Henry Marsh - Ante todo no hagas daño
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- Libro:Ante todo no hagas daño
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
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Ante todo no hagas daño: resumen, descripción y anotación
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A punto de poner fin a una dilatada carrera plena de éxitos y reconocimiento, Henry Marsh —uno de los neurocirujanos más eminentes de Gran Bretaña— ha querido exponer a los ojos del mundo la esencia de una de las especialidades médicas más difíciles, delicadas y fascinantes que existen. El resultado es este volumen que ha cautivado y conmovido tanto a los críticos más exigentes como a todo tipo de lectores, y que poco tiempo después de su publicación se encaramó a las listas de más vendidos del Sunday Times y el New York Times. Escogido «Mejor Libro del Año» por el Financial Times y The Economist, obtuvo los premios PEN Ackerley y South Bank Sky Arts y fue finalista del Costa Book Award, el Guardian First Book Award y el Samuel Johnson de no ficción.
A los mandos de un microscopio ultrapotente y un catéter de alta precisión, el doctor Marsh se abre camino por los intersticios del cerebro. Con frecuencia, de su pericia y de su pulso dependen que un paciente recupere la visión o acabe en una silla de ruedas. Hay días en los que salva vidas, pero también hay jornadas nefastas en las que un pequeño error o una cadena de infortunios lo hacen sentirse el ser más desdichado sobre la faz de la Tierra.
Mucho más cercano a una confesión personal que a una autobiografía complaciente con el autor, este libro —cuyo título se inspira en el juramento hipocrático— supone un auténtico alarde de valentía y de honestidad intelectual, un relato vibrante y luminoso que logra remover nuestros sentimientos más profundos y ensanchar nuestro umbral de sabiduría y compasión.
Henry Marsh
ePub r1.1
Titivillus 22.09.16
Título original: Do No Harm
Henry Marsh, 2014
Traducción: Patricia Antón de Vez
Diseño de cubierta: Tom Pilston / Eyevine / Contacto
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Kate.
Sin ella, este libro nunca
se habría escrito
«Ante todo, no hagas daño…»
Frecuentemente atribuido a
HIPÓCRATES DE COS, c. 460 a. C.
«Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y pesar, en el que debe buscar explicación a sus fracasos».
RENÉ LERICHE,
La filosofía de la cirugía, 1951
Cuando estamos en el hospital, enfermos, temiendo por nuestra vida y a la espera de una cirugía aterradora, tenemos que confiar en los médicos que nos tratan. Si no lo hacemos así, la vida se vuelve muy complicada.
Muchas veces, para superar nuestros temores, incluso atribuimos a los médicos cualidades sobrehumanas. Si la operación es un éxito, el cirujano es un héroe; si fracasa, es un villano.
La realidad, por supuesto, es completamente distinta. Los médicos son humanos, como el resto de nosotros. Gran parte de lo que ocurre en los hospitales es cuestión de suerte, y la suerte puede ser buena o mala. El médico pocas veces tiene control alguno sobre el éxito y el fracaso. Saber cuándo no hay que operar es tan importante como saber operar, y la experiencia en lo primero es más difícil de adquirir.
La vida de un neurocirujano nunca es aburrida y puede resultar profundamente gratificante, pero se cobra su precio. Es inevitable que uno acabe cometiendo errores, y debe aprender a vivir con las consecuencias, a veces espantosas. Debe aprender a ser objetivo ante lo que ve y, al mismo tiempo, no olvidar que está tratando con personas. Los relatos de este libro versan sobre mis intentos —y ocasionales fracasos— de encontrar el equilibrio que se requiere en la carrera de un cirujano entre el necesario distanciamiento y la compasión, entre la esperanza y el realismo. No pretendo minar la confianza de la gente en los neurocirujanos —ni en la profesión médica, ya puestos—, pero confío en que este libro ayude a comprender las dificultades, tan a menudo más de naturaleza humana que técnica, a las que se enfrentan los médicos.
Pineocitoma
m. Med. Tumor de la glándula pineal, poco frecuente y de crecimiento lento.
A menudo me veo obligado a hurgar en el cerebro, y eso es algo que detesto hacer. Con unas pinzas bipolares, coagulo los hermosos e intrincados vasos sanguíneos que recorren la brillante superficie del cerebro. Hago una incisión con un bisturí pequeño y abro un orificio por el que introduzco una fina cánula conectada al aspirador quirúrgico. El cerebro tiene una consistencia gelatinosa, y el aspirador ha acabado siendo la herramienta principal del neurocirujano. Observando a través del microscopio quirúrgico me abro paso poco a poco por la sustancia blanca de la masa cerebral, en busca del tumor. La idea de que mi aspirador avance a través del pensamiento en sí, de la emoción y la razón, de que los recuerdos, los sueños y las reflexiones puedan formar parte de esa gelatina, resulta demasiado extraña como para comprenderla. Mis ojos sólo ven materia. Y, sin embargo, sé que si penetro por equivocación donde no debo, en la zona que los neurocirujanos llamamos el «cerebro elocuente», cuando acuda a la sala de recuperación después de la cirugía para comprobar mis logros, me encontraré con un paciente con secuelas y discapacitado.
La neurocirugía es peligrosa, y la tecnología moderna no ha hecho sino reducir el riesgo hasta cierto punto. Para la cirugía cerebral, por ejemplo, suele utilizarse la llamada «neuronavegación», una especie de GPS del cerebro. Esta técnica utiliza unas cámaras de infrarrojos que, como satélites en órbita alrededor de la Tierra, enfocan la cabeza del paciente. Las cámaras pueden «ver» los instrumentos que tengo en las manos, que llevan bolitas fluorescentes sujetas a ellos, y un ordenador conectado a las cámaras me muestra la posición del instrumental que estoy utilizando en ese momento en el cerebro del paciente, gracias a un escáner realizado justo antes de la cirugía. Eso me permite operar con el paciente despierto y con anestesia local, e identificar las zonas elocuentes del cerebro estimulándolo con un electrodo. El anestesista hace que el paciente ejecute una serie de tareas sencillas, y así podemos ver si causo algún daño a medida que avanza la operación. Si se trata de una cirugía de la médula espinal, más vulnerable incluso que el cerebro, puedo utilizar un método de estimulación eléctrica conocido como «potenciales evocados», para que me avise si estoy a punto de provocar una parálisis.
Aun así, pese a toda esa tecnología, la neurocirugía sigue siendo peligrosa. Cuando mi instrumental penetra en el cerebro o la médula espinal son necesarias la destreza y la experiencia, y uno tiene que saber cuándo parar. A menudo, incluso es mejor dejar que la enfermedad del paciente siga su curso natural y no operar siquiera. Y luego está la suerte, tanto la buena como la mala; a medida que adquiero más y más experiencia, me doy cuenta de que la suerte es cada vez más importante.
Tenía que operar a un paciente con un tumor de la glándula pineal. En el siglo XVII , el filósofo dualista Descartes defendía que mente y cerebro eran entidades completamente independientes, y situó el alma humana en la glándula pineal. Según él, era ahí donde el cerebro material, de alguna forma mágica y misteriosa, se comunicaba con la mente y el alma inmateriales. No sé qué habría dicho de haber podido ver a mis pacientes observando su propio cerebro en un monitor de vídeo, como hacen algunos de ellos cuando los opero con anestesia local.
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