Prolegómeno
A mí, como a otras tantas mujeres, me han timado en la vida. Nos dijeron que debíamos cumplir con nuestra obligación de «mujer» en este mundo. ¿Sabéis la típica frase que nos cuentan a las niñas? La de: «Tienes que casarte, tener hijos y formar una familia. Así, cuando seas mayor, te sentirás realizada». Pero ¿qué leches quiere decir eso? ¿Alguien puede explicarme qué significa exactamente la palabra realizada? Pero ¿qué es lo que querían que realizáramos: ¿la casa, la comida para el maridito? ¡Vamos, no me jodas! ¿A cuántas mujeres les han contado la misma milonga?
Pues que sepáis que nos han timado. Sí, porque hasta yo piqué; bueno, incluso Shakira también ... Piqué.
Me lo creí y así lo hice: me casé, tuve una hija y formé una familia. Claro que después me separé, no obstante, me volví a casar con un divorciado que tenía un hijo y formé una segunda familia. Conclusión: Ahora por fin estoy realizada; sin embargo, me siento engañada, rebotada y desesperada.
Para empezar mi padre se casó tres veces y con todas sus mujeres tuvo hijos. Así era mi padre, un lobo de mar. Tengo tantos hermanos que no los puedo ni contar, la verdad es que a la mayoría de ellos ni siquiera los conozco.
Cuando alguien me saluda por la calle siempre pienso: «¿Será hermano mío?». Y por si acaso, aunque no sepa quién es, le contesto: «Adiós, adiós»; por aquello de quedar bien con la familia. Cada vez que veo a cualquiera en la tele que se parece a mí siempre digo: «¿Será hermano mío?». Estoy tan paranoica con este tema que el otro día me quedé mirando al gato y le saqué parecido. Sueño que estoy rodeada de gente y que todos son mis hermanos. Hermanos que me telefonean, hermanos que me visitan, hermanos que me persiguen. ¡Qué pesadilla! Por último nació mi hermana pequeña (rubia, ojos azules y que en la actualidad mide dos metros diez). Definitivamente, de otra camada; pero también era mi hermana. Ahora resulta que incluso los que no se me parecen también son hermanos míos. ¡Qué angustia! El caso es que cuando nació yo tenía 14 años y, claro, tuve que ayudar a criarla, así que fui una madre prematura. Al cumplir los 16 mis padres se separaron y, claro, tuve que ayudar a cuidar de la casa, así que volví a ser una madre prematura. A los 17 me eché novio y, claro, tuve que ayudar a criarle, a cuidarle y a reprogramarle. Así que no es que fuera una madre prematura, es que fui una madre reincidente, vamos, que lo mío ya era vicio.
La verdad es que cómo no iba a cuidar de mi novio, si solo tenía un año más que yo, 18 añitos. ¡Angelito! ¡Animalito! Qué bonito es el amor... Consumados tres años de noviazgo a lo mejor ya no era tan bonito el amor. Aun así, y con el plan que tenía en casa, pues ya te plantas y le dices:
—Oye tú, macho , o pa’lante o pa’trás, pero así ya no pueden seguir las cosas.
Y él te contesta… porque siempre te contesta:
—Mira, Pilar, vamos a hacer como los de Alicante, primero un pasito pa’trás y luego ¡hala! to pa’lante.
—¡Torero, torero, torero! —le decía yo.
Y es que mi novio era torero, aunque quizá por eso nunca quise tragarme las corridas.
Para realizarme de una vez por todas decidimos casarnos. Eso sí, a to lujo, con to’l bodegón allí preparao, o sea, con los doscientos invitados, el vídeo de la boda y su traje de luces. Por cierto, yo no sabía que los trajes de los toreros llevan un mecanismo ahí mismo, que cuando se le da al botón, se ilumina el organismo.
¡Cómo no iba a casarme con él! Si con la energía que ya traía incorporada me ahorraba la factura de la luz… Nos casamos por todo lo alto, en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, donde se casan los marqueses, los duqueses y alguien como la Pili una vez todos los meses. Con bendición papal y to la pesca, vamos pa que no farte de na. ¡Ea! Con su familia de cuerpo presente, con mis diez millones de hermanos y con unos tirabuzones en el pelo, que parecía la hermana fea de Bisbal. Iba vestida de organdí blanco y mi prima al verme exclamó:
—¡Pili, si parece el vestido de la primera comunión!
Porque yo era tan pequeña y tan delgada que tenía las piernas como una horquilla de moño. Al poco tiempo, tal y como nos habían educado, tuvimos una hija, mi Lauri, ¡qué mona! Y es que cuando son bebés son tan ricos… te puedes quedar horas y horas enganchada mirándolos. Cucú tras, cucú tras, cucú tras. ¿Oye, vosotros sabéis por qué todas las madres del mundo hacen este juego al revés? Porque yo entiendo que cuando dices cucú, tienes que asomar la cara entre las manos como los relojes de cuco, que cuando sale el pajarito se abre una puertecita y dice cucú , y cuando dices tras , tienes que esconderte como si se cerraran las puertecitas. ¡Vamos, eso es como yo lo entiendo! Pues ahora resulta que todas las madres de la humanidad hacen al revés: ¡cucú! , mientras se esconden, ¡tras!, cuando se asoman. ¡Qué cosa más rara!
Después los bebés crecen y cumplen 5 añitos, entonces son divinos y ya razonan porque dicen: «Mi mamá es la más guapa». ¡Qué monos! Y no te cuestionan y les pareces perfecta… ¡Qué ricos! El problema es que siguen creciendo y se convierten en adolescentes. Y cuando son adolescentes tienen dos hostias.
Os juro que mi Lauri era un amor de bebé y ahora mírala, mírala, mírala… la puerta de Alcalá. A veces pienso que tener hijos es una pérdida de tiempo. Bueno y tener marido también.
Con esa manera de pensar al poco tiempo mi marido se fue con otra, ¡qué se le va a hacer! Nos separamos, eso sí muy civilizadamente porque ante todo soy civilizada, aunque me quedé con ganas de pegarle una « corná en el paquete las pilas» . El divorcio se hizo por la ley de Salomón, o sea, que le dije: «Sal de esta casa, cabrón». Y partimos todo por la mitad: la mitad del coche, la mitad de la cuenta… y casi le parto la cabeza por la mitad. Hasta la casa dividimos. Tuvimos una idea: en medio del salón subimos un tabicón, y empezamos a vivir de esta manera: mi ex en el ala norte, yo en el ala sur y la niña ni siquiera notó el cambio. Siguió diciendo: «O sea, o sea, ahora tengo dos habitaciones en la misma casa y, qué fuerte, ni siquiera sé por qué».
El caso es que al poner el muro en el centro del salón, cada uno se quedó con los muebles que había a cada lado. A mí me tocó la parte del piso que no tenía lavadora, y como la niña se cambiaba cuatro veces al día, no paraba de generar ropa sucia.
—Hija, sé un poquito más solidaria —le dije yo.
—¡Jo, mamá! Es que con el estrés de la separación, tengo ansiedad de ropa, ¿sabes? —me contestó.
—Mira Lauri, como saque la manita a pasear, te vas a enterar de lo que es ansiedad —concluí.
Así que decidí llevar la ropa a lavar a casa de una amiga. En el metro, cargada de bolsas hasta las cejas, todas ellas rebosantes de ropa sucia que se me iba cayendo en los pasillos, en el andén, y hasta en la funda de la guitarra de un músico ambulante.
—Señora, ¿esto es suyo? —me gritó el artista sujetando con el mástil de la guitarra el tanga de mi Lauri.
—Quédate con el cambio, hijo, que tengo más —le dije muriéndome de la vergüenza.
A partir de entonce decidí lavar la ropa interior en el lavavajillas, secarla en el microondas y ponérmela calentita.
En esta especie de «no convivencia» iban pasando los días, los meses, las novias de mi marido… Pero como el muro no era de ladrillo macizo sino de rasillón, pues se oía absolutamente todo. Escuchaba el chorrito del pis de mi ex cuando iba al baño, los ronquidos que daba mi ex cuando dormía y el triqui triqui cuando jodía, ¡qué jodío por culo!