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Unknown - Por donde sale el sol

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Unknown Por donde sale el sol
  • Libro:
    Por donde sale el sol
  • Autor:
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    papyrefb2tdk6czd.onion
  • Genre:
  • Año:
    1997
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Por donde sale el sol: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Por donde sale el sol
Blanca García-Valdecasas
A mis hijos: Alfonso, Mercedes,
Jaime-Juan y Javier-Fernando,
que conviven con mis fantasmas
... que, tarde o temprano, el amor
da una señal de vida.
DELIA DOMÍNGUEZ
Vigilias
Capítulo 1
... Y
llenar los balcones de geranios, de esos que desbordan por las fachadas blancas, relumbre de la cal, se derraman, chorrean en cascadas, gloria de los carmines donde la luz apoya y se detiene sólida, establecida.
Eso deseé-soñé para nosotros, atardecer nuestro, cuando ya los niños fueran grandes y nos hubiéramos quedado en el hombro con hombro de la mutua compañía, tiempo para los recuerdos y una paz como perro acostado a los pies, modestamente. Casa de aquel otro Sur, con su patio chico y las macetas, quizá un aljibe, el emparrado en el jardín de atrás con flores antiguas, vistosas, como en una pintura de Joaquín Sorolla. O en Santa María de mis abuelos con su palmera grande y el pilón donde bebían las palomas, exactamente siempre igual que lo pintó un anónimo talento en el siglo pasado. Acaso también una de aquellas casitas con la quietud encima del tejado a festones de onda, encajes de Bruselas, que tanto nos gustaban. Ah, Brujas, Bruges-la-Morte perdida en tu llanura pequeña; el aire un vapor gris, ligero. Lo recogido del paisaje, planicie de alcance corto, y la humedad subiendo, vaho desde los canales. Arquitectura de moderación, estrechez de los arcos apuntados, interior apacible un poco estático suspendido en el tiempo... una luz indirecta algo cobriza reflejada en un espejo circular, al fondo. Estoy pensando, me parece, en la familia Arnolphini; se diría que todo lo figuro con imágenes de alguna pinacoteca. Esos fueron los antiguos sueños; después, desde que vinimos aquí, te he querido ver en esta misma casa donde estoy viviendo, grande, hermosa; no me recuerda a ningún pintor sino a mí mismo: aquí llevo pintados muchos cuadros. Casa de abrigado espesor en sus muros de adobe, envigada de encina, con los aleros viniendo a apoyar en las columnas blancas, los corredores largