Regina Brett - Dios nunca parpadea
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- Libro:Dios nunca parpadea
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
- Índice:5 / 5
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Dios nunca parpadea: resumen, descripción y anotación
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Dios nunca parpadea — leer online gratis el libro completo
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E stoy eternamente agradecida por…
Mis padres, Tom y Mary, que se sacrificaron más de lo que jamás sabré para amar y proveer a sus once hijos. Ellos nos fortalecieron para la vida con su fe, esperanza y valor.
El amor y la escandalosa fuerza de mis hermanas: Theresa, Joan, Mary, Maureen y Patricia. El amor y la callada sabiduría de mis hermanos: Michael, Tom, Mark, Jim y Matthew.
Mis sobrinos y sobrinas: Rachel, Michael, Leah, Luke, Jaclyn, Laura, Emily, Hudson, Josiah, Anya, Erin, Harry, Jacob, Bill y Brenda, quienes me aman puramente sólo por ser Tía Regina.
Mis cuñados y cuñadas: Tom, Chris, Tish, Andrew, Tom, Anita, Michelle, Randy, Gary y Carol, quienes me apoyan más de lo que merezco.
Mr. Ricco, mi maestro de tercero de secundaria en Brown Junior High. Sam Ricco me enseñó a amar la escritura, un párrafo a la vez.
Los amigos que me dieron Nueva Esperanza, especialmente Kathy y Bill Perfect, Melanie y Ed Rafferty, Judy y Michael Conway, Verónica Harris y Don Davies. Su amor incondicional hizo que me sintiera completa.
Mis primeros mentores, Eileen Lynch, Barb Blackwell, Zoe Walsh y Maura McEnaney, por acompañarme en el difícil camino hacia el Destino Feliz.
Mi eterno círculo de amigos que me echan porras: Thrity Umrigar, Bob Paynter, Terry Pluto, Debbi Snook, Connie Schultz, Sue Klein, Karen Long, Tina Simmons, Jennifer Buck, Suellen Saunders, Marcie Goodman, Beth Segal, Michael Barron, Brendan Ring y el personal de Nighttown. Un agradecimiento especial a Sheryl Harris, mi amiga de amigas, quien escuchó todas mis tribulaciones, y después las terminó encontrando al hombre de mis sueños.
El apoyo constante de la pandilla Campbellville: Marty Friedman, Sandy Livingston, Michael Miller, Beth Ray, Peter Collins, Kris Anne Langille, Arlene y Buddy Kraus, Julie Steiner y Dan Freidus.
Los profesores de la Universidad Estatal de Kent: Bruce Larrick y Fred Endres, por guiarme al periodismo. Bill O’Connor y Susan Ager, por dejarme subir a sus hombros y echarle un vistazo al mundo de la escritura. Dale Allen, quien me hizo columnista en el Beacon Journal. Doug Clifton, quien me dio una columna en el Plain Dealer.
Stuart Warner, el mejor guía que hay en el mundo. Él siempre valoró mi voz, aunque pareciera tener laringitis.
El editor del Plain Dealer, Terry Egger, la editora Susan Golberg, la directora editorial Debra Adam Simmons y Barb Galbincea por darme la libertad de hacer mi mejor trabajo y otorgarme permiso para compartirlo en este libro. Dave Davis y Ted Diadiun, por lidiar con las interminables solicitudes de volver a imprimir estas lecciones. Jean Dubail, John Kroll y Denise Polverine por pastorear mi columna y las entradas del blog en www.cleveland.com (en inglés). Mis colegas en el Plain Dealer que diariamente aprovechan el poder de las palabras para cambiar el mundo.
Kit Jensen, Jerry Wareham, David Molpus, David Kanzeg, Bridget DeChagas, Paul Cox, Jeff Carlton y el resto del personal en Ideastream.
La constelación infinita de lectores de periódico cuyos correos, llamadas y cartas me sostienen. Los que llaman a Cleveland su hogar son los más trabajadores y los más profundos creyentes en milagros que cualquier equipo de deportes quisiera tener. Ustedes son lo máximo.
La Hermana Mary Ann Flannery, por mantener vibrante la Casa de Retiro Jesuita, y a las salvajes mujeres que fuman afuera de todos esos retiros de la Hermana Ignatia.
Esos honorables sacerdotes que dedicaron sus vidas a salvar almas: los Padres Joe Zubricky, Benno Kornely, Denis Brunelle, Jim Lewis, Joe Fortuno, Clem Metzger y Kevin Conroy.
Los ángeles en mi grupo espiritual: Ami Peacock, Gabrielle Brett, Sharon Sullivan, Beth Robenalt y Vicki Prussak.
Ted Gup, quien compartió el mayor regalo que un escritor le puede dar a otro: el nombre y correo electrónico de su agente. Su generosidad me condujo a la David Black Literary Agency, donde encontré a mi princesa azul, la agente Linda Loewenthal. David vio la chispa; Linda la convirtió en fuego. Su confianza todavía arde en mi interior. Ella mejoró cada página de este libro, y después encontró el perfecto hogar para él.
Los centinelas en Grand Central Publishing quienes fieramente creyeron en este libro. El editor Jamie Raab, cuya pasión por la escritura transformó esta obra. Mi editora, Karen Murgolo, quien ofreció sugerencias fabulosas y tuvo una paciencia infinita. Harvey-Jane Kowal y Christine Valentine por peinar cada centímetro de él. Diane Luger, quien diseñó la mejor portada. Nancy Wiese, Nicole Bond, Peggy Boelke y Matthew Ballast por asegurarse de que el resto del mundo pueda leer este libro. Philippa “Pippa” White por su diligencia en los detalles interminables.
El cirujano Leonard Brzozowski, el oncólogo Jim Sabiers y la enfermera Pam Boone por salvar mi vida.
Mi abuela Julia, cuyo amor sentí primero, al final y siempre.
Mi nieto, Asher, que tendrá mi amor siguiéndolo a todos lados.
Los hijos que mi esposo trajo a nuestro matrimonio, Ben y Joe, por su paciencia y amor al crear una nueva familia. James, el hijo que mi hija trajo con su matrimonio, por completar nuestra familia y por tomar la foto que adorna este libro.
Mi brújula, Bruce, quien realmente es mi norte, mi sur, mi este y mi oeste. No importa cuántas veces me sienta perdida, siempre me encuentra. Su amor nunca falla, nunca escasea.
Mi hija, Gabrielle, quien me recuerda todos los días cuánto me ama. Ella vino como un misterio y se convirtió en una maravillosa bendición. Ella es la prueba de que el amor es lo que más importa.
Y la Fuente de todo, el Dios de mi alegría.
REGINA BRETT es columnista del Plain Dealer, en Cleveland, Ohio. Nació en 1956 y creció en Ravenna, Ohio, población de 12,000 habitantes. Regina tiene una licenciatura en periodismo y una maestría en estudios sobre las religiones. Se convirtió en reportera en 1986. Ha escrito columnas desde 1994.
Sus artículos han ganado numerosos reconocimientos a nivel nacional, estatal y local. Fue nombrada finalista del Premio Pulitzer en 2008 y 2009. También ganó el National Headliner Award por sus columnas sobre el cáncer de mama en 1999 y 2009.
Éste es su primer libro.
Ella vive en Cleveland, Ohio, con su esposo, Bruce.
Su sitio en la red es www.reginabrett.com
Para Asher y Julia,
mis apoyos
Título original: God Never Blinks
Regina Brett, 2010
Traducción: Berenice García Lozano
Editor digital: Meddle-orhi
ePub base r1.2
M i amiga Kathy una vez me envió un pasaje del libro El vino del estío. En esta obra de Ray Bradbury sobre un verano de cosecha, un niño cae enfermo. Nadie puede averiguar lo que le pasa, a él simplemente lo supera la vida. Nadie parece ser capaz de ayudarlo hasta que el Sr. Jonas, el ropavejero, aparece.
Él le susurra algo al niño que duerme en un catre en el patio. El Sr. Jonas le dice que permanezca tranquilo y escuche, y después se estira para tomar una manzana de un árbol. Él permanece el tiempo suficiente como para decirle al niño un secreto que lleva dentro, uno que yo no sabía que llevaba conmigo. Algunas personas llegan frágiles a este mundo. Como frutas tiernas, se lastiman más fácilmente, lloran con más frecuencia y se vuelven tristes desde jóvenes. El Sr. Jonas sabe todo esto porque él es una de estas personas.
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