Una llamada anónima advierte de que hay un cadáver en una de las torres de iluminación del estadio Vicente Calderón, que se encuentra en pleno proceso de demolición. El cuerpo sin vida corresponde a Nadia Coronado, una jugadora de veintidós años y estrella de un equipo modesto de la primera división de fútbol femenino. Todo apunta a que Nadia ha sido asesinada. La inspectora de homicidios Sol Trocás será la encargada de resolver el caso junto a la subinspectora Gemma Silom. Ambas policías no solo tendrán que averiguar quién mató a Nadia; también deberán enfrentarse a otro problema: el machismo aún existente en una parte de la sociedad.
Exceptuando la licencia de crear un equipo más en Madrid y ascender a otro a segunda división B, a cuenta de una mayor eficacia narrativa, en las demás referencias a la actualidad no hay ficción alguna, de modo que el parecido con el estado actual del fútbol femenino a 2019 no es pura coincidencia, sino dolorosa realidad que ojalá en breve sea historia.
Es muy probable que la fórmula «pan y circo» tuviera como heredera entre nosotros, la de «pan y toros», y esta, a su vez, la de «pan y fútbol», y, finalmente, un finalmente que es hoy, «pan y televisión». Pero la fórmula «pan y fútbol» ha sido aplicada un tanto mecánicamente. Ha padecido el desdén intelectual de los que, inconscientemente, más han hecho para crear el abismo entre cultura popular y cultura de élite.
M ANUEL V ÁZQUEZ M ONTALBÁN ,
UNA RELIGIÓN EN BUSCA DE UN DIOS
El cadáver de la mujer fue encontrado en el estadio Vicente Calderón. Aunque hacía meses que en su césped no se jugaban partidos de fútbol y que por allí solo circulaban los operarios de la empresa de demolición, dedicada a reducir a arena los cimientos de la memoria del Atlético de Madrid, no fue uno de ellos quien encontró el cuerpo de la fallecida, sino un youtuber que accedió clandestinamente al estadio para filmar el progreso de las obras.
El muchacho solo tiene que esperar a que anochezca para eludir la vigilancia de la empresa de seguridad contratada. El vigilante efectúa la ronda en coche, así que el youtuber se oculta en la oscuridad y aguarda a que los faros del vehículo se perfilen en mitad de la noche y se alejen de su posición.
Unos minutos después se encuentra en el interior del recinto tras saltar la valla metálica que rodea el perímetro. Hasta ahora todo ha sido bastante fácil; lo realmente duro comienza a partir de aquí: buscar un sitio donde pasar la noche y armarse de paciencia, porque para filmar el estadio necesita la luz del amanecer. Decide que si el palco principal era el lugar idóneo para el presidente del club y su directiva, también lo será para él.
Ocho horas después, el muchacho está aterido de frío a pesar de que hace más de un mes que el invierno ha quedado atrás, pues la humedad caída durante la madrugada le ha calado hasta los huesos. Para entrar en calor, se echa el aliento en las manos y luego se frota alternativamente los brazos y sacude las piernas con energía. Antes de ponerse en marcha, comprueba que el teléfono móvil con que va a realizar la filmación no ha sufrido daño alguno.
Teniendo en cuenta que piensa realizar la grabación de un plano general del estado de las labores de demolición, abandona el palco y se encamina hacia las escaleras que suben a las gradas superiores. Una vez allí, cree oportuno ascender más y, extremando la precaución, se encarama a una de las torres de iluminación. Desde arriba se ve el terreno de juego, las gradas e incluso Madrid al fondo.
En ese instante, el amanecer se completa con los primeros rayos de sol. Huyendo del deslumbramiento que supone el contraluz, el youtuber decide cambiar de posición y solo comienza a filmar cuando se asegura un buen plano general del estadio Vicente Calderón. Es entonces cuando en la pantalla de su teléfono móvil se perfila contra el primer sol de la mañana la silueta de un cuerpo tumbado a unos metros de él. Interrumpe de inmediato la grabación, y se acerca unos pasos, midiéndolos uno a uno, no solo por la incertidumbre que le produce el hallazgo, sino también por la gran altura a la que se encuentra. En un lugar así, cualquier traspié puede arrastrarlo a una caída de una decena de metros.
Al llegar al sitio donde reposa el cuerpo, el muchacho se da cuenta enseguida de que pertenece a una mujer y que está muerta. Debe llevar varias jornadas fallecida, porque en el cadáver son evidentes los primeros signos de descomposición y el hedor que desprende es insoportable, aunque el viento que sopla a tanta altura ayude a mitigarlo.
El gesto instintivo del youtuber es echar mano de su teléfono para dar aviso a la Policía, pero cae en la cuenta de que ha entrado sin permiso en el campo de fútbol y de que puede meterse en problemas. Así que baja de la torre de iluminación tan rápido como puede y se aleja del estadio buscando una cabina telefónica. Encontrar una no es tarea sencilla, ni tampoco arreglárselas luego para hacerla funcionar. Tras un par de intentos, consigue comunicar con la comisaría.
—Acabo de encontrar una mujer muerta en el estadio Vicente Calderón.
Y antes de que pueda sobrevenir alguna pregunta sobre su identidad o acerca de la falta de autorización para acceder a una propiedad privada, el muchacho corta la llamada.
Ahora puede descansar tranquilo; el asunto ya está en manos de la Policía.
Después del sabor agridulce que le ha dejado la resolución de su último caso, la inspectora de homicidios Sol Trocás siente la necesidad de comer copiosamente, aunque no hayan dado siquiera las ocho de la mañana. En momentos así, suele acudir a un restaurante chino del otro extremo de Madrid, donde la conocen desde hace años y le preparan de comer sin reproches; y, aunque a esa hora el personal esté limpiando el salón y atendiendo a sus proveedores que descargan los pedidos, uno de los cocineros se afana en encender los fogones y preparar los platos solicitados por la inspectora. El pedido siempre incluye rollitos de primavera, arroz frito tres delicias, tallarines con gambas, pato laqueado al estilo pekinés y, de postre, una copa de