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Francisco Tarazona - Yo fuí piloto de caza rojo

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Francisco Tarazona Yo fuí piloto de caza rojo

Yo fuí piloto de caza rojo: resumen, descripción y anotación

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La literatura de acción nos da la imagen de lo que queremos ser. De ahí la atracción que ejercen escritores como Joseph Conrad y Antoine de Saint Exupéry. Pero estos escritores han hecho algo más que presentarnos hombres aventureros, que aman la acción por la acción. Sus hombres, y ahí está lo más importante, actúan porque están comprometidos. Si Conrad nos ha dado el mar como el escenario en que los hombres anudan o desatan sus conflictos, Sain Exupéry nos ha dado el cielo, pero no aquel de los dioses, no el cielo inalcanzable de los poetas, sino uno más bajo, más cercano al hombre. Un cielo que refleja el alma misma del hombre, y que, por eso tanto puede ser hermoso como terrible. El paisaje, decía Unamuno, es un estado de ánimo. También el cielo. El cielo en este libro es el de un momento preciso de España. Con recuerdos y con trozos de diario ha escrito este libro Francisco Tarazona. No es una «visión panorámica» o un alegato político, sino el testimonio parcial, comprometido, de «uno de ellos». Con un estilo directo, preciso, que no se niega a la división poética, estas páginas recrean aquellos momentos, aquellos hombres. Con sus actos, heroicos y mínimos, cotidianos. Y sabemos de momentos escalofriantes como la muerte de Eloy, o el vuelo espectral de un bombardero con la tripulación muerta. Y está la camaradería, el amor y la alegría; todo eso, en fin, capaz de ganarle terreno aunque sólo sea un palmo, a la peste que sopla sobre la tierra: el odio y la violencia.

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ABRIL

DE ABRIL. Damos protección a «Katiuskas» en el sector de Barbastro y Samiena. El fuego de la AA nos da el susto de costumbre. Salimos también a proteger bombarderos en la linea Caspe-Alcañíz. Sin novedad.

Mañana, día de mi santo, lo «festejaré» yendo a Celrá por el «Mosca» 139, recién salido de la fábrica. Y aprovecharé para saludar a un piloto de mi curso que trabaja como piloto de pruebas.

5 de abril. Nuestra misión es proteger bombarderos en acción sobre Alcañiz. Ahora tenemos que esperar turno para volar: tan grande es la escasez de material.

El despliegue de las fuerzas enemigas es fenomenal; de una ojeada se puede ver por dónde avanzan. En todos los sectores se desbordan sus divisiones; solamente encuentran oposición donde los nuestros logran acumular, con grandes sacrificios y dejando al descubierto otras líneas, tropas que resisten valientemente los golpes de una fuerza superior.

Lo asombroso es que no se haya iniciado una desbandada. Lo que vemos desde el cielo y las noticias que nos llegan del frente nos desconsuelan. El enemigo está prácticamente a la vista del Mediterráneo. Las tropas republicanas de refuerzo, que llegan por carretera de la zona central y de Levante, están sometidas a intensos ametrallamientos en el tramo entre Vinaroz y Tortosa, También los pocos barcos que se acercan a la costa son bombardeados y ametrallados. La artillería enemiga de largo alcance los acosa.

9 de abril. Hoy, desde temprano, noto un revuelo de palabras veladas entre los miembros de la escuadrilla. Parece que vamos a realizar un vuelo sobre Barcelona. ¿Para qué? No nos lo han dicho.

Toda la Aviación republicana deberá estar reunida sobre Reus en una hora. Daremos varias pasadas en vuelo rasante sobre la gran ciudad catalana. Los vuelos al frente han sido suspendidos. Los soldados pensarán que la guerra ha terminado; pero no, nada de eso.

Claudín, enfadado, nos informa de que el vuelo sobre Barcelona es para dar moral a la población civil, que está aterrada. Entre los bombardeos que ha sufrido y las noticias que le llegan del frente se ha desmoralizado. Yo pienso en los soldados. Ellos sí tienen motivos para estar desmoralizados, y, físicamente, deshechos. Y puesto que el pánico no ha cundido entre ellos, son dignos de admiración. De todas maneras necesitamos a Barcelona, entera, sin resquebrajamientos de ninguna clase.

Los soldados deberán esperar por esta vez.

Volamos sobre Barcelona cincuenta o sesenta aviones republicanos. Toda la fuerza de que disponemos, salvo una escuadrilla de «Moscas» que está en el Sur. La visión es formidable. Siento ganas de gritar de gusto. En las calles, la gente levanta la vista para saludarnos y mueve nerviosamente las manos. Siento desde aquí arriba como si fuéramos los nuevos mesías que llegan a salvar al pobre pueblo.

Al cabo de poco tiempo, mi disgusto inicial ha desaparecido, aunque deseo que termine el servicio para regresar al frente, donde los soldados nos esperan.

Claudín, despotrica a más no poder.

—¡Ojalá que ellos fueran los que están allá en las líneas! Ya verían lo que son bombardeos y pasarlo mal —dice.

Yo pienso que tiene razón, pero… cada uno ve la guerra a su modo.

10 de abril. Salimos a proteger «Katiuskas» en el sector de Fayón-Mequinenza. Volvemos sin novedad. Luego, me dan la orden de trasladar el «Mosca» 157 a Prat de Llobregat. Vuelvo con otro, el 120. Al aterrizar en Valls, casi capoto. Un fuerte viento me coge de costado. Al «Mosca» se le rompe la rueda derecha y la punta del plano izquierdo. Salgo ileso.

Día… Nos trasladan a Salou, en Tarragona. En un campito en el que apenas puede aterrizar el «Mosca». Está a orillas del mar, al Sur del cabo del mismo nombre; lo rodean viñedos por los tres costados restantes. Nos dan media hora para cargar gasolina y revisar las ametralladoras. En seguida salimos a proteger a nueve «Katiuskas» que van a bombardear un centro de comunicaciones en Valdealgorfa.

Hemos visto los efectos de un bombardeo del enemigo a unos kilómetros más al Sur. En el viraje de regreso pasamos a escasamente dos kilómetros de la formación enemiga. Se compone de trimotores Savoia y una gran protección de Fiat. Nos separamos sin entablar combate. Esta frialdad en la manera de proceder me hace pensar serenamente en la compleja mentalidad del hombre. Yo esperaba que las dos formaciones nos enzarzaríamos en un combate a muerte; sin embargo, al pasar casi nos hemos saludado. Posiblemente en el próximo servicio intentaremos sacarnos mutuamente el alma.

Estamos cargando gasolina después de nuestro regreso cuando suena el tiro de alarma avisando la presencia de aviación enemiga. Sólo tres «Moscas» podemos despegar. Me sucede lo mismo que en Caspe. Las explosiones de las bombas de los Savoia 79 hacen estallar mis oídos y me dejan la boca seca. Entre tumbos y caídas llegamos los tres cazas al mar. Comenzamos a hacer altitud sin perder de vista a los italianos: que viran hacia el Sur. Llevan unos tres mil metros. Apenas alcanzarnos a darles unas pasadas con las ametralladoras. Estamos lejos de ellos. No obstante, es bueno que se lleven la visión de las trazadoras.

Al aterrizar en Salou, veo dos «Moscas» incendiados. Varios campesinos han perdido la vida. El campo está hecho una criba. Aterrizamos como podemos.

De los nueve «Moscas» quedan siete, y, tres de ellos, están dañados por la metralla de las bombas, aunque no de importancia.

14 de abril. Amanece. Damos protección a seis «Katiuskas» en misión de bombardeo sobre San Mateo-La Jana. A 6000 metros entramos al mar, y, desde el cabo Tortosa, comenzamos a descender vertiginosamente. El frente humea. Las lenguas de fuego llegan ya a la costa. Al pasar sobre Ulldecona vemos el terrible cañoneo a que la están sometiendo. Las columnas de refuerzo procedentes de Valencia están siendo cortadas.

El enemigo está a un paso del mar.

Durante el regreso pienso en el Norte. Aunque aquí tenemos más lugar a donde ir, la situación es parecida. Se «huele» a lo mismo que allá. También pienso en la ayuda del extranjero, que no llega. Si tenemos tanta razón en nuestra lucha, ¿por qué nos abandona el mundo llamado democrático? ¡Están cortando en dos a España! ¿Qué es lo que esperan para decidirse? ¡Cuántas maldiciones me vienen a los labios!

15 de abril. El enemigo llega al mar por Vinaroz; su objetivo está cumplido. Cataluña es separada del resto, de la España republicana. No hemos tenido tiempo para darnos cuenta de la magnitud de lo que ha ocurrido ni de las consecuencias que tendrá en el futuro.

En un mes, el enemigo ha barrido nuestras tropas en tierra y a nosotros en el aire. Nuestro triunfo en Teruel ha sido anulado, y la impotencia nos hace llorar de rabia.

En el Alto Mando político-militar no sé qué estará ocurriendo; si tienen vergüenza, también llorarán.

Nos han dado la orden de trasladarnos a Sagunto.

En una hora hacemos la travesía. Como siempre, vamos de retirada.

Si Salou está entre viñedos, a Sagunto lo rodean naranjos.

Abril y en Valencia. ¡Cómo huelen los azahares! Todos los naranjos están en flor. La metralla los partirá, los desgajará como destrozó los viñedos de Salou, y los tronchará como a los manzanos de Asturias. Algo de la belleza de España que la guerra nos ha hecho sentir más intensamente que nunca, se pierde con cada árbol destrozado.

El conocimiento de que una fábrica de aviones ha sido montada en Alicante, y la llegada de un nuevo grupo de pilotos de las escuelas ha inyectado optimismo a nuestro espíritu alicaído Además, nos encontramos con la novedad de que se reorganiza la Aviación. Tendremos escuadrillas nuevas. ¿Habrá espíritu de Cuerpo? Eso, que tanto he echado de menos, ¿será posible? Habrá que creer en milagros.

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