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Henry James - Viajes con Henry James

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Henry James Viajes con Henry James
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    Viajes con Henry James
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    2017
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Viajes con Henry James: resumen, descripción y anotación

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Los reportajes de viajes de Henry James para la revista The Nation, reunidos por primera vez en un libro. Este libro reúne por primera vez los reportajes de viajes que publicó Henry James en la revista The Nation durante los años en que escribió sus novelas más célebres, incluidos una ruta por las ciudades de la Toscana, una exposició de arte en París en 1872, un viaje veraniego por la campiña británica, una excursió a las cataratas de Niágara… Una extraordinaria colecció de textos evocadores, llenos de humor ycon un punto de acidez, en los que el lector reconocerá sin duda del genio incomparable del autor de Retrato de una dama. «Henry James es un encantador compañero de viaje.» The Wall Street Journal «Este libro es un placer que desearía haber leído antes. Viaja con Henry James: ¡no te aburrirás jamás!» Harold Evans, fundador de Conde Nast Traveler

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HENRY

JAMES

Viajes con

Henry James

Traducción de Borja Folch

Créditos Título original Travels with Henry James Traducción Borja Folch - photo 1

Créditos

Título original: Travels with Henry James

Traducción: Borja Folch

1.ª edición: abril, 2017

© The Nation Company, LLC, 2016

Representado por RDC Agencia Literaria

© Ediciones B, S. A., 2017

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-694-1

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright , la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

PRÓLOGO

PRÓLOGO

_______________________

H ENDRIK H ERTZBERG

Henry James era un arrogante freelancer de veintidós años cuando publicó, en el número del 16 de noviembre de 1865 del semanario The Nation , que llevaba cuatro meses en la calle, una de las críticas más demoledoras de la literatura estadounidense. En su reseña anónima de un libro — Drum-Taps , una colección de lo que rechazó como «poemas espurios»— lo consideró «una ofensa contra el arte», «burdo», «monstruoso», carente de «sentido común» y «agresivamente descuidado, falto de elegancia e ignorante». Establecidos estos preliminares, el futuro autor de Retrato de una dama , Daisy Miller , Los embajadores , La copa dorada , Otra vuelta de tuerca y mucho, mucho más, procedía a dirigirse directamente al censurable poeta, reprendiéndolo como sigue: «Ser adoptado como poeta nacional no es suficiente para descartar cualquier cosa en concreto ni para aceptar cualquier cosa en general, para acumular rudeza tras rudeza, para descargar los contenidos sin digerir de sus cuadernos sobre el regazo del público. Debe respetar al público al que se dirige; pues este tiene gusto, aunque usted no lo tenga... No basta con ser grosero, lúgubre y adusto. También debe ser serio.»

Perdonémoslo. Era joven y rebosaba energía y entusiasmo. Con el tiempo, como es natural, Henry James cambiaría de opinión acerca de Walt Whitman, tanto es así que, en 1904, él y Edith Wharton pasaban largas veladas leyendo en voz alta y con regocijo Hojas de hierba . (Mientras James leía, recordaría Wharton, «su voz llenaba la habitación silenciosa como el adagio de un órgano», y exclamaba, «¡Oh, sí, un gran genio, sin duda un grandísimo genio!».)

Menos mal que el James maduro no estaba en situación de destruir sus abominaciones de juventud, ninguna de las cuales, por cierto, era abominable. (Incluso su arrebatada demolición de Whitman crepita con una portentosa exuberancia.) Valgan de ejemplo los relatos de viajes reunidos en este volumen. Aparte de ser deliciosos por derecho propio, estas no abominaciones de juventud son importantes por lo que presagian. Se cuentan entre los primeros balbuceos de una gran carrera con pocas semejanzas entre los escritores estadounidenses y británicos —o entre los escritores de cualquier nacionalidad, si vamos al caso— del periodo entre la Guerra de Secesión y la Primera Guerra Mundial. (Para la literatura, la Edad de Oro fue de veinticuatro quilates.)

El inmortal chiste de Samuel Johnson —«Nadie más que un tarugo escribió alguna vez, excepto por dinero»— no era aplicable a Henry James. Al menos, no del todo. En sentido estricto, James no «necesitaba» dinero. Su padre, Henry James Sr., había heredado el equivalente actual a ocho millones de dólares y, por lo general, estaba dispuesto a proporcionar una carta de crédito cada vez que uno de sus hijos andaba escaso de dinero en efectivo. Henry Jr. amaba a su padre, a su madre, a sus hermanos y a su hermana, pero también amaba la independencia. Solo quería escribir y quería escribir lo que quisiera escribir, y quería ir donde quisiera ir y solo quería rendir cuentas consigo mismo. En última instancia, escribió para hacer arte. Pero también escribió para soltar lastre, para liberarse a fin de hacer arte. Escribió por escribir. Para él escribir era un propósito en sí mismo; pero no el único propósito, no cada vez que se sentaba a su escritorio.

En una época en la que pocos miembros cultivados de las clases media y media-alta podían permitirse viajar por placer, pasear de prestado era lo más parecido. Había un próspero mercado para los relatos de viajes. Aumentaban las tiradas, y las revistas estaban ansiosas por sacar provecho. Incluso una revista menor e intelectualmente elitista como The Nation —que entonces, como ahora, se consagraba a la política, con una sección de crítica cultural— quería su parte del pastel.

Con cierta modestia, James también. El dinero rara vez motiva a los escritores de la Nation actual, pero para James, en aquel entonces, ocupaba un puesto alto en la lista. Los honorarios que percibía por estos artículos —50 dólares la pieza— quizá no parezcan gran cosa, pero eran suficientes para que recorriera buena parte del camino hacia la autosuficiencia mientras deambulaba por el noreste de Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa occidental durante la década de 1870, acumulando impresiones que, tarde o temprano, aparecerían en sus novelas y sus cuentos.

Henry James era, casi literalmente, un viajero nato. Apenas tenía seis meses en octubre de 1843 cuando, junto con su familia, cruzó el Atlántico por primera vez. (Los James lo hicieron a lo grande, a bordo del Great Western , un vapor de ruedas con el casco de madera, de un tamaño y un lujo sin precedentes.) Efectuó otras cuatro travesías en la adolescencia, yendo a una apabullante variedad de colegios, estudiando con una sucesión de profesores particulares y convirtiéndose en un asiduo visitante bilingüe de Londres, París y Ginebra. Pasó buena parte de la década de 1860 en Estados Unidos, mayormente en Boston y Cambridge. No regresó a Europa hasta 1869, esta vez como adulto y enfáticamente por su cuenta, para quince meses de viaje intensivo; Londres de nuevo, París de nuevo, Ginebra de nuevo y entonces, en un estado rayano en el éxtasis, Italia: Milán, Verona, Padua, Venecia, Pisa, Nápoles, Génova, Florencia y Roma.

Cuando regresó a Cambridge tenía veintisiete años. Todavía no había escrito un solo libro ni era famoso, pero sus críticas y relatos lo habían convertido en el favorito de los directores de las mejores revistas. Leon Edel, el biógrafo definitivo de James, resume el paso siguiente de su personaje, así como los motivos que hay detrás:

Apenas acababa de establecerse de nuevo en Quincy Street a principios de verano de 1870 cuando convenció a The Nation para que aceptara una serie de artículos sobre viajes de su pluma; visiones de Rhode Island, Vermont, Nueva York. Fue una oportunidad para ganar algo de dinero en efectivo; también fue una manera de convencer a The Nation de lo vivaz que podía ser como cronista de viajes, sobre todo si estuviera en Europa.

Existía, no obstante, un incentivo más profundo. Estaría «angustiado cual náufrago», dijo a [su gran amiga] Grace Norton, si regresaba a Europa con una «ingrata ignorancia y negligencia» de su tierra natal. Por consiguiente iría a «ver todo lo que pueda de América y lo restregaré con resuelto fervor». Su gira consistió en una estancia de un mes en Saratoga, donde tomó las aguas y «astutamente observaría muchas idiosincrasias de la civilización estadounidense; una semana en Lake George; quince días en Pomfret, donde sus padres estaban de vacaciones; y otros quince días en Newport».

Al menos tres cosas resultan especialmente llamativas a este respecto. En primer lugar, el joven James se considera suficientemente extranjero en su tierra natal para sentirse obligado a emprender un trabajo de campo, un programa sistemático de estudios cuyo objetivo era familiarizarse con sus rasgos geográficos y sociales. En segundo lugar, se propone recorrer una porción extraordinariamente reducida de su país. A fin de «ver todo lo que pueda de América», traza un itinerario que consiste únicamente en prósperos centros turísticos del Noreste. En tercer lugar, además de ponerse al día sobre «América» y ganar un poco de dinero, pretende inducir a The Nation a subvencionar su viaje por Europa, el lugar donde su fervor era verdaderamente resuelto. Sus seis ensayos para The Nation sobre lugares de Estados Unidos le valen otros diecisiete sobre Inglaterra, Escocia, Francia, Alemania y, con sumo cariño, sobre Italia.

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