Agradecimientos
Mis primeras palabras de agradecimiento son para Ymelda Navajo y Félix Gil por haberme invitado a publicar en La Esfera de los Libros, cuyo interés por el estudio y la divulgación de la Guerra Civil es parejo a su respeto por el trabajo de los autores. Haber confiado en mi propuesta de investigación sobre el Madrid bélico y revolucionario reflejado en estos testimonios de porteros y vecinos confirma lo que digo.
Un apoyo fundamental en mi investigación ha sido la consulta en el AGHD (Archivo General Histórico de Defensa) de decenas de sumarios abiertos por los franquistas después de la contienda, así como de otros tantos procedimientos judiciales seguidos durante la guerra por los tribunales populares y juzgados de urgencia republicanos que se pueden consultar en la web del Portal de Archivos Españoles (PARES) del Ministerio de Cultura y Deporte.
A la ayuda y el conocimiento inestimables del director del AGHD, Guillermo Pastor Núñez, y al apoyo y la dedicación de sus archiveras Eva María González García, María Eugenia Redondo Chicón, Nuria Ruiz Guillén, María Almudena Fontanals Pérez de Villamil y Ana Isabel Sanz Ramos, deben mucho estas páginas, en las que dejo constancia de mi infinita gratitud hacia ellos.
Quiero expresar también mi agradecimiento al director del Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH), Manuel Melgar Camarzana, y a su subdirector, José Luis Hernández Luis, así como a todo su equipo, siempre dispuestos a colaborar en mis estudios y cubrir mis lagunas.
Tampoco puedo olvidar mi deuda con Juan Funes, director del Centro de Documentación de Cruz Roja Española (CDCRE), así como con su colaboradora Nani Martínez Calero, que me han ayudado siempre en cuantas solicitudes les he realizado, especialmente las referidas a la documentación que conservan acerca de las víctimas de los bombardeos sobre Madrid y los listados de presos de las cárceles madrileñas.
No quiero dejar de mencionar a los responsables de la extraordinaria herramienta de investigación que es el citado PARES del Ministerio de Cultura y Deporte, así como la sección Hemeroteca Digital que ofrece la Biblioteca Nacional de España (BNE), institución dirigida tan eficazmente por Ana Santos Aramburo. En estos tiempos pandémicos de confinamiento, ambos instrumentos de consulta han supuesto una alternativa utilísima. Lo mismo puedo afirmar de la web www.combatientes.es, que me ha sido de gran utilidad para confirmar el procesamiento o no en la posguerra de numerosísimos protagonistas de este libro, por lo que quedo en deuda de gratitud con sus promotores.
Al historiador Julius Ruiz le estoy agradecido por dedicarme generosamente su tiempo para contrastar con su amplio saber sobre el Madrid de la guerra algunos de los insólitos datos revelados por esta documentación. Quedo también en deuda con José Manuel de Ezpeleta, el máximo estudioso de las matanzas de Paracuellos, por sus siempre clarificadoras observaciones.
A mis hermanos Mercedes y Eduardo Corral y a mi amigo y maestro Regino García Badell les debo sus siempre acertadas indicaciones y sugerencias para la mejora del manuscrito. Y sin la ayuda de la inteligencia y el conocimiento de mi mujer, Coca Valdelomar, estas páginas no serían las mismas.
1.
LA REVOLUCIÓN EN LAS CALLES
A las tres de la tarde del domingo 19 de julio de 1936, dos días después de la sublevación del Ejército de África contra el gobierno del Frente Popular, milicias y guardias de Asalto entraron en el número 10 de la calle Pilar de Zaragoza, en el barrio de la Guindalera. Al poco sacaron detenidos del piso segundo derecha a Julián Ballesteros Arroyo, oficial de prisiones, y a sus hijos Victoriano, Pablo y José Ballesteros Peña.
Los desconocidos no esperaron a conducirlos muy lejos para cumplir sus propósitos. Los introdujeron en el portal del número 14 de la misma calle y allí dispararon a quemarropa contra los tres hijos de Julián Ballesteros: Victoriano y José cayeron muertos, Pablo resultó gravemente herido. Un joven ebanista, que habitaba en el piso principal del número 10, Félix Sánchez Arroyo, resultó también muerto al ser alcanzado por uno de los disparos.
Los asaltantes se llevaron detenido al cabeza de familia de los Ballesteros, que cuatro meses después, el 26 de noviembre, saldría con destino a las fosas de Paracuellos del Jarama en una expedición de presos de la cárcel de Porlier, habilitada en el Colegio Calasancio de la calle de General Díaz Porlier 54. Su hijo Pablo, de dieciocho años, sobreviviría a sus heridas y a los horrores de la guerra: fallecería en 1996, con ochenta y un años, jubilado como funcionario de Hacienda.
Sobre este cruento suceso en el barrio de la Guindalera publicaron algunos diarios madrileños unas gacetillas días después, achacando los fallecimientos a un tiroteo e identificando a los hermanos como de «significación fascista». La que es posiblemente la primera masacre de civiles a sangre fría de la Guerra Civil en Madrid aparece también recogida en las declaraciones juradas del portero y dos vecinos de los portales 10 y 14 realizadas después de la contienda. En ellas hay alguna confusión en los nombres de las víctimas, e incluso la del portero da por muerto a Félix Sánchez a las tres de la tarde del 18 de julio, con lo que de ser cierto sería la primera víctima de la guerra en Madrid.
Aquel 19 de julio empezó la revolución, el término que mejor refleja, al igual que en sendos libros de dos republicanas exiliadas, Clara Campoamor y Elena Fortún, la respuesta a la sublevación por parte de las fuerzas adictas al gobierno desde el momento en que este invistió a las milicias como autoridad al facilitarles su principal argumento de poder: pistolas y fusiles.
El propio Comité del Frente Popular, en el que estaban representados el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Partido Comunista de España (PCE), Izquierda Republicana (IR) y Unión Republicana (UR), bautizó así la nueva realidad en un manifiesto de fecha tan temprana como el 21 de julio, donde se presentaba el golpe militar como una oportunidad para las fuerzas progresistas: «Empieza para España un capítulo nuevo de su historia: la Revolución abre definitivamente los caminos al progreso del país».
Junto a militares y fuerzas de seguridad leales a su promesa de defensa de la República, las milicias se enfrentaron a los sublevados en los cuarteles de la capital y salieron a frenar a las columnas sublevadas que se dirigían hacia Madrid por los puertos de Somosierra y Guadarrama. Algunas estimaciones cifran en 10.000 los voluntarios incorporados a las milicias en Madrid, provincia que entonces contaba con 1,6 millones de habitantes, lo que da idea del escaso compromiso efectivo de la mayoría de la población en contra de los tópicos propagandísticos.
Otra parte nada desdeñable de los civiles armados y de las fuerzas militares y de seguridad se quedó en la capital para seguir actuando contra los partidarios del golpe militar y responder a los ataques que en los primeros días se realizaron aisladamente desde ventanas, balcones o azoteas por francotiradores, llamados popularmente «pacos», por el sonido «pac» del disparo, o por «coches fantasma» lanzados a toda velocidad por las calles, desde donde se disparaba contra las milicias.
Algunos sucesos apuntados por porteros y vecinos en sus declaraciones están sin duda relacionados con estos episodios, como es la muerte de un matrimonio de ancianos, Francisco Herraz Mínguez, de setenta años, y su mujer, Saturnina Pérez, que fueron acribillados por las milicias el 20 de julio cuando salieron al balcón de su casa, en Alberto Aguilera 14, para poner a salvo la jaula en la que tenían a sus pájaros.
Una vez derrotado el movimiento rebelde en Madrid y su periferia se desencadenó una auténtica cacería contra personas tenidas como afectas a los golpistas. La ola represiva que sufrió Madrid desde julio hasta diciembre de 1936, cuyo balance diversos autores cifran entre 8.500 y 26.000 víctimas, tuvo su más terrible expresión entre octubre y diciembre con las sacas de los presos de las cárceles Modelo, Porlier, San Antón y Ventas y las sucesivas matanzas en las localidades madrileñas de Aravaca, Rivas-Vaciamadrid, Torrejón de Ardoz y Paracuellos del Jarama. La cifra definitiva de las víctimas de estas sacas está aún por confirmar, figurando en una horquilla de entre 2.500 y 5.500 asesinados, aunque el máximo estudioso de este episodio, José Manuel de Ezpeleta, asegura que sus investigaciones en curso apuntan a cerca de 4.000.