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Skorka Abraham - Sobre el cielo y la tierra

Aquí puedes leer online Skorka Abraham - Sobre el cielo y la tierra texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: S.I, Año: 2013;2011, Editor: Knopf Doubleday Publishing Group, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Skorka Abraham Sobre el cielo y la tierra

Sobre el cielo y la tierra: resumen, descripción y anotación

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La obra maestra del Se?or es el hombre. --Papa Francisco El cardenal Jorge Mario Bergoglio, desde el 13 de marzo de 2013 papa Francisco, y el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rab?nico Latinoamericano, son dos tenaces promotores del di?logo interreligioso, a trav?s del cual buscan construir horizontes comunes sin diluir las particularidades que los caracterizan. Sobre el cielo y la tierra es el resultado de una serie de profundas conversaciones que mantuvieron de manera alternada en la sede del Episcopado y en la comunidad jud?a Benei Tikva. En sus encuentros transitaron las m?s variadas cuestiones teol?gicas y terrenales. Dios, el fundamentalismo, los ateos, la muerte, el Holocausto, la homosexualidad, el capitalismo son apenas un pu?ado de los temas en los que dan a conocer sus opiniones el nuevo l?der de la Iglesia cat?lica y el prestigioso rabino Skorka.

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Índice

EL DIÁLOGO COMO EXPERIENCIA por Abraham Skorka Y les dijo Dios Es el - photo 2
EL DIÁLOGO COMO EXPERIENCIA
por Abraham Skorka

“Y les dijo Dios…” Es el primer testimonio dialogal que hallamos en la Biblia. La única criatura a la que se dirige en tal sentido el Creador es el ser humano. Del mismo relato del Génesis resulta que el individuo se caracteriza por su especial capacidad para relacionarse con la naturaleza, con el prójimo, consigo mismo y con Dios.

Los referidos vínculos que tiende el hombre no conforman, por cierto, compartimentos estancos e independientes unos de otros. La relación con la naturaleza nace a partir de su observación y la íntima elaboración de lo observado; con el prójimo, a partir de las pasiones y las experiencias vividas, y con Dios, a partir de lo más profundo del ser, nutrido por todas las anteriores y como consecuencia del diálogo consigo mismo.

El verdadero diálogo demanda tratar de conocer y entender al interlocutor, y marca la esencia de la existencia del hombre pensante; como lo expresa —a su manera— Ernesto Sabato en el prólogo de Uno y el universo: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento de hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después se advierte que el fantasma que se perseguía era Uno mismo”.

En el diálogo con el prójimo, las palabras son meros vehículos comunicantes cuyo sentido no es siempre el mismo, en ciertos aspectos, aun para todos los miembros de una sociedad que habla el mismo idioma. Hay matices propios que cada uno les otorga a muchos de los vocablos que hacen al acervo idiomático. El diálogo demanda para sus actores descubrirse mutuamente.

“La vela de Dios es el alma del hombre que revela todos los ámbitos de las entrañas.” Dialogar, en su sentido más profundo, es acercar el alma de uno a la del otro, a fin de revelar e iluminar su interior.

En el momento en que se alcanza una dimensión dialogal tal, uno se da cuenta de las similitudes que comparte con el otro. Las mismas problemáticas existenciales, con sus demandas y sus múltiples resoluciones. El alma de uno se refleja en la del otro. Los hálitos divinos que ambos poseen saben entonces aunarse para conformar junto a él una atadura que jamás flaqueará, como está dicho: “La cuerda de tres dobleces no ha de desmembrarse rápidamente”.

Muchos fueron los momentos que sirvieron de acercamiento y conocimiento entre el cardenal Bergoglio y yo, y que pavimentaron una senda larga de encuentros con distintas características y circunstancias.

Cierto día fijamos lugar y fecha para sentarnos meramente a hablar. El tema era la vida misma en sus múltiples facetas: la sociedad argentina, la problemática mundial, las expresiones de vileza y grandeza que presenciábamos en derredor. Dialogar en la más absoluta intimidad, salvo la presencia de Él, que aunque no lo nombráramos asiduamente (¿acaso hacía falta?) lo sentíamos siempre presente.

