Marcos Ana - Decidme cómo es un árbol

Emotiva memoria de la prisión, el exilio y la lucha por la libertad y la democracia, en la voz de un gran humanista y poeta. El libro narra los 23 años pasados en prisión, su lucha desde la poesía desarrollada entre muros. La libertad recuperada, el desarrollo de una enorme actividad solidaria desde su posterior exilio en Francia, donde crea el CISE, un faro de la cultura española. Su peregrinación por el planeta convertido en un símbolo de la solidaridad internacional, la lucha antifranquista, buscando rescatar la convivencia democrática.

Marcos Ana

Memoria de la prisión y la vida

ePub r1.0

Titivillus 01.08.17

Título original: Decidme cómo es un árbol

Marcos Ana, 2007

Prólogo: José Saramago

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A mis padres, Marcos y Ana, victimas inocentes de la guerra y sus consecuencias.

A mi hijo Marcos, y a su madre, Vida Sender

A las nuevas generaciones en cuyos surcos hemos sembrado nuestra historia.

A mis camaradas de cautiverio y a todos los hombres y mujeres del mundo que lucharon y siguen luchando por la libertad.

Agradecimientos

A José Saramago, al que me unen tantas cosas, por su amistad, su prólogo y sus hermosas palabras. Y a Pilar del Río, su esposa y excelente periodista, con gratitud y la misma fraternidad.

A María Luisa Calvo, a Diego Navarro y a su hija Sandra que me acompañaron, día a día, en esta difícil aventura de escribir mi vida.

A Chusa y Félix Pérez que me ofrecieron generosamente un lugar espléndido y silencioso para facilitar mi trabajo.

A Sara Vial, «la novia de Valparaíso», que despertó en mi memoria sentimientos y recuerdos olvidados o perdidos.

Y, finalmente, a mi amigo Teodulfo Lagunero que año tras año me incitaba a escribir mis Memorias.

VII

EL PRINCIPIO DEL FIN

… sube la vida a borbotones, a mares, desmantelada sube, sacudida. Pero ella es otra vez. Ella: la vida.

RAFAEL ALBERTI

LA MUERTE DE FRANCO. La madrugada del día 20 de noviembre de 1975 los amigos me despertaron con una noticia: ¡Franco acaba de morir!

Me vestí apresuradamente y me fui al CISE donde ya se encontraban algunos compañeros franceses y españoles brindando con champán. Fue una tontería por mi parte, pero yo no quise brindar. Franco había muerto en la cama, no logramos acabar con su poder en vida y me hubiera gustado brindar, no por un difunto sino por el más despreciable dictador vivo y derrotado.

No obstante con la muerte de Franco se abrían, sin duda, nuevas posibilidades, aunque en aquellas horas no confiábamos en «el Heredero» o Juan Carlos «el Breve» como le apellidaba la gente en aquellos días. La verdad es que había que recurrir a un milagro de la genética política para creer que una criatura de Franco pudiera nacer con vocación democrática. De todas maneras eran juicios precipitados, había que esperar a que hablase el Futuro.

Un pintor nos hizo un dibujo para un cartel que editó el CISE. Era un naipe que contenía en un extremo la cara del príncipe y en el otro un sello de correos con el rostro del Caudillo; en torno al naipe campeaba una leyenda: «Ayer bastos, hoy espadas: o jugamos todos o rompemos la baraja». Fue la primera reacción cautelar, frente a un intento de cambio con exclusiones.

EL PRINCIPIO DEL FIN. Desde que Juan Carlos, el 19 de julio, asumió interinamente la Jefatura del Estado por la grave enfermedad del Caudillo, sabíamos que enfilábamos el principio del fin y los acontecimientos podían precipitarse. Los comunistas estábamos preparados, pero éramos conscientes de que no podíamos ir solos al encuentro del futuro. Por iniciativa del PCE el 24 de julio de 1974 se había creado la Junta Democrática, que jugó un gran papel tendiendo puentes de entendimiento, incorporando a personalidades representativas, barajando alternativas… Después de la muerte de Franco se hizo más apremiante la necesidad de que la oposición democrática se agrupara y tuviera voz propia y firme para negociar con los reformistas del Régimen e impedir que colocaran en una vía estrecha, o muerta, el proceso del cambio de la Dictadura a la Democracia.

El 11 de junio de 1975 se crea la Plataforma de Convergencia Democrática, impulsada por el PSOE, lo que llevaría después a la que se llamó la Plata-Junta.

En ese período, entre el otoño de 1975 y los primeros meses del 77, no cesó la represión. No se expresó a través de procesos y fusilamientos, los últimos ejecutados fueron cinco miembros de ETA y del FRAP en septiembre del 75.

Fue sobre todo una represión contra la clase obrera y los estudiantes, contra las huelgas y manifestaciones que agitaban el país. La Guardia Civil, la Policía Armada y grupos de pistoleros provocaron en esas fechas más de cuarenta muertos y centenares de heridos. Era un intento de restaurar el terror. Pero las huelgas y las protestas sociales se multiplicaban.

Simultáneamente los cantautores, con su canción protesta, en Madrid, en Barcelona y en el resto de España reunían un público cada vez más numeroso y entusiasta, especialmente de jóvenes, y nada podía apagar aquella marea de rebeldía que crecía sin cesar. Hay que reconocer la aportación de esos cantantes a la creación en esos años de un clima de insumisión y libertad: Raimón, Lluis Llach, Paco Ibáñez, Labordeta, María del Mar Bonet, Pi de la Serra, Marina Rosell, Serrat, Eduardo Aute, Víctor Manuel, Ana Belén, Rosa León, Sabina, Meneses, Morente, Gerena, Luis Pastor, Elisa Serna…

Pero la represión continuaba. Conocida fue la masacre de Vitoria. El 3 de marzo de 1976 la Policía Armada rodeó a unos mil trabajadores que estaban celebrando una asamblea pacífica en una parroquia de Gasteiz. Fueron gaseados para obligarles a salir y les balearon matando a cinco de ellos y causando numerosos heridos. Y el caso de los abogados de Atocha en enero del 77, donde cinco compañeros fueron alevosamente asesinados por pistoleros fascistas.

Pese a todo, el año 1976 fue un año decisivo e intenso. El viejo Régimen estaba cada vez más desfasado, sin más brújula que la violencia y sin solución de continuidad en las postrimerías la Dictadura. Se encontraba, a la vez, dividido entre los reformistas que buscaban un cambio tibio, lo menos profundo y a ser posible sin los comunistas, y los que seguían acuartelados en el búnker franquista, con las manos en las empuñaduras de sus espadas.

Ante la batalla que se estaba librando, el Partido Comunista planteó que todos sus cuadros y dirigentes volvieran a España. Había que salir a la luz, vivir cerca de los acontecimientos e intervenir en ellos. No sólo se trataba de la caída de la Dictadura, sino del calado político y social que iba a tener la Transición.

El mismo Santiago Carrillo decidió entrar en España y lo hizo, clandestinamente, ayudado por nuestro común amigo Teo Lagunero y su esposa Rocío, en un Mercedes y con su famosa peluca. Recuerdo que unos días antes estuvimos comiendo en Valoris, en casa de Eugenio Arias, el peluquero de Picasso. Santiago vivió desde su regreso una azarosa aventura, entre la luz y la sombra.

El límite de la tolerancia de los reformistas del Régimen no iba más allá de los socialistas, que pudieron celebrar su Congreso en Madrid. A los comunistas se les vigilaba, se les perseguía e incluso encarcelaba.