Marcos Ana - Vale la pena luchar
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- Libro:Vale la pena luchar
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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A la juventud, en cuyos surcos
hemos sembrado nuestra historia:
una lucha incesante por alcanzar un
mundo mejor y más justo en el que
el sol salga y caliente para todos.
Marcos Ana tiene noventa y tres años de edad, setenta de vida. La diferencia la marcan los veintitrés que pasó en las cárceles; ha sido el preso político más longevo de España. Lejos del odio y de la venganza, Marcos Ana rescata hoy los valores que siempre le han mantenido de pie, la unidad y la fuerza de las ideas para hacer frente a esta crisis económica y moral. Asiste indignado al robo de muchos de los derechos que a tantos compañeros suyos le costaron la vida, al descrédito político, a la corrupción en el poder, al desmantelamiento de los servicios sociales públicos, al olvido del pasado reciente o al hondo calado de la pobreza en muchas familias. Así levanta su voz de nuevo un poeta que entregó sus mejores años a la defensa de aquello que ha dirigido su vida: la solidaridad entre los pueblos. Este libro es un manual contra la injusticia, escrito por un hombre sencillo con una vida apasionante y apasionada que cruza toda la historia del siglo XX .
Marcos Ana
ePub r1.0
Mangeloso12.01.14
Título original: Vale la pena luchar
Marcos Ana, 2013
Retoque de portada: Mangeloso
Editor digital: Mangeloso
ePub base r1.0
MARCOS ANA. Poeta español, de nombre real Fernando Macarro Casillo, nació en una humilde familia campesina, afiliándose muy joven a las Juventudes Socialistas, y después al Partido Comunista.
A los quince años, se alistó en el ejército republicano y con diecisiete, pasó a formar parte de la octava división. El mismo día de la finalización de la guerra civil, fue detenido en Alicante, cuando trataba de huir de España, e internado en el campo de concentración de Albatera. Logró huir, pero inmediatamente fue detenido en Madrid. Condenado en dos ocasiones a la pena de muerte, estuvo en varios campos y prisiones, comenzando a escribir poemas en el penal de Burgos cuando tenía treinta y tres años. Liberado en 1961, debido a las presiones internacionales, tras veintitrés años de prisión, marchó a París, donde el PCE le encomendó un servicio de apoyo a presos políticos. Viajó por Europa y Sudamérica, regresando a España en 1976 tras la amnistía, ejerciendo desde entonces varios cargos en el PCE.
De entre su obra cabría destacar títulos como Poemas desde la cárcel (1960) o Las soledades del muro (1977).
PARA LA LUCHA HE NACIDO
Y no basta decir: «alma, no llores»,
si ves a un corazón que va dejando
la vida entre furiosos desgarrones.
En septiembre de 1963, poco después de quedar en libertad, en un viaje a Chile, fui a visitar a Pablo Neruda a su casa de Isla Negra, donde vivía con su compañera, Matilde Urrutia. Pablo era un gran anfitrión. Cuando nos vimos, nos dimos un intenso abrazo. Todavía guardo la fotografía de aquel instante. Pasamos unos días muy entrañables junto al mar y para mí fue una gran emoción estar junto a la persona que había escrito aquellos versos del Canto general que aprendí de memoria en una celda de la prisión de Burgos. Era un sueño que se hacía realidad. Una noche, cuando Matilde se retiró después de cenar, le conté, hasta altas horas de la madrugada, lo que había sido mi vida hasta entonces. Él se interesó mucho por mi cautiverio. Le narré los años de prisión, las torturas a las que me sometieron, cómo los compañeros presos nos organizábamos… Me pidió detalles sobre la muerte de Miguel Hernández quien, para Pablo, era «el fuego azul de la poesía». Su corazón se contrajo. Todavía llevaba consigo la tristeza de la guerra en España. Sinceramente conmovido, me «exigió» que escribiera todo aquello: «Marcos —me dijo con ese tono de voz y esa forma de hablar suya, lenta y profunda tan característica—, tienes que escribirlo ahora, la palabra es pasajera. Tienes que confiar en el poder del testimonio escrito. Se trata de dar vida y fijar en papel las historias que me has contado. Porque, a riesgo de repetirlas, puedes llegar a mecanizarlas y perderán la espontaneidad, la cercanía viva y el temblor que han tenido esta noche tus palabras. No tardes en escribirlas». Apenas pude dormir. Entonces yo no tenía tiempo para escribir, viajaba por el mundo y todo lo ocupaba mi labor como mensajero de mis compañeros; debía contar lo que estaba sucediendo en España y promover la lucha y la solidaridad contra la injusticia. Muchos años después, y con aquel consejo de Neruda siempre presente, comencé a escribir mis memorias.
En este capítulo quiero recordar por qué me involucré en la lucha, qué cualidades tiene una persona que decide levantarse frente a la injusticia, por qué toma la opción de implicarse con y por los demás. Por eso lo he titulado «Para la lucha he nacido», en homenaje a Neruda y a su libro Para nacer he nacido. Porque yo no entendería mi vida, haber nacido, si no es a través de los demás, y solidarizándome con ellos, con las miles de personas que sufren en el mundo situaciones semejantes a las que yo padecí. Es decir, sin la que ha sido la gran vocación de mi vida. Mi misión fue llevar aquel mensaje de mis compañeros a todas partes y, de alguna forma, gracias a ellos, he sido feliz. Mi vida, desde el momento en que decidí implicarme políticamente, se ha forjado en la batalla, en la entrega total. Esta es la vida que decidí para mí; la vida dura pero noble de un revolucionario. Si pensamos en los años que pasamos aquí sin poder compartir las alegrías y el dolor con los demás, sin vernos reflejados en los rostros de otros hombres y mujeres, todo se vuelve más oscuro. Somos parte de un todo, de un nosotros, da igual de dónde vengas o quién seas; en la emancipación de los demás está la razón que dará sentido a tu tiempo.
Hace apenas unos meses visité, por primera vez desde que salí de allí, la pedanía de San Vicente de Alconada, una pequeña aldea cercana a Salamanca. Es el pueblo donde nací, el 20 de enero de 1920, y donde pasé los primeros años de mi niñez, junto a mis padres, jornaleros del campo, que cultivaban desde la madrugada al anochecer una tierra que no les pertenecía. Los vecinos y las autoridades organizaron un pequeño acto por mi regreso. Yo no asimilo bien los homenajes que me han ofrecido durante todos estos años, pero este, sin duda, fue uno de los actos más sencillos y entrañables en los que he participado, porque de aquella tierra surgió mi familia y yo mismo, y de allí partimos sin saber qué nos esperaba, cuál sería nuestro destino. Pienso que, si nos hubiéramos quedado allí, muchas cosas no habrían sucedido. Pero la vida no puede predecirse, no queda más remedio que vivir y sobreponerse a lo que llega. Fue emocionante el retorno fugaz a mi pequeño pueblo. Algunos recuerdos se abalanzaron sobre mí de forma inconexa bajo el fuerte sol del verano de Castilla: la miseria de la aldea, la espera a mi padre cada anochecer, su olor a fatiga después de la jornada de trabajo en el campo, el rayo que durante una tormenta partió en dos un árbol, abrasándolo como si fuera un presagio. Aquel día celebramos todos juntos el regreso a mi tierra de origen, descubrimos una placa en un pequeño jardín que lleva mi nombre y conmemoramos de forma fraternal el encuentro comiendo una gran paella bajo una acogedora arboleda. Después, entonamos
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