Los encuentros fueron repitiéndose, cada uno con sus propios temas. Cierta vez, fijado el encuentro en mi escritorio en la comunidad, le fui comentando acerca de ciertos documentos enmarcados que adornan las paredes del despacho. Me detuve en unas hojas manuscritas del famoso pensador, el rabino Abraham Joshua Heschel, y en otros textos. Sin embargo, mi amigo se detuvo en el mensaje de salutación que había pronunciado en la sinagoga hacía unos años, en ocasión del inicio de la liturgia del año nuevo hebreo, que se encontraba colgado junto al de Heschel. Mientras acomodaba algunas cosas del siempre desordenado ámbito, lo observé parado frente a aquellas páginas firmadas y datadas por él.

La intriga me embargó. ¿Qué habrá pasado por su mente en aquel momento? ¿Qué tenía de peculiar ese gesto, más que el de cuidar y mostrar un documento que considero testimonio valioso en lo que hace al diálogo interreligioso de nuestro medio? No le pregunté. Hay silencios, a veces, que guardan en sí un dejo de respuesta.

Pasado un tiempo, fijamos nuestra reunión en su escritorio, en el Arzobispado. La conversación conllevó a discutir acerca de la presencia del sentimiento religioso en la poesía hispanoamericana. Me dijo: “Tengo una antología en dos tomos al respecto que se la presto, aguarde que voy a la biblioteca a buscarlos”. Quedé en la soledad de su pequeño estudio. Observé el armario con las fotos que lo acompañaban. Deben de ser seres muy queridos y significativos para él, reflexioné. Repentinamente distinguí entre ellas, enmarcada, una foto que le había regalado de un encuentro compartido en el que nos habíamos retratado juntos.

Quedé impactado, en silencio. Hallé la respuesta de aquel otro.

En aquella reunión decidimos componer este libro.

Si bien todo rabino durante su formación pacta un compromiso especial con Dios, pues como maestro de la Ley adquiere el deber de ser paradigma de ella más que cualquier otro judío, una vez en funciones, se debe a los hombres su compromiso con el Creador. Al igual que los profetas, luego de los momentos de elevación espiritual en soledad, debe retornar a la gente y enseñarle sobre la base de la espiritualidad adquirida. Pues las dimensiones espirituales alcanzadas individualmente sólo adquieren sentido, al decir de los relatos bíblicos, cuando sirven para compartirlas con muchos.

Si bien es la palabra oral la que más utilizan los rabinos, siempre subyace el desafío de pulir los términos y plasmarlos en escritos. Las palabras pueden desdibujarse o tergiversarse en el tiempo. Los conceptos escritos permanecen, documentan y permiten que muchos tengan acceso a ellos.

Con el cardenal Bergoglio me unen estas dos enseñanzas. Siempre la preocupación, y el tema central de nuestras charlas, fue y es el individuo y su problemática. Solemos anteponer la espontaneidad oral a la estructuración de lo escrito. Por lo cual, plasmar en un libro la intimidad de nuestros diálogos significó aunarnos con el prójimo, quienquiera que fuese éste. Transformar el diálogo en conversación con muchos, desnudar las almas, aceptando todos los riesgos que ello implica, pero profundamente convencidos de que es la única senda del conocimiento de lo humano, aquella susceptible de acercarnos a Dios.

EL FRONTISPICIO COMO ESPEJO
por Jorge Bergoglio

El Rabino Abraham Skorka hizo referencia, en un escrito, al frontispicio de la Catedral Metropolitana que representa el encuentro de José con sus hermanos. Décadas de desencuentros confluyen en ese abrazo. Hay llanto de por medio y también una pregunta entrañable: ¿aún vive mi padre? No sin razón, en los tiempos de la organización nacional, fue puesta allí esa imagen: representaba el anhelo de reencuentro de los argentinos. La escena apunta al trabajo por instaurar una “cultura del encuentro”. Varias veces aludí a la dificultad que los argentinos tenemos para consolidar esa “cultura del encuentro”, más bien parece que nos seducen la dispersión y los abismos que la historia ha creado. Por momentos, llegamos a identificarnos más con los constructores de murallas que con los de puentes. Faltan el abrazo, el llanto y la pregunta por el padre, por el patrimonio, por las raíces de la Patria. Hay carencia de diálogo.

¿Es verdad que los argentinos no queremos dialogar? No lo diría así. Más bien pienso que sucumbimos víctimas de actitudes que no nos permiten dialogar: la prepotencia, no saber escuchar, la crispación del lenguaje comunicativo, la descalificación previa y tantas otras.

El diálogo nace de una actitud de respeto hacia otra persona, de un convencimiento de que el otro tiene algo bueno que decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión y a su propuesta. Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para dialogar hay que saber bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana.

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