en los años inmediatos de la posguerra mundial, aunque resultaba lógico deducir que la clandestinidad no favorecía la comunicación entre los grupos armados. El llamado Consejo Central de la Resistencia fue pura y simple propaganda, retórica de los gerifaltes en el exilio: nunca se intentó articular un poder centralizado de la guerrilla. No obstante, los guerrilleros de base impartieron una lección de sentido común y de solidaridad, ya que socialistas, anarquistas y comunistas colaboraron activamente a título individual.
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