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C. de la Cruz - Lo que quise contarte

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C. de la Cruz Lo que quise contarte

Lo que quise contarte: resumen, descripción y anotación

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Él es un tipo afortunado, su éxito difiere mucho de la suerte. Ella tiene peor fortuna, pero adora su trabajo. A él no se le dan bien las relaciones sociales, ella vive de ellas. Su trabajo es lo único importante en sus vida hasta que ambos se encuentran en la ciudad de La Haya. Él es ruso. Ella española. Él siempre tiene todo controlado, ella cree tenerlo todo controlado. Ella es diferente de lo que la gente ve, él también. Él la necesita, ella a él también. ¿Resistirán a las mentiras y prejuicios?
El lector se adentrará en las costumbres holandesas de manos de sus protagonistas disfrutando de sus bonitos paisajes y sitios locales.

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Lo que quise contarte

Lo que quise contarte

©C.G. De La Cruz, 2016

Titulo: Lo que quise contarte

©Imagen de portada: C.G. De La Cruz

Todos los derechos reservados.

Fecha de edición: junio de 2016

ISBN: 978-1533336224

DESCRIPCIÓN

Él es un tipo afortunado, su éxito difiere mucho de la suerte. Ella tiene peor fortuna, pero adora su trabajo. A él no se le dan bien las relaciones sociales, ella vive de ellas. Su trabajo es lo único importante en sus vida hasta que ambos se encuentran en la ciudad de La Haya. Él es ruso. Ella española. Él siempre tiene todo controlado, ella cree tenerlo todo controlado. Ella es diferente de lo que la gente ve, él también. Él la necesita, ella a él también. ¿Resistirán a las mentiras y prejuicios?

El lector se adentrará en las costumbres holandesas de manos de sus protagonistas disfrutando de sus bonitos paisajes y sitios locales.

Para Alex, por cruzarte en mi vida.

Sigo encontrándote cada vez que miro al cielo.

Capítulo 1

Salgo del edificio y de golpe, siento que las temperaturas están bajando. Me sujeto el pelo en una cola alta. Aprieto bien los cordones de mis zapatillas de deporte. Busco en el móvil una música que me active y lo sujeto al brazo, ajustándolo con la cinta de velcro. Me pongo los auriculares y empiezo a ponerme en movimiento. Necesito pensar con claridad y correr es lo que más me ayuda. Cuando cruzo la gran avenida que lleva al bosque, miro el reloj y decido empezar a correr. Todavía hay tiempo.

La lluvia cae en el frío pavimento. Parece que este año el otoño ha entrado con fuerza. No estoy preparada para la época de lluvia, nieve y frío. Miro al cielo y de forma mental, empiezo a hacer una lista de todo lo que queda pendiente para el día de la inauguración. Me desespero, ¿cómo es posible que después de tener todas las obras cerradas para la exposición, haya cambios de última hora?. No, no y no. No son posibles dichos cambios, las obras encajaban perfectamente en el espacio donde se va a exponer la muestra. Llevo tres largos meses preparando esta exposición, hablando con artistas, carpinteros, transportistas, solicitando la impresión de los catálogos, notas de prensa, publicidad y catering. He temido volverme loca cotejando todos los posibles cambios o fallos que pudieran surgir. Las invitaciones enviadas, y los invitados confirmados, la prensa estará allí. Todo el mundo estará allí. Nada va a salir mal. Miro el reloj, me estoy distrayendo y repito en voz baja como un mantra sin parar, “ nada puede salir mal, nada saldrá mal, todo está controlado” .

Todavía no ha amanecido del todo. El bosque está precioso. Los primeros rayos de sol se aúnan con los frondosos árboles que empiezan a cambiar de color, toda una gama de colores desde los verdes, pasando por los anaranjados, dorados y amarillos. El aire de la noche ha hecho que muchas de las hojas estén por el camino, impregnando el ambiente de un olor especial y característico de esta época del año.

Me voy cruzando con algunos vecinos que salen a pasear con sus perros. A base de coincidir con ellos por las mañanas ya nos vamos conociendo. Cruzo el pequeño puente de madera y me adentro más en el espeso bosque, cada vez voy más concentrada en mi música y mis pensamientos. Acelero el ritmo, debo ir más rápido. No puedo distraerme, ahora no.

Y, ¿acaso podría hacer otra cosa distinta de la que iba a hacer?

Me viene a la mente mi jefe, que últimamente está más alegre de lo habitual, Johan Van Doorn, el dueño de una pequeña galería situada en el centro de La Haya. Un hombre singular. Su vida se ha vuelto rutinaria tras la muerte de su esposa y también un poco descuidada. Quiere que las cosas sean fáciles y es impaciente, con lo cual, ya no le encuentra mucho sentido a los nuevos artistas y sus exposiciones. Pero su clientela es fiel y su galería está situada en un único y maravilloso edificio antiguo, a cinco minutos caminando del Binnenhof y del centro de la ciudad. El señor Van Doorn posee una estupenda selección de arte, con diferentes piezas de varias épocas, pero este periodo de crisis no le está beneficiando en absoluto. Poco a poco van decreciendo las ventas y van debilitando su economía. Creo que solo por eso, ha accedido a preparar esta serie de exposiciones de jóvenes artistas que exponen su obra por primera vez.

Ha empezado de nuevo a llover. Unas finas gotas se van deslizando entre las escasas hojas que quedan en los árboles. La lluvia apenas se percibe mientras corro por los casi inaccesibles caminos de tierra llenos de hojas, que caen por la tenue brisa de la mañana, depositándose en el suelo.

Vuelvo a mirar la hora. Mi respiración se acelera. Mis pisadas cada vez son más largas. Mi corazón late más rápido y siento un fuerte picazón en las piernas, pero no puedo detenerme ahora.

Me cuesta respirar cuando salgo por la salida noroeste sumida en un torrente de pensamientos. Estoy cruzando la calzada cuando oigo el fuerte chirrido de los neumáticos de un vehículo al frenar de golpe. Giro mi cabeza rápida, aunque noto mis movimientos a cámara lenta y me doy cuenta que la culpable de esta maniobra soy yo. Como en un sueño veo que el vehículo se acerca rápidamente, intentando frenar en el mojado asfalto. Mi cuerpo se queda paralizado ante la inminente colisión. Mis piernas se quedan fijas y en ese preciso instante, me desplomo en mitad del empapado asfalto llevándome las manos a la cabeza ante el posible impacto.

Imprevisiblemente, el coche se detiene y se oye cómo se abre y se cierra de golpe la puerta del conductor y a continuación unos pasos acelerados.

—¿Está usted bien? ¿Se ha hecho usted daño?

El capó del coche lo tengo casi encima de mis piernas. Me agarro el codo izquierdo y refunfuño incómoda. Me escuece. Justo en ese momento noto como el hombre, con acento extranjero, empieza a palparme las piernas, subiendo desde los tobillos a los muslos, para luego pasar a los hombros

—¿Pero se puede saber que está haciendo?—le increpo mientras intento incorporarme.

—¿Se encuentra usted bien? ¿Le duele algo? Compruebo que no tenga usted ninguna rotura. No la vi salir. Debería estar más atenta cuando va con la música puesta.

¿En serio?, después de la semana que llevo, también me va a echar la culpa de lo sucedido. Respiro profundamente y me repongo del inesperado susto. Mi pulso va a mil por hora.

—Sí, sí, no se preocupe. Me encuentro bien. ¿Podría dejar de tocarme? Le he dicho que me encuentro bien.

Lo miro directamente. Está arrodillado, a mi lado, con cara preocupada. En esos momentos no sé si es por mi o por el frenazo que ha tenido que dar. Me sujeta fuertemente por los brazos para que me pueda incorporar. Me doy cuenta que el teléfono se ha salido de la funda y la pantalla táctil se ha partido. Me sujeto de nuevo el brazo izquierdo y veo que me lo he arañado considerablemente, estoy sangrando.

—Venga conmigo, no se preocupe. La acercaré rápidamente al hospital más cercano—me dice con suma ternura, indicándome que me suba al asiento del acompañante.

Mi corazón cada vez late más rápido, realmente me pone de muy mal humor esta situación. Ya me estoy retrasando. Todo esto acaba con mi paciencia ya bastante mermada en estos días. Es ahora o nunca, necesito hacerlo ahora.

De repente, sin ni siquiera pensarlo, aprieto los puños y noto como las venas del cuello se van hinchando y levantando el tono de voz, espeto al conductor.

—Pero, ¿que se piensa? ¿que ahora todo se puede solucionar tan rápido? ¡Ha destrozado mi móvil, en el tengo media vida, mi agenda, los contactos, mi música,...incluso los cumpleaños! ¡Que usted se crea el rey de la carretera con su lata de cuatro ruedas con motor de autobús que seguro que es peor que un arma de destrucción masiva para el ecosistema, no ayuda en nada a la subsistencia de la población en La Haya!—suelto un leve gruñido para continuar—No, no necesito ir a ningún hospital, solo necesito “MI” teléfono—digo haciendo hincapié y alargando la “i” golpeando con fiereza el vehículo.

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