La memoria mítica ha sostenido siempre que en la Tierra existe un lugar en el que podemos unirnos a los dioses y trascender la muerte. En «La escalera al cielo», su autor, Zecharia Sitchin, apunta este deseo de retornar a lo divino, dando así un paso más en sus fascinantes exploraciones sobre la historia de la Tierra. En sus análisis de las distintas leyendas que hablan de las tentativas humanas de ascender a los cielos, al igual que los dioses, en pos de la inmortalidad, el autor se adentra en las vidas de los faraones de Egipto que enseñaron cómo recorrer la ruta de los dioses hacia el eterno «más allá».
Además, Sitchin se adentra también en la vida de personajes ilustres: el rey sumerio Gilgamesh que viajó a tierras remotas tratando de «escalar hacia el cielo» y eludir así su destino de mortal; Alejandro Magno, quien creía ser hijo de un dios; y Ponce de León que exploró Florida en busca de la legendaria «fuente de la juventud».
Zecharia Sitchin
La escalera al cielo
Crónicas de la Tierra 2
ePub r1.0
XcUiDi04.02.14
Título original: The stairway to heaven
Zecharia Sitchin, 1980
Traducción: Toni Cutanda
Editor digital: XcUiDi
ePub base r1.0
ZECHARIA SITCHIN. (Bakú, Azerbaiyán, 11 de julio de 1920 - Nueva York, Estados Unidos, 9 de octubre de 2010). Fue un escritor, historiador y lingüista autodidacta, autor de una serie de libros, calificados por varios académicos como pseudocientíficos, que promueven la «teoría de los antiguos astronautas», el supuesto origen extraterrestre de la humanidad, la cual atribuye la creación de la cultura sumeria a los Anunnaki (o Nefilim) que proceden del planeta llamado Nibiru en el sistema solar.
BIBLIOGRAFÍA.
Serie Crónicas de la Tierra:
- El duodécimo planeta, 2002.
- La escalera al cielo, 2002.
- La guerra de los dioses y los hombres, 2002.
- Los reinos perdidos, 2002.
- Al principio de los tiempos, 2002.
- El código cósmico, 2003.
- El final de los tiempos, 2007.
Volúmenes complementarios:
- El libro perdido de Enki, 2003.
- El Génesis revisado, 2006.
- Encuentros divinos, 2006.
- Las expediciones de Las Crónicas de la Tierra, 2006.
- Viajes al pasado mítico, 2010.
- ¿Hubo gigantes en la Tierra?, 2010.
- El Rey que rehusó a morir: Los Anunnaki y la búsqueda de la inmortalidad.
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EN BÚSQUEDA DEL PARAÍSO
Cuentan las antiguas escrituras que hubo una época en que la inmortalidad estaba al alcance de la humanidad. Era una edad de oro, el hombre vivía con su Creador en el Jardín del Edén, cuidaba del pomar y Dios paseaba, gozando la brisa vespertina.
«Yahveh Dios, hizo crecer del suelo toda especie de árboles hermosos de ver y buenos de comer, y el Árbol de la vida en medio del jardín y el Árbol del conocimiento del Bien y del Mal. Un río salía del Edén para regar el jardín y de allá se dividía formando cuatro brazos. El primero se llama Fison (…); el segundo río se llama Geon (…); el tercer río se llama Tigris (…); el cuarto río es el Éufrates».
Adán y Eva tenían permiso para comer los frutos de todos los árboles, con excepción del fruto del Árbol del conocimiento. Cuando desobedecieron a la orden (tentados por la serpiente), Dios se quedó preocupado con el asunto de la inmortalidad:
Después dijo Yahveh Dios:
Si el hombre ya es como uno de nosotros,
Versado en el bien y en el mal,
Que ahora él no extienda la mano
Y coseche también del Árbol de la vida,
¡Y coma y viva para siempre!”.
Y Yahveh Dios lo expulsó del Jardín del Edén
Para cultivar el suelo de donde hubo sido quitado.
Él proscribió al hombre y colocó,
Delante del Jardín del Edén,
Los querubines y la llama de la espada flamante,
Para guardar el camino del Árbol de la vida.
Así, el hombre fue expulsado del lugar donde la vida eterna esperaba por él. Y, aunque proscrito, jamás cesó de recordar, ansiar e intentar alcanzar la inmortalidad.
Desde la expulsión del paraíso, los héroes han ido a los confines de la tierra en búsqueda de la inmortalidad. A algunos escogidos les fue dado encontrarla; gente simple afirmó haber llegado a ella por casualidad.
En el transcurrir de los tiempos, la búsqueda del paraíso fue algo que siempre se decía respecto de cada individuo. Sin embargo, en los mediados de este milenio, esa búsqueda se hizo una empresa oficial de poderosos reinos.
Según nos llevaron a creer, el Nuevo Mundo fue descubierto cuando los exploradores buscaban una ruta marítima para la India en búsqueda de riquezas. Eso es verdad, pero sólo en parte, pues lo que Fernando e Isabel, los reyes de España, más deseaban, era encontrar la Fuente de la eterna juventud, una fuente de poderes mágicos cuyas aguas rejuvenecían a los viejos y mantenían a las personas eternamente jóvenes, porque brotaba de un pozo del paraíso.
Ni bien Colombo y sus hombres desembarcaron en lo que pensaban eran las islas de la India (las «Indias Occidentales»), ellos pasaron a combinar la explotación de las nuevas tierras con la búsqueda de la legendaria fuente cuyas aguas «hacían a los viejos nuevamente jóvenes». Los españoles interrogaron, bajo tortura, a los «indios» capturados para que revelaran la localización secreta de la mítica fuente.
Quién más se destacó en esas investigaciones fue Ponce de León, soldado profesional y aventurero español, que salió de las filas para terminar como gobernador de parte de la isla de la Española, que actualmente es Haití, y de Puerto Rico. En 1511, él asistió al interrogatorio de algunos indios aprisionados. Al describir la isla que habitaban, los nativos hablaron de sus perlas y otras riquezas, y enaltecieron las maravillosas virtudes de sus aguas. Existe una fuente, contaron, donde un isleño «gravemente oprimido por la vejez» fue beber. Después de eso «él recuperó su fuerza varonil y practicaba todos los desempeños viriles, habiendo nuevamente tomado una esposa y generado hijos».
Oyendo con creciente entusiasmo, Ponce de León, él mismo un hombre de más de 50 años, se convenció de que los indios describían la mítica fuente de las aguas rejuvenecedoras. La observación final de los nativos le pareció la parte más notable del relato, pues en la corte de España, así como en toda Europa, abundaban cuadros hechos por los mejores artistas y siempre que ellos pintaban escenas de amor o alegorías sexuales incluían una fuente en el escenario. Tal vez el más famoso de esos cuadros sea El Amor Sagrado y el Amor Profano, de Ticiano. En la pintura, la fuente insinúa lo máximo en cuestión de amor —las aguas que hacían posibles «todos los desempeños viriles» a lo largo de la eterna juventud.
El informe de Ponce de León para el rey Fernando aparece en los registros mantenidos por el historiador oficial de la corte, Pietro Martire di Anghiera. Como este afirma en su Decade de Orbe Nuevo (Décadas del Nuevo Mundo), los indios venidos de las islas Lucaias, o Bahamas, revelaron que «hay una isla donde existe una fuente perenne de agua corriente de tal excelsa virtud que ingerida, quien sabe si acompañada de alguna dieta, hace a los viejos nuevamente jóvenes». Muchos estudios, como la obra de Leonardo Olschki,