LA CENA DEL CORDERO
La Misa, el cielo en la tierra
Scott Hahn
A Kimberly
PRÓLOGO
Este notable libro reúne varias poderosas realidades espirituales, todas ellas importantes para el creyente cristiano y aparentemente tan diversas, que en una consideración superficial se ven como inconexas: el fin del mundo y la Misa diaria; el Apocalipsis y la Cena del Señor; la rutina de la vida diaria y la parusía, la venida del Señor.
Si eres católico de toda la vida como yo, el Dr. Hahn probablemente te dejará con una apreciación de la Misa totalmente nueva. Si has ingresado en la Iglesia o estás pensando en llegar a una plena comunión con ella, entonces te mostrará una dimensión del catolicismo en la que probablemente nunca habías pensado: su escatología o enseñanza acerca del final de los tiempos. De hecho, relativamente pocos católicos se dan cuenta del vínculo que existe entre la celebración de la Eucaristía y el fin del mundo.
El rasgo sobresaliente de La cena del Cordero es su conmovedora y lúcida visión de la realidad de la liturgia de la Eucaristía, el acto de culto que nos dio nuestro Sumo Sacerdote la víspera de su muerte.
El Dr. Hahn explora esta misteriosa realidad con todo el celo y el entusiasmo de un neoconverso.
Solamente puedo contrastar esto con mi propia experiencia: este año celebraré (pacíficamente) mi cincuenta y siete aniversario como monaguillo. Pero cuando Scott me llamó y me pidió, algo cautamente, que le escribiera un Prólogo para su nuevo libro, basado en la más primitiva interpretación escatológica de la Eucaristía dada por los Padres orientales del siglo II al VI, le respondí con: «bien, por supuesto, eso es lo que he pensado de la Eucaristía durante decenios».
La Misa, o Divina Liturgia, como se la llama con más precisión en las Iglesias orientales, es una realidad tan rica que admite tantas aproximaciones teológicas válidas como el entero Misterio de Cristo. La Eucaristía es parte del gran monte vivo que es Cristo, según un símil trazado por los antiguos santos de Tierra Santa. Se puede alcanzar esta montaña desde muchos lados. Esta aproximación escatológica es una de las más fascinantes y fructíferas.
Siento siempre una punzada de fastidio cuando veo en una residencia o en un hotel una lista de «servicios religiosos» y observo que se incluye la Misa a las 9 de la mañana. La Misa no es un servicio religioso. Cuando los católicos dicen las oraciones de la mañana, o rezan el rosario, o incluso tienen la Bendición con el Santísimo Sacramento..., eso es un servicio. Es algo que hacemos por Dios, similar a la plegaria pública de cualquier denominación religiosa. Pero el santo sacrificio de la Eucaristía, la Divina Liturgia, no está hecha precisamente, en su esencia, por ningún hombre.
Déjame que te diga que soy sacerdote desde hace cuarenta años y nunca he dirigido un «servicio» llamado Misa. He actuado como «sustituto» del Sumo Sacerdote, por usar las palabras de la Iglesia, que enseña que yo estaba ahí actuando in persona Christi, en la persona de Cristo, el Sumo Sacerdote de la Epístola a los Hebreos. La gente no viene a Misa para recibir mi cuerpo y mi sangre, y yo no habría podido dárselos si vinieran a eso. Vienen a una comunión con Cristo.
Éste es el elemento misterioso en todos los sacramentos cristianos, incluido el Bautismo. Por esta razón, en caso de gran necesidad cualquiera puede actuar in persona Christi para bautizar, porque es Cristo quien en ese momento bautiza. Es Cristo quien perdona los pecados, Cristo quien prepara tu muerte, Cristo quien ordena o quien bendice el matrimonio.
Como los católicos y cristianos ortodoxos que reflexionan sobre este tema (al igual que algunos anglicanos e incluso algunos luteranos), creo que Cristo es el Sacerdote de todos los sacramentos, del mismo modo que nos habla desde cada página de la Sagrada Escritura. Nos sirve en cada sacramento... y nosotros experimentamos de esta manera la vitalidad de su Cuerpo místico.
Cuando leas el relato, tan bien expuesto, del Dr. Hahn sobre la Eucaristía entendida como el culto celestial del que habla el Apocalipsis, empezarás a estremecerte con la vitalidad de la gracia.
La Misa que celebramos en la tierra es la presentación de la cena de bodas del Cordero. Como pone de relieve el Dr. Hahn, la mayoría de los cristianos o dan de lado al Apocalipsis y sus misteriosos signos, o dan vueltas a sus propias, peculiares y pequeñas teorías sobre quién es quién y a dónde se encamina todo para su final. Como habitante de Nueva York (candidata del siglo XX para el título de Babilonia), me siento encantado con la expectativa de que todo se acabe pronto, incluso la próxima semana. Pero estoy cansado de todos esos profetas de desgracias y sus interpretaciones. ¡Promesas, promesas! A principios del siglo XX, sobreviví a la carrera de varios muchachos que estaban en la corta lista de candidatos al gran anticristo, y al final, nada.
Mi amor por el Apocalipsis no se basa en toda esta paranoia de Guerra de las galaxias, sino en la maravillosa visión de la Jerusalén del cielo que se presenta en los capítulos finales del Apocalipsis. Vienen a describir, tanto como se puede, lo que el ojo no vio, ni el oído oyó. Ahora, con la lectura y relectura de La cena del Cordero, muchos otros capítulos se me han abierto con más claridad... describiendo con una forma simbólica a qué se puede parecer la vida eterna de los santos, por usar una frase de San Agustín.
Como sabes, fue San Agustín el que insistió en poner el Apocalipsis, junto con la Carta a los Hebreos, en el Canon del Nuevo Testamento en un concilio de obispos africanos reunido a finales del siglo IV. Por citar de nuevo a San Agustín, en la oración podemos, por su gran misericordia, «tocar por un instante esa Fuente de la Vida donde alimenta a Israel para siempre». Pero aparte de estos momentos especiales de contemplación, podemos ver simbólicamente en la celebración diaria de la Misa las realidades del culto celestial del Sumo Sacerdote y su Cuerpo místico.
Estoy agradecido al Dr. Hahn por encontrar y devolver a la vida esta visión de los primeros Padres de la Iglesia. Adorar con Cristo en la liturgia es la única cosa que podemos hacer en este mundo que sea una participación real en la vida que esperamos vivir para siempre. Por muy humilde que sea el mobiliario de las iglesias, por muy limitado que sea el entendimiento espiritual de los participantes, cuando estamos en la liturgia de la Misa, Cristo está allí y, misteriosamente, estamos por un momento en la Cena Eterna del Cordero. Lee con atención este libro y aprenderás cómo y por qué.
BENEDICT J. GROESCHEL, C.F.R.
«Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo [...]. Después tuve una visión: una puerta abierta en el cielo».
(Apoc 3, 20; 4, 1)
PRIMERA PARTE
EL DON DE LA MISA
INTRODUCCIÓN
CRISTO ESTÁ A LA PUERTA
LA MISA REVELADA
De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan familiar como la Misa. Con sus oraciones de siempre, sus cantos y gestos, la Misa es como nuestra casa. Pero la mayoría de los católicos se pasarán la vida sin ver más allá de la superficie de unas oraciones aprendidas de memoria. Pocos vislumbrarán el poderoso drama sobrenatural en el que entran cada domingo. Juan Pablo II ha llamado a la Misa «el cielo en la tierra», explicando que «la liturgia que celebramos en la tierra es una misteriosa participación en la liturgia celestial» .
La Misa es algo próximo y querido. En cambio, el libro del Apocalipsis parece lejano y desconcertante. Página tras página nos deslumbra con imágenes extrañas y aterradoras: guerras y plagas, bestias y ángeles, ríos de sangre, ranas demoníacas y dragones de siete cabezas. Y el personaje que despierta más simpatía es un cordero de siete cuernos y siete ojos. «Si esto es solamente la superficie, dicen algunos católicos, no creo que quiera ver las profundidades».
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