PRÓLOGO
Escribo el prólogo de este interesante y pedagógico libro escrito por Carlos desde la admiración hacia él y la alegría de que haya pensado en mí para hacerlo. A día de hoy, esta es la posibilidad de aportarle y devolverle algo de lo mucho que me ha dado sin él saberlo y aún sin conocernos personalmente. La vida a veces nos da la posibilidad de encontrar personas que nos inspiran, personas en las que nos vemos reflejados, y esto es lo que he sentido con Carlos. Los dos hemos convertido nuestra pasión, el fútbol, en nuestro trabajo. A los dos nos han diagnosticado la misma enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Ambos, ayudados por nuestras experiencias y a pesar de las circunstancias negativas que conlleva la enfermedad, hemos decidido seguir viviendo la vida con pasión hasta el final, como lo hemos hecho cuando jugábamos, entrenábamos y competíamos en el deporte más maravilloso que conocemos.
Carlos os desgrana en este libro, desde todas las vertientes, al detalle y de una manera muy simple y fácil de entender, la esencia de este deporte colectivo que aporta mucho más que una simple profesión o manera de ganarse la vida. Aporta los valores más importantes que una buena persona, bajo mi punto de vista, debe tener:
—Solidaridad y empatía con tus compañeros. Solo no consigues nada, aunque seas el mejor.
—Perseverancia y confianza. Los partidos y las competiciones son muy largas y hasta el último minuto te dan la posibilidad de conseguir el objetivo.
—Resiliencia. Múltiples alternativas emocionales como consecuencia de los resultados y los rendimientos colectivos e individuales, que te exigen sobreponerte en innumerables ocasiones a las dificultades.
—Pasión, satisfacción y alegría. Las genera el simple hecho de practicar tu hobby desde pequeño.
Si a todo esto somos capaces de sumarle la honestidad y el respeto hacia los rivales, los árbitros y los dirigentes, me cuesta pensar, y encontrar, un contexto mejor para crecer como persona.
Carlos escribe este libro para dos niños, Mario y Blanca, con la idea de que sea útil a cualquier otro niño o niña, y también a los adultos.
Leer el libro me ha dado la posibilidad de percibir que Carlos y yo tenemos una forma de ver y sentir el fútbol diferente; pero precisamente esta circunstancia me acerca más a él y hará más interesantes nuestras próximas charlas. Digo esto porque creo firmemente que, tanto en el fútbol como en la vida, se crece y progresa a través de la diversidad y, como consecuencia, del respeto a todo y todos los que son diferentes. En el fútbol hay diferentes sistemas y maneras de jugar, pero todos tienen el mismo objetivo: ganar el partido. Lo esencial es observar las habilidades de tus jugadores y percibir qué pueden ser capaces de ejecutar. Hay que tener mucho cuidado con limitar a nuestros jugadores por causa de nuestra propias limitaciones como entrenadores, además de tener conocimiento de lo que les transmites y confianza al hacerlo.
El fútbol es para mí, en esencia, espacio y tiempo. Se trata de buscar tu espacio en relación con el balón, tus compañeros y los rivales para generar más tiempo de ejecución y poder progresar con más efectividad hacia el objetivo principal, que es marcar un gol. No es lo habitual conseguirlo la mayoría de las veces, pero una colocación equilibrada ayuda a recuperar el balón para retomar el objetivo con más rapidez y en más ocasiones. A veces, las capacidades del rival nos obligan a defendernos y a sufrir juntos para poder recuperar el balón y volver a buscar el gol. Creo que la vida tiene cierto paralelismo con todo esto, con la esencia del fútbol, y quizá por eso Carlos y yo estábamos más preparados para aceptar esta difícil enfermedad que es la ELA y aprender a convivir con ella.
Estoy seguro de que la lectura de este libro os va a gustar y a aportar conocimiento futbolístico, pero también os aportará conocimiento de vida. Disfrutadlo.
J UAN C ARLOS U NZUÉ ,
exfutbolista profesional y activista contra la ELA
PREÁMBULO
Como Fernando Savater comenzó diciéndole a su hijo Amador, yo también, chicos, tengo ganas de contaros muchas cosas. Me las habré de aguantar, qué remedio, obligado como estoy a guardar perpetuo silencio. Pero imaginad que pudiera hacerlo. Lo fundamental de todo lo que os diría está en este texto que aquí comienza. Voy a hablaros de lo único que sé de verdad, la única disciplina que me llevó al eureka, donde encontré alguna respuesta crucial, que me hizo ser consciente de que algo, mucho o poco, había comprendido de este tinglado absurdo que llamamos vida.
Aquí donde me veis, este cuerpo ahora desvencijado jugó al fútbol. Mucho. Tanto como para amarlo con la pasión justa, sin locura, pero amarlo de veras. Yo seguí el camino de muchos niños y adolescentes: me federé en un equipo de fútbol. Poco a poco fui viendo que cada año quedábamos menos en las primeras divisiones de las distintas categorías en las que se dividen las competiciones según la edad. Una selección natural que forja el carácter de los individuos que, como vosotros ahora, están en plena formación de su personalidad. Yo logré subir bastantes pisos de esa pirámide selectiva en cuya pequeñísima cúspide está la élite del fútbol. Cuando me llegó el corte y no pude ascender más, ya me había convertido en lo que siempre había ansiado: era futbolista. Eso sí, un modesto futbolista de Tercera división en un escalón semiprofesional, a menos distancia de la élite de lo que se piensa.
Ejercí el oficio de futbolista durante catorce temporadas, más de dos décadas si se incluye la etapa de formación. Alcancé un nivel que está lejos del foco mediático y de los grandes estadios, pero aceptar un compromiso innegociable con él me obligó a ver la vida con los ojos y la rutina de cualquier deportista de primer orden. Y, al mismo tiempo, ese nivel era insuficiente para vivir exclusivamente del fútbol. Así fue como, mientras jugaba, me hice también periodista. Como el guitarrista que nunca tocará en los Rolling Stones, pero se gana una paga con su grupo en algún bolo cada fin de semana, para el que ensaya con dedicación y devoción a diario, y, de forma complementaria, despacha en una tienda de instrumentos u otro trabajo cualquiera, para llenar la nevera y pagar el alquiler. Ese tío mira el mundo como músico, igual que Keith Richards. Porque es músico. Vale, un músico de tercera; pero músico, indudablemente. Pues así soy yo, aún ahora: un hombre de fútbol por encima de todo.
Lo sigo siendo a pesar de que me sorprendió una atroz tormenta en alta mar cuando había encontrado mi rumbo, cuando más satisfecho y seguro gobernaba el timón de mi travesía. La tempestad me perdonó la vida —de momento— y me escupió a una isla desierta en un estado de extrema gravedad. Ahí me encuentro varado desde hace años. No puedo mover ni un músculo. Sufro esclerosis lateral amiotrófica. Sufro ELA. Desde los 32 años. Según todas las estadísticas, ya debería estar muerto. Pero, no se sabe por qué, pertenezco a ese pequeño porcentaje de enfermos que salvan el match-ball y se aferran a seguir jugando el partido por encima de la supervivencia media. No me engaño: el marcador es abrumadoramente adverso. Y nadie ha logrado evitar la derrota. Pero bueno, mientras esté en la disputa, puedo continuar con los pequeños objetivos que me voy poniendo, como daros esta charla que me hace tanta ilusión.