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Paul Brickhill - La gran evasión

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Paul Brickhill La gran evasión
  • Libro:
    La gran evasión
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1950
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La gran evasión: resumen, descripción y anotación

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A los Cincuenta los años han suavizado la memoria pero no la han desvanecido. Ni creo que jamás lo lograrán. Esta es la primera vez que se narra la más grande evasión en masa que se haya intentado. He utilizado algo del material de mi libro Escape to Danger. Era necesario. Era una parte de esta historia.

Paul Brickhill

Título original: The Great Escape

Paul Brickhill, 1950

Traducción: Pomaire

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.0

Un grupo de aviadores han caído prisioneros son británicos norteamericanos y - photo 1

Un grupo de aviadores han caído prisioneros; son británicos, norteamericanos y australianos. No se conforman con estar encerrados en el campo de concentración nazi, ni con la dura realidad, ni con el incierto futuro que les espera. Se han organizado y ahora son más de doscientas personas que llevan meses trabajando en la construcción de un túnel que les permita la fuga.

Han tenido que ir perfeccionando el sistema, y ahora son expertos. Sin embargo, otras veces les han pillado y después del castigo correspondiente —encerrados en la dura «nevera»— han sido distribuidos a otros campos. Ahora están en el temido Stalag Luft III, situado cerca de la ciudad polaca Zagan. Es célebre por su fama: el que entra no vuelve a salir.

Los anteriores fracasos les han hecho más prudentes, y pese al numeroso grupo de prisioneros que participan en los trabajos procuran que no sepan realmente qué se hace. Cada uno sabe su misión y nada más.

Con increíble ingenio y aprovechando las habilidades de cada uno, fabrican brújulas y uniformes, dibujan mapas, tiñen sus ropas con betún para simular las chaquetas azules alemanas, fabrican maletas de cartón, falsifican documentación y se hacen con víveres de los que envía Cruz Roja para atender sus necesidades (piensan en los primeros días en libertad).

Paul Brickhill La gran evasión ePub r10 Titivillus 13112018 Preludio R - photo 2

Paul Brickhill

La gran evasión

ePub r1.0

Titivillus 13.11.2018

Preludio

R OGER BUSHELL acababa de cumplir los treinta años cuando llegó a Dulag Luft, el campo de recepción para los prisioneros de la Fuerza Aérea. Era un hombre alto, temperamental, de anchos hombros y los ojos azul pálido más fríos que he visto en mi vida. A los veinte años había sido campeón nacional de esquí en Gran Bretaña, y en cierta oportunidad, en una carrera internacional en Canadá, al descender a una velocidad infernal por la ladera de un cerro, tropezó en el saliente de una roca. La punta de uno de los esquís penetró brutalmente en el extremo inferior de su ojo derecho. Después de operado y cosido, le quedó un defecto en el ojo que hacía que su mirada fuera extrañamente siniestra y pensativa.

El 23 de mayo de 1940 había conducido a los doce Spitfire de su escuadrilla sobre las costas entre Dunquerque y Boulogne. Abajo, unos hombres en uniformes de batalla avanzaban por las playas, y regaban de sangre la arena con la lluvia de bombas. No había muchos pilotos de la R.A.F., porque, en realidad, no eran muchos los pilotos de la R.A.F., y la mayoría de ellos estaban sobrevolando los límites del campo de batalla para impedir que los bombarderos se acercaran.

Fueron cuarenta los Messerschmidt 110 que se lanzaron en picado contra los Spitfire, y cinco de ellos se encargaron de Bushell. Dio una patada al timón, giró bruscamente y los aviones alemanes pasaron por su lado y ascendieron vertiginosamente. Cuando vio que el último se alejaba, Bushell enderezó su aparato y ascendió casi verticalmente, y fue entonces cuando sus ráfagas alcanzaron al alemán. Surgieron llamas del motor de babor del Messerschmidt, que giró sobre sí mismo y se desplomó.

Otro Messerschmidt se aproximaba a Bushell por el frente. Ambos disparaban sus ametralladoras; todo eran resplandores rojizos y entonces Bushell pasó a escasa distancia sobre el alemán y vio que éste ascendía bruscamente, comenzaba un rizo y luego caía despidiendo humo. Bushell también estaba tocado; el humo penetraba en su cabina. El motor se inflamó y el humo desapareció.

Pudo alcanzar tierra planeando y, mientras el Spitfire arrastraba el vientre estrepitosamente, surgieron llamas bajo la capucha del motor. Se había dado un golpe en la nariz con la mirilla de la ametralladora y salió de la cabina con el rostro cubierto de sangre. Después de encender un cigarrillo y mientras observaba al avión envuelto en llamas, juzgó que estaba en territorio británico y que con un poco de suerte podía estar de vuelta en su escuadrón al cabo de dos días.

Una motocicleta se aproximó por un camino que descendía un pequeño cerro y giró en el otro extremo del campo. Bushell la esperó pacientemente y sólo entonces se dio cuenta de que el conductor no llevaba un casco de motorista sino un casco de guerra y, momentos después, un arma le apuntaba. (Si los alemanes hubieran sabido la clase de hombre que acababan de apresar, seguramente le habrían matado en el acto. Y les habría valido la pena.)

A pesar de ser jefe de escuadrilla de la R.A.F., Roger Bushell había nacido cerca de Johannesburgo, y a los seis años podía maldecir fluidamente en inglés, en dialectos africanos y escupir a una distancia considerable. Más tarde adquirió educación muy británica al estudiar en Wellington, en Inglaterra. Cuando tuvo que asistir por primera vez ante el director de la escuela, éste le resumió admirablemente en una carta a su madre: «No se preocupe por él. Ya ha organizado a todos los otros novatos. Conozco a esta clase de muchachos. Le pegarán con frecuencia, pero se ganará el afecto de todos.»

En Dulag Luft, los alemanes le encerraron aisladamente para ablandarle antes del interrogatorio, pero esto no fue de gran ayuda, ya que Bushell había sido un licenciado con verdadero talento para la beligerancia. Nada pudieron sacarle, fuera de cierta ironía un poco ácida. Entonces le dejaron en libertad dentro del campo. Se componía de un terreno despejado de unos cien metros en cuadro y tres largas barracas de poca altura, rodeadas por montañas de alambradas, reflectores y nidos de ametralladoras, y habitado por un desgraciado grupo de hombres entrenados para luchar y permanecer en silencio tras las alambradas, mientras su país esperaba la invasión.

El comandante Harry Day, el de mayor graduación, había sido derribado cinco semanas después de comenzada la guerra, mientras volaba con un Blenheim en forma suicida durante un vuelo de reconocimiento diurno, solitario, sobre Kaiserslautern. En la primera guerra mundial ya había volado y ahora, el cabello encanecido, alto, de carácter vital, tenía un rostro agudo y una nariz aguileña que le incluía en ese tipo de personas llamadas «caracteriales». No le gustaba el encierro, y el campo de prisioneros no le ayudó. Era capaz de sobrellevar una especie de introspección austera que muy pronto se desvanecía en un torbellino de alegría. Podía ser duro como el acero y temible, y de pronto, ese aspecto amargo y ácido se transformaba en una amplia sonrisa.

El «Burlador», mayor Johnny Dodge, había nacido en América (su madre, la señora Charles Stuart Dodge, era hija de John Bigelow, embajador de los Estados Unidos en Francia durante el gobierno de Abraham Lincoln). En la primera semana de la guerra de 1914, el «Burlador», un muchacho de veinte años, de mejillas sonrosadas, cogió un barco con destino a Inglaterra para poder volar lo antes posible. Cinco años después era coronel condecorado. Cuando los conflictos comenzaron nuevamente en 1939, el amigo y pariente de la familia, Winston Churchill, le hizo volver rápidamente a las filas y el «Burlador» fue capturado algunos meses más tarde con la B.E.F. en Francia, cerca de las costas de Dunquerque.

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