C APÍTULO I
El gran día
«Cásate demasiado pronto y te arrepentirás demasiado tarde».
T HOMAS R ANDOLPH
Los hay clásicos: «En este y en todos los días que paséis juntos que la felicidad sea vuestra compañera siempre»; con rima: «Os deseamos muy sinceramente una unión duradera y permanente»; pretendidamente graciosos: «Os deseamos suerte y felicidad. Stop. Que os crezca feliz la barriga. Stop. Prósperas patas de gallo. Stop.»; personalizados: «¡Muchísima suerte! Fulano, cuídame mucho a mi chica preferida»; cursis: «Espero que al jarrón no le falten nunca flores, igual que a vuestra vida juntos no le faltará felicidad»; escuetos: «Salud y pesetas»,… pero ninguno de advertencia, de llamada de atención, de realismo descarnado. Y yo creo que aunque cabría pensar que la gente no escribe esos mensajes en las tarjetas de regalo de boda porque no es el lugar ni el momento, en realidad no lo hacen por maldad. Quizá hablar de maldad resulta un poco exagerado pero a mí me recuerda a los resultados de algunas encuestas:
—¿Tiene usted un momentito?
—Sí.
—¿Cree usted que debería suprimirse la Selectividad?
Buscas en tu disco duro y en el apartado Selectividad conservas recuerdos de pesadilla: un mes manteniéndote a base de Coca-Cola, Katovit y pocas horas de sueño tratando de estudiar todo lo que no has estudiado en el curso. Dos largos días de exámenes que arrojan un resultado que te puede arruinar la vida y tú, que ibas para biólogo, te ves estudiando Políticas. Horrible, aún se te ponen los pelos como escarpias. Aun así, contestas:
—No, me parece un buen método.
Pues eso pasa. Nadie te dice: no te cases, no sabes dónde te metes, ni nada por el estilo, se limitan a ir allí, tirarte arroz, cenar, beber más que un hooligan en sanfermines y brindar por tu felicidad futura cuando en el fondo todos piensan «te casaste y la cagaste, pero yo también lo hice así que… bienvenido al club». Y es verdad que el mismo día del enlace no parece muy propio para que alguien se ponga a contar las verdades del barquero (sería como la bruja mala que se carga los buenos deseos de Flora, Fauna y Primavera en La bella durmiente) , pero antes tampoco lo hacen… ¡ni tus mejores amigos! Y la gente sigue «picando»: en España, en 2001, contrajeron matrimonio la friolera de 206.254 parejas. Y éstas son sólo las que pasan por la vicaría o el juzgado, que habría que sumar a la gente que decide inscribirse como pareja de hecho o a los que, sin que conste en ningún lado, se lanzan a la aventura del «Contigo, pan y cebolla».
Total, que ahí estás tú, pensando que esta vez sí que es amor de verdad, del de para toda la vida. Que quieres compartir todo lo bueno y lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad y, ni más ni menos que, ¡hasta que la muerte os separe! Muy fuerte. E insisto: nadie te disuade. Al revés, te preparan una despedida de soltero/a, te compran un bonito regalo, se ponen sus mejores galas y te acompañan en tan glorioso día con la mejor de sus sonrisas.
Y además, no hay excusas que valgan, porque, actualmente y en esta sociedad, ya no existen ciertas prácticas, como el que sean los padres quienes concierten las bodas, que los contrayentes no hayan gozado de una intimidad previa… Aquí, la mayoría se aproxima a sus nupcias con un pequeño (o gran) background . La mayoría ha tenido noviazgos, rollos o flirteos —unos más afortunados que otros—, y mejor que sea así. Cuando se está metiendo un pie en la iglesia ya se sabe el pasado sentimental del otro —incluyendo esa lista negra que todos ocultamos—, lo de los ronquidos, el problemilla de gases… Pero, como ya comentaremos, hasta esas pequeñas cosas al principio son diferentes. Forman parte del encanto de tu novio/a, son tan dulces como aquellas pequeñas cosas a las que canta Serrat. Otra cosa de la que nadie te advierte es la «herencia» que te depara el enlace. No sólo cargas ya con tu novio para los restos (y, en cualquier caso, se supone que lo has elegido libremente), es que éste viene con el pack completo. ¿Que de qué hablo? De esa nueva familia que adquirimos. Porque aunque la propia no sea la de los Ingalls, al fin y al cabo, es la tuya, la conoces, le has cogido cariño… Pero al convertirte en un miembro más de La Otra, te das cuenta de que todos los freakies de la tuya (que, insisto, en definitiva son sangre de tu sangre) se quedan pequeños. Descubres con horror que has ganado otro hermano gorrón, otro tío pelma, otra tía tardo-franquista, una hermana con problemas y hasta puede que un caniche de 124 años que se frota en tu pierna cada vez que lo ves. Claro que quien se lleva la palma es tu suegra (¿de verdad hay gente que consigue, con los años, llamarla mamá?). Todo el mundo piensa que es un topicazo lo de la madre política, que los chistes y chascarrillos que circulan son exageraciones… pero, cuando el río suena, agua lleva. Tú para ella siempre serás una intrusa, una rival. Hasta que tú apareciste, ELLA era la mujer más importante y querida para su hijito. Ella, que tantas veces le ha cambiado los pañales, que en incontables ocasiones no ha dormido porque Manolito no llegaba, que tanto se ha esforzado para que hoy sea un hombre hecho y derecho…, tiene que asistir, encima como madrina, al atraco a mano armada que supone que te lleves a su chiquitín para ti sola. En la boda suele llorar a moco tendido. Probablemente imagina las desgracias que le esperan a su joya: nadie le abrirá la cama, no comerá como Dios manda, no le subirán el tabaco y la prensa… Y, aunque hay de todo, y a unos se les nota más que a otros, todos los hombres tienen un pequeño complejo de Edipo, y, aunque tú estás bien para muchas cosas, no se han casado con su madre porque no han podido. Puede que seas la mismísima hija de Arzak, pero jamás cocinarás como ella; mientras tú cotilleas como una loca con las brujas de tu trabajo, lo de su madre es una dinámica de enriquecimiento mutuo con sus amigas…
—¿Qué te pasa?
—Nada, que mi madre le ponía una cosa a las camisas para que quedaran mejor…
—Sí, y también te planchaba los vaqueros con raya y así ibas de guapo.
—¡Cómo eres! Siempre aprovechando para meterte con ella, pobre. Por cierto, está un poco triste porque el caniche está enfermo. ¿Vamos mañana a comer a su casa?
Pero bueno, tampoco es que el matrimonio sea la peor idea del mundo. Tiene sus cosas buenas: con un poco de suerte e invitados rumbosos, te decoran la casa; tú, que siempre has quedado eclipsada por tu amiga super maciza, eres ese día la protagonista indiscutible. Te has gastado un pastizal en el vestido, el peinado, el maquillaje… para unas horas, pero ha merecido la pena (no siempre, quien inventó lo de que No hay novia fea debe ser el mismo que acuñó la falacia de que El dinero no da la felicidad); por fin consigues que tu chico baile agarrado, subirte en un cochazo y dormir (y consumar el matrimonio) en una suite . De hecho, cuando, a los pocos días, tus amigos, tus compañeros de trabajo… te preguntan aquello de «¿Qué tal de casada?», contestas muy ufana que todo es igual, que nada ha cambiado, que se ha tratado de una fiestecita para celebrar con amigos y familiares el haber encontrado a tu media naranja. Craso error. Nada es diferente pero antes existía el recurso de dar un teatral portazo al coche o a su casa e irte muy digna a la tuya o la de tus padres y castigar a tu amado con la ausencia. Ahora… ¿adónde vas a ir? ¿al baño? ¿al bar de la esquina, que, por cierto, cierra pronto? Tu único recurso es tratar de ocupar los menos centímetros posibles del extremo de los 135 que compartes con tu maridito. ¿Y qué me dices de los 180 euros que ibas a desembolsar en esos zapatos de ensueño? Acuérdate de las moneditas esas que te prestó tu madre para el día «D». Algo dijo el cura de que eran un símbolo de los bienes que íbais a compartir… Y él no calza un 38 ni se pone tacones, afortunadamente, y, además, ahora, todo (y «todo» incluye los euros) es de los dos. Por otro lado, eso de retirarte definitivamente del mercado también resulta un poco duro, y al tipo estupendo que coquetea contigo en la cafetería, ¿qué le vas a decir?, ¿qué estás sólo un poco casada?, ¿qué en realidad eres una mujer libre y sin ataduras?