Annotation
Son las nueve de la mañana y Satu regresa a su apartamento en la calle del Pez tras un infernal turno de noche en el hospital. Dicen que no hay noche buena, pero esta ha sido especialmente mala. Tanto que, al llegar, no sabe si desayunar o cenar, si ponerse la crema de día o la de noche, o si su melatonina está a punto de hacer las maletas y buscar otro cuerpo con horarios normales. Pero una extraña oferta de empleo en la que buscan a una enfermera zurda ha llamado poderosamente su atención. Así que en vez de irse a dormir, decide enviarles su currículum para ver si, de una vez por todas, deja de ser fija en la temporalidad y puede abandonar el jet lag permanente en el que vive... o al menos descubrir qué oculta esta extraña oferta. Tras conquistar a cientos de miles de lectores con su particular visión de los hospitales y del mundo sanitario, llega una nueva entrega de nuestraquerida Florence Nightingale de las redes sociales. Desde las máquinas de medicación hasta los desayunos en el hospital, pasando por los tubos de analítica o los vendedores que recorren las plantas, nada escapa a esta mordaz e hilarante enfermera. Enfermera Saturada se define como una enfermera española que busca hacerse un hueco en la sanidad. Empieza los turnos en planta, baja a la UCI, sube a prematuros y termina en urgencias. Esta enfermera se maneja como pocas en las redes sociales, desde donde a diario decenas de miles de personas ven cómo repasa, con humor y descaro, la actualidad de su hospital y la de cualquier hospital de España. Si no tienes claro si una enfermera que pincha en el turno de noche es una DJ, Si estás convencido de que la persona que inventa el tamaño de las pastillas no es buena persona. Si no soportas a las señoras que te dicen en qué vena tienes que pincharlas, este es tu libro.
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A los niños de Za’atari,
por haberme enseñado tanto
Satu y la máquina de medicación
(sus pastillas, gracias)
¿Alguna vez os ha tocado vivir un cambio en el hospital? No me refiero a un cambio postural, que esos los hacemos varias veces en el turno, sobre todo si la noche es de las buenas y no hay ingresos ni timbres. Ni siquiera estoy hablando de un cambio de turno, que es algo que aprendemos a hacer ya en nuestro primer contrato… Me refiero a un cambio de los de verdad, a uno sustancial, de esos que revolucionan a todo el personal del centro.
Si alguna vez os toca vivir uno, lo recordaréis perfectamente. Y es que si ya nos cuesta ponernos de acuerdo, y algo tan simple como cambiar en el almacén la ubicación del cajón de las gasas puede suponer un problema, imaginaos cuando se trata de algo mucho más gordo. Creo que por eso este tipo de cambios vienen impuestos desde dirección y no los consultan con nadie, como mucho con la supervisora, y, total, ella siempre les va a decir que sí, porque para eso la han colocado ellos en ese puesto. Consultarlo obligaría a hacer un referéndum hospitalario, por ejemplo, sobre la aplicación informática de cuidados de los pacientes, y eso acabaría en un callejón sin salida peor que el del Brexit. El procés enfermero.
Lo que nadie sabía era que el drama estaba a punto de estallar en el Hospital Dos de Mayo. Nada hacía presagiar que aquella mañana de mediados de septiembre, en la que se reabría la planta de Ginecología después del verano, estaba a punto de acabar en una tragedia. Ya habíamos vivido una mayor cuando, unos meses antes, la supervisora nos comunicó al personal de Gine que la planta se cerraba durante el verano. Recuerdo que aquello fue más o menos así:
—Niñas, antes de hacer el reparto de las quincenas de vacaciones tengo que comentaros algo que me han dicho en dirección —anunció Rosa, la supervisora.
—¿Hay que hacer más escalas en el plan de cuidados? ¡Espero que no!
—No, Susi, no es eso. Con que confirmases las acciones de tus pacientes en el ordenador, yo me daba por satisfecha —prosiguió Rosa.
—Bueno, y nosotras lo estaríamos con que nos mandasen a una sustituta cada vez que una de nosotras coge la baja —la interrumpió Puri, para ganarse los aplausos del resto de las enfermeras.
—A ver, niñas, esta vez no os podéis quejar porque han contratado a una sustituta. Aquí tenemos a Satu con nosotras, que está por el permiso de maternidad de Marga.
Levanté la mirada tímidamente mientras masticaba un trozo de bizcocho sin gluten y sin azúcar que algún paciente no se había querido comer, empapado en el segundo café con leche de la mañana. A mí estas cosas siempre me pillan comiendo. Con lo tranquilita que estaba yo en aquella reunión pasando desapercibida… Total, a mí no me iban a dar vacaciones porque era eventual y no tenía que coger ninguna quincena, pero como estaba de turno, tuve que entrar en la reunión. Bueno, por eso y porque a la una del mediodía ya apetece el segundo desayuno y aquello era la excusa perfecta para tomarlo.
—Lo que tengo que deciros sé que no os va a gustar —continuó la supervisora—, pero tiene que ser así. No me han dejado otra opción. Somos una de las plantas que cierra este verano. Hasta ahora nunca nos había tocado, pero este año no nos libramos —añadió con voz temblorosa y mirando al techo, consciente de que acababa de hacer explotar un reactor nuclear dentro de la unidad.
Recuerdo que hubo unos segundos iniciales de silencio, esos que siempre preceden al desastre, pero que a mí me parecieron eternos. En esa calma tensa aproveché para apurar el último trago de café con leche que me quedaba, por lo que pudiese pasar… «A mí el Apocalipsis que me coja con el estómago lleno», pensé.
Bastó un desgarrador «pero… ¡¿y qué va a ser de nosotras?!» como detonante para que la sala de enfermería, acondicionada como improvisada sala de reuniones, se sumiese en el caos. Gritos, amenazas de baja laboral por ansiedad, mujeres adultas abrazándose y llorando desconsoladas… Para completar el cuadro, solo faltaban una enfermera en la esquina de la mesa respirando dentro de una bolsa de plástico y otra junto a la puerta tomándose los lorazepanes de los pacientes como si fuesen Lacasitos. Y todo porque durante los meses que estuviese cerrada la unidad nos iban a desplazar a otras plantas.
Teniendo en cuenta que cuando nos quitaron días de libre disposición, un cinco por ciento del sueldo, la paga extra de Navidad completa y nos aumentaron las horas de trabajo mensuales no se hizo nada…, les llegan a quitar la plaza fija y no montan más escándalo que el que pude presenciar en Ginecología antes del verano.
Pero volvamos a aquella mañana de mediados de septiembre en la que se reabría la unidad. Poco a poco, todo el personal de turno íbamos llegando y nos agolpábamos frente a la entrada de la planta. Eran momentos de reencuentro y de preguntar cómo habían ido las vacaciones de cada una, qué tal había sido la experiencia de trabajar en otras plantas y de comentar si estaban muy morenas o poco. A mí todo aquello me recordaba mucho al primer día de curso, ese en el que vuelves a ver a tus compañeros de clase después de todo un verano y en el que los profesores siempre nos dicen cosas como: «¡Anda, pero cuánto habéis crecido en un año!», aunque en realidad hayan pasado poco más de dos meses.