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Lo Que Debí Contarte
C.G. De La Cruz
Copyright © 2016 C.G. De La Cruz
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978 1520150697
Esta novela es una obra de ficción. Nombres, personajes y acontecimientos son producto de la imaginación de la autora. Cualquier parecido con hechos reales, lugares o personas, vivas o muertas, es una mera coincidencia.
DESCRIPCIÓN
¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por amor?
Ésta es la pregunta que se hace Tessa a cada segundo de su nueva vida.
Tessa se siente culpable, intenta olvidarlo todo y se refugia en el trabajo, incapaz de asumir la pérdida.
Necesita recomponer su vida después de los terribles sucesos acontecidos.
Pero cada día se siente más lejos de su hogar, mientras su mundo gira del revés.
¿Volverá Alexandr a cruzarse en la vida de Tessa?
Dos personas que se encuentran en mitad del caos de mundos diferentes y con un pasado complicado.
¿Serán capaces de volver a luchar por su felicidad?
Lo Que Debí Contarte es la esperada segunda parte de la bilogía de Lo Que Quise Contarte.
Siempre existirán motivos para recordarte
CAPÍTULO 1
Miro el reloj de pulsera y voy haciendo la cuenta atrás. Con la otra mano juego con las monedas que tengo en la palma para realizar la llamada. Es una costumbre que he adquirido en estos últimos meses. Con ésta, es la cuarta llamada. Durante las dos primeras, no se dio cuenta de qué significaban. En la tercera, dedujo quien era la persona que le llamaba y me habló. Conecto un dispositivo a la línea, marco todos los números del prefijo y añado el número de teléfono conteniendo la respiración. A estas horas el ruido de las calles es escaso y esto me da cierta privacidad cuando llamo. Aun así, cambio de cabina telefónica con cada llamada.
Oigo el tono internacional a través de la línea. Un tono, dos, tres, cuatro y al quinto oigo su voz.
—¿Hola? —pregunta apresurado. Suelto el aire de mis pulmones lentamente —¿Eres tú, verdad? Te he oído respirar —se vuelve a hacer un corto silencio en la línea —Solo dime dónde estás, sabes que yo puedo parar todo esto y podrás volver a casa. No te hagas esto.
Mi respiración por momentos se hace más pesada y siento un profundo dolor que me aprieta en el pecho. Al oír su voz, suplicándome que le informe de dónde me encuentro, hace que los ojos se me llenen de lágrimas. Agacho la cabeza y lo oigo suspirar repetidas veces. Juego con la tierra que hay en la calle con mi sandalia y observo la pequeña cicatriz que me quedó de aquella noche en los nudillos de la mano derecha. Una gruesa lágrima me empieza a rodar por la mejilla sin poder contenerla.
—Te echan de menos. El té ingles no es lo mismo, pero lo superará. Ahora tiene más trabajo que nunca y eso hace que no piense tanto en ello, no ha sido fácil. Las flores que hay en esta época del año son espectaculares, en ocasiones acudo a comprar donde solías hacerlo, y trasmiten lo que tú deberías sentir, son blancas como la nieve que ha caído esta última semana —cada vez habla más rápido, sabe que en cualquier momento cortaré la llamada. Yo mientras, voy controlando los segundos que quedan con mi reloj de pulsera para que nadie pueda localizar la llamada. Cinco, cuatro…—No fuiste un entretenimiento. Él te está buscando…
No ha podido terminar la frase cuando ha llegado el momento en el que he tenido que colgar. El dolor en el pecho es ahora más intenso y las lágrimas corren por mis mejillas libremente. Miro a un lado y a otro de la carretera para asegurarme que no viene ningún vehículo y cruzo levantando polvo a cada paso en la tierra. Acelero el paso para llegar a la parada de autobús. No debo perderlo, es el último de la tarde y pronto anochecerá.
Poco a poco voy recuperando la respiración y limpio rápida las últimas lágrimas a cada paso que doy. No debo llamar la atención. Espero sentada junto a varias mujeres que conversan animadas y van cargadas de grandes bártulos de alimentos del campo para llevar a sus casas. Pago al conductor y me siento junto a una mujer que me cede el asiento de la ventanilla. No es recomendable viajar sola por estas carreteras ante un trayecto tan largo. Por primera vez en días siento que con el traqueteo del vehículo mis ojos, sin poder evitarlo, se van cerrando. Llevo varias semanas sin apenas poder dormir.
Siento el frío de la noche, continuo quieta en el maletero del vehículo. Me he atado un pañuelo en mi mano derecha, llevo varios cortes y sangra. Oigo el sonido de aviones al despegar a lo lejos. Sé que estamos muy cerca de un aeropuerto y por el tiempo que ha transcurrido desde que me metí y me encogí en ese sucio maletero, tiene que ser Schiphol, el aeropuerto de Ámsterdam. No he podido dejar de llorar en todo el trayecto. Nunca pensé que tendría que dar este paso y no dejo de preguntarme si es el correcto. La teoría era muy sencilla, nunca simpatizar ni crear lazos afectivos en los asuntos del trabajo, pero en la práctica todo había sido mucho más complicado. Yo había cometido todos los errores que se podían cometer en mi trabajo. Había creado fuertes y sólidos lazos de unión con varias personas que no debía y ahora al haberme expuesto yo, podía ponerlos en peligro a todos ellos.
Noto que el vehículo cambia de dirección y se mete por un camino de tierra, disminuyendo la marcha. Frena y oigo una de las puertas como se abre y se cierra.
—¡Sal! —ordena fríamente alargando una de sus manos para que salga del maletero —Aquí no corres ningún peligro.
Mis músculos están totalmente agarrotados y me cuesta salir del maletero del coche. Me agarro fuertemente y cuando deposito los pies en el suelo mojado se me doblan las rodillas. Miro a mi alrededor entre las sombras. Estamos en campo abierto y el sol ya se ha puesto. En la parte delantera del coche, puedo ver una humilde casa, franqueada por algunos árboles con gran ramaje. Se abre la pequeña puerta de madera principal y sale un hombre corpulento con un impecable traje oscuro.
—Ya estás aquí. Te esperábamos hace un rato. Ven conmigo —me dice al verme dudar —Tranquila, no pasará nada malo.
Observo detenidamente su mano sin llegar a estrechársela cuando la alarga frente a mí. Ante su insistencia simplemente lo saludo inclinando la cabeza frente a él. Le sigo hasta el interior de la casa donde se encuentra otro hombre sentado junto a la destartalada chimenea de piedra y una gran taza de algo que humea en una de sus manos. Reviso la diminuta sala rápidamente antes de tomar asiento frente a ellos cerca de la puerta de salida.
—¿Cómo estás? —pregunta una voz que reconozco.
—Nadie me avisó de lo que podría pasar, sabéis que se podía haber evitado —contesto muy cabreada mirándolo fijamente.
—Avisamos lo más rápido que pudimos. Enseguida mandamos a Marcel al ver que tú faltabas a las reuniones con él —me informa tranquilo.
—No me echéis la culpa a mí de la porquería de vuestra organización. Mi trabajo estaba concluido —le contesto controlando mi respiración.
—¿Qué hay de Zhurkov? —insiste.
—No hay nada, ya se comunicó. Zhurkov está fuera de toda sospecha y él nunca os importó hasta que supisteis que me podía acercar más de lo que nunca pensasteis. Pero si vais a por él, no contad conmigo —respondo más seria —No sé por qué volvemos a lo mismo, esto se habló hace un par de días y no avisasteis de nada.
—No supimos nada hasta el último momento. No debiste descubrirte.
—¿En serio me estás diciendo eso? Si para ser buena en este trabajo tengo que dejar morir gente a mi lado, sin alterarme ni un ápice, permitiendo que eso suceda, creo que nunca lo seré. De todas formas nadie se ha percatado que lo he hecho. Nadie sospecha de mí y estoy segura de que si hablo con Zhurkov y su equipo no habrá ningún problema. ¿Sabemos ya el estado de Nikolái?
—Sigue en quirófano. Su estado no es bueno. Los Borovik sospechan de ti y eso lo único que puede conllevar es que para llegar hasta ti causen dolor a las personas que están cerca. ¿Vas a arriesgarte a hacerles daño? ¿Sabes que jugarán con ello? Teresa, debes dejar esta vida atrás. No permitas que sufran por tu trabajo —me informa encendiéndose un cigarro antes de ofrecerme uno al ver como miro sus movimientos.