Elisabeth G. Iborra - Anécdotas de enfermeras
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- Libro:Anécdotas de enfermeras
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2008
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Anécdotas de enfermeras: resumen, descripción y anotación
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Este libro es la demostración de que las leyendas urbanas, en enfermería, se quedan muy cortas con respecto a la realidad. La imaginación de la mente colectiva no llega a la altura de las anécdotas que las enfermeras de este país viven a diario en los centros sanitarios a los que los enfermos y sus familiares parecen ir en un estado de nerviosismo y despiste que les lleva a protagonizar hazañas verdaderamente surrealistas. La capacidad de sorpresa de estos profesionales es infinita, el ser humano nunca dejará de asombrarles. La misma impresión tendrá el lector: cuando crea que eso es lo más increíble que ha leído jamás, enseguida se topará con una suceso aún más hilarante, desternillante, curiosa, escatológica, bestia, alucinante, inaudita, impensable… Si piensa que nada puede superar que a alguien se le caigan 4 metros de intestino al suelo, todavía alucinará más al leer los extravagantes objetos que la gente se introduce en sus partes íntimas.
Elisabeth G. Iborra
ePub r1.2
Titivillus 25.05.18
Elisabeth G. Iborra, 2008
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Soleba,
por ser como es,
para que vuelva pronto
con nosotros…
ELISABETH G. IBORRA. Autora española, se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco en Bilbao, y comenzó su carrera periodística en Radio Euskadi y El Mundo del País Vasco.
Iborra marchó a Cataluña y allí trabajó para Metro y El Mundo de Cataluña. Convertida en periodista independiente, ha trabajado para numerosos medios, como Metro, Agencia EFE, El Heraldo de Aragón, El Periódico de Cataluña, MAN, Woman, CNR o Primera Línea. Ha colaborado en RNE y en la Televisión Aragonesa.
Todo ello le ha servido para emprender sus proyectos literarios con conocimientos muy variados que abarcan desde la cultura en general, a la sociología, la sexología, la psicología, la filosofía, la enogastronomía o la antropología.
[1] Conviene aclarar que «llanitos» es el topónimo coloquial de los gibraltareños, los cuales tienen fama de hacer y decir muchas perogrulladas. Tantas que se las conoce como «llanitadas» por los vecinos linenses, cuyo gentilicio popular es, a su vez, los «piojosos». Cabe añadir que a los ciudadanos de Algeciras se les conoce por los «especiales» y que, en realidad, las denominaciones están intercambiadas. Por lógica, los especiales serían los habitantes de la colonia británica, por no ser ni ingleses ni españoles del todo y por hablar spanglish. Los llanitos fueron, en un principio, los de La Línea, porque habitan la zona más llana del Campo de Gibraltar. Y los piojosos serían los algecireños porque sufrieron una epidemia de piojos a principio del siglo XX. Todo se mezcló debido a que, antes del cierre de la frontera en 1969, floreció sobremanera el comercio entre Algeciras y Gibraltar, de modo que muchos de esos piojosos algecireños se instalaron en el pueblecito de los llanitos situado entre el Peñón y Sierra Morena, de ahí que empezaran a llamar a los linenses «piojosos». El resto de los cambios puede atribuirse al sentido del humor de la zona o a la rivalidad existente entre las tres localidades. Para hacerse una idea de la idiosincrasia llanita, bastan estos chistes que Mará le contó a David González Romero.
MADRID
Este libro surgió después de escribir un reportaje sobre la fuga de enfermeras españolas hacia países del extranjero en los que están mucho mejor remuneradas y valoradas porque consideran que su nivel de profesionalidad es más alto que el de sus propias enfermeras autóctonas. Las enfermeras entrevistadas me plantearon una serie de problemas que afectaban a toda la profesión en general en cuanto a sus condiciones laborales; pero en la conversación iban surgiendo las funciones y tareas intrínsecas a la enfermería. Y me parecieron tan desconocidas para la mayoría de la población que consideré interesante escribir un libro en el que recogiera las vicisitudes y la idiosincrasia de este oficio vocacional con el que todos, alguna vez en la vida, tenemos contacto.
Las enfermeras se lamentan, por lo general, de que están infravaloradas, de que son ellas las que dan la cara ante los pacientes sirviendo como escudo del resto de los trabajadores del sistema sanitario al tiempo que asumen fuertes cargas y responsabilidades. Porque tienen mucho más trato con el enfermo y los familiares que el médico, que está en el nivel superior, y han de apechugar más que las auxiliares, los celadores y otros empleados del escalafón inferior. Esto lo sufren a costa de su propia salud y precisamente por ello en muchas ocasiones no les queda más consuelo que tirar de su sentido del humor para reírse de sus propias miserias y de situaciones muy duras a las que se enfrentan de forma cotidiana, que las podrían dejar bastante trastocadas emocional y psicológicamente.
Si a su capacidad de tomarse con cierta sorna e ironía su rutina se suma la cantidad de historias que es capaz de protagonizar el ser humano, y más aún en momentos críticos en los que el miedo y la preocupación superan a la lógica y al sentido común, el resultado es una ingente cantidad de anécdotas que forman el imaginario colectivo de enfermería. Unas hilarantes, otras emotivas y tristes, muchas alucinantes, otras espeluznantes, ciertas escatológicas; algunas con final feliz y otras tantas con ese final que a nadie le agrada y que a las enfermeras les sigue apenando por mucho que estén acostumbradas.
En múltiples casos, los sexuales sobre todo, cabría pensar que se trata de las típicas leyendas urbanas. Basta con seguir leyendo para comprobar que enfermeras y enfermeros de distintas partes de la Península cuentan casos muy similares sin conocerse en absoluto entre sí, reiterándose de manera tan sospechosa que resulta imposible dudar de su veracidad. En sus testimonios queda demostrado una vez más que las personas podemos hacer cualquier cosa, por exagerado que nos parezca desde fuera. Desde luego, todos los enfermeros entrevistados afirman que los pacientes y sus familiares nunca dejarán de sorprenderles, por mucha experiencia que tengan.
E idéntica impresión le quedará al lector. Cuando parece que una historia es insuperable, llega otro profesional y cuenta una anécdota todavía más increíble. Si bien todas son ciertas, pues no hay ni el menor resquicio de duda de la seriedad de cada uno de los enfermeros interpelados.
A pesar de que no pretende ser un libro graciosillo, porque la salud y el trabajo de este colectivo son muy relevantes para la sociedad, es inevitable reírse en la mayoría de las entrevistas, sobre todo por el tono de los relatos de las y los protagonistas. Pero, además, se puede aprender mucho de ellos, conocer en profundidad la ayuda que nos pueden procurar y, ante todo, sería deseable que fomentaran la empatía de los potenciales pacientes, para que la próxima vez que se encuentren en una consulta comprendan mejor la labor de la enfermera que les atiende.
Por último, he de agradecer la colaboración, el tiempo y el esfuerzo de todos los consultados, y aclarar de nuevo que ellos no se ríen de los enfermos sino que intentan tomárselo todo un poco a la ligera para quitarles hierro a las tensiones que se les acumulan cada día, porque si no se volverían locos y pasarían a ser ellos los pacientes. Por eso conservan el anonimato de los enfermos y evitan dar detalles por los que sean reconocibles.
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