Groucho Marx - Memorias de un amante sarnoso
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- Libro:Memorias de un amante sarnoso
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1963
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Memorias de un amante sarnoso: resumen, descripción y anotación
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JULIUS HENRY MARX. Conocido artísticamente como Groucho Marx (Nueva York, 2 de octubre de 1890-Los Ángeles, 19 de agosto de 1977) fue un actor, comediante y escritor estadounidense, conocido principalmente por ser uno de los miembros de los Hermanos Marx.
Julius Henry Marx nació en Nueva York y creció en el seno de una modesta familia de inmigrantes alemanes judíos. Groucho debutó en el mundo del espectáculo a los 15 años como cantante solista. Pasado algún tiempo comenzó a actuar junto a sus hermanos en el vodevil, primero en tríos o cuartetos musicales y finalmente en revistas. La obra Cocoanuts, interpretada de 1925 a 1928, dio a los Marx su oportunidad en Broadway. A raíz de este éxito, firmaron un acuerdo con la productora de cine Paramount, con la que hicieron varias películas, como Los cuatro cocos, Plumas de caballo y Sopa de ganso, entre otras. Tras salir de la Paramount, y gracias al productor Irving G. Thalberg, los hermanos Marx comenzaron a trabajar con la Metro Goldwyn Mayer, de donde salieron películas como Una noche en la ópera y Un día en las carreras. En los 50 cada uno de los tres hermanos continuó trabajando independientemente en radio, televisión y cine, siendo Groucho el que más éxito cosechó, gracias a su faceta como escritor y por su programa televisivo Apueste su vida, con el que se hizo realmente famoso en los Estados Unidos entre una generación de personas que nunca lo habían visto en el teatro y que apenas lo conocían de alguna de sus viejas películas.
Groucho Marx recibió un Óscar honorífico en 1974 y falleció en Los Ángeles en 1977, dejando millones de admiradores.
Desde mi mecedora
En la penumbra puede observarse la presencia de un despojo de hombre, marchito y arrugado, que se balancea incesantemente sobre una caduca mecedora. Es el que fue nuestro trasnochado conquistador. De vez en cuando, da una chupada a su vieja pipa de espuma de mar. En la chimenea, las llamas se extinguen lentamente. Las pavesas que relucen en ella parecen simbolizar las pasiones que otrora dieron calor al corazón de nuestro Lotario.
Una débil sonrisa ilumina su semblante, al pensar, una vez más, en sus numerosas conquistas; en las bellezas internacionales que capitularon ante su mirada fascinadora y su garbosa figura. En su memoria danzan las afortunadas que no supieron negarle sus favores. Las desgraciadas que le rechazaron, siguiendo los designios de un hado estúpido que las privó de una felicidad que pudo ser suya si hubieran tenido el valor suficiente para aceptar su reto de nadar juntos en el mar de las pasiones, danzan también en su recuerdo, pero lo hacen con menos alegría. La sonrisa se acentúa cuando piensa en los airados maridos y las ninfomaníacas, que tuvo que esquivar con mayor o menor fortuna. Nuestro héroe no tiene de qué arrepentirse. Pasó su vida bebiendo largamente en la fuente del amor, y tomó para sí, liberal e imparcialmente, los suculentos frutos que sólo esperaban a un hombre audaz, sin miedo a la vida e indiferente a los peligros que acechan desde unos brazos femeninos.
De haberlo querido, pudo haber sido un magnate de los negocios, un jefe en el ejército, un Hamlet en el teatro y tantas otras cosas, pero desde su más tierna infancia quedó señalado por un destino erótico. Sabía ya que la obra de su vida quedaría marcada por una incesante sucesión de tentadoras y artificiosas hembras.
Acaso, también, pudo ser un gran cazador; pero no un vulgar cazador de osos y elefantes, y menos aún de leonas gestantes. El ideal del cazador que tiene todo el mundo, es una figura juvenil que nunca creció y jamás lo hará. Es un muchacho que nunca llegará a ser hombre. Penetra en la selva ataviado convencionalmente, con su carabina, su machete y su servidor negro de pelo ensortijado. Va dispuesto a matar a cualquier inocente animal indefenso, que, todo lo más, contará con unos colmillos y unas desafiladas garras.
¿Puede ser ésta la meta de un varón hecho y derecho? ¡Hombre, no! Como tampoco lo sería poseer a una mujer, sometiéndose para ello a los sagrados lazos del matrimonio. De todos es sabido que apenas existe una hembra capaz de resistir la mano que le ofrezca en matrimonio cualquier imbécil dispuesto a matarse trabajando para mantenerla. El hacer el amor a la mujer propia, es como cazar patos en el suelo.
El connaisseur del sexo, el verdadero misógamo, se mofa de unos trillados senderos del amor. Desea lo que desea, pero de un modo fugaz. Para él, el anillo matrimonial es una pesada cadena. Es cierto que le atrae el palpitante cuerpo de la mujer, pero sin anillos de platino ni comprometedoras alianzas. Cuando ella se rinde, él sale corriendo a asediar otras fortalezas.
Con las gracias naturales que le adornan, no tiene problemas. En sus manos, las mujeres son como cera derretida que se consume ante sus ojos. Las trata a todas según se merecen. Éste es el verdadero cazador.
Pero ¿a qué seguir? Ha sido una larga y deliciosa charada. Aunque ahora ya no es más que un viejo libertino, no por ello ha perdido su sabiduría. Tiene plena conciencia de la decadencia sexual que la edad impone imparcialmente a héroes y cobardes, y conoce perfectamente sus propias limitaciones. Se da cuenta de que el crujido que oye no procede de la mecedora, sino que sale de su achacoso organismo, que se queja como puede. Sus conquistas y sus victorias, aunque no enteramente pírricas, exigieron su inevitable tributo.
Las pavesas que aún resplandecían entre la ceniza han acabado por extinguirse. Los párpados le pesan cada vez más, y, a poco, queda sumido en un profundo sueño.
No, caro lector; no ha muerto. Pero, como tú y yo sabemos, también pudo ser así.
Título original: Memoirs of a Mangy Lover
Groucho Marx, 1963
Traducción: Diego Hernández
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Dado que Groucho habla en pulgadas, no está de más recordar que eso equivale a 92-56-92. (N. del T.)
[2] Muchos ingenieros pecuarios afirman que el buey es el animal más cornudo que existe.
[3] Antes del colesterol.
[4] Longitud 8493. Dirección desconocida.
[5] Lovella Parsons y Hedda Hopper.
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«Escribí este libro durante las interminables horas que empleé esperando a que mi mujer acabara de vestirse para salir. Si hubiera andado siempre desnuda, nunca habría tenido la oportunidad de escribirlo».
De sobras sé que el título de este libro es capcioso, pero lo cierto es que hay mil modos de vender un libro, como los hay de desollar un gato. Claro que no existe ninguna relación entre ambas cosas… sin embargo, tenía yo una tía que siempre decía que existen mil modos de desollar un gato. Un buen día, bajo una ola de calor que se abatía sobre el East Side de Nueva York, cedió a sus impulsos y no tardaron en llegar unos hombres vestidos con batas blancas que se la llevaron, mientras aún sostenía el pellejo del gato. Fue un espectáculo poco ameno. Por otra parte, parece que mi tía no andaba muy equilibrada.
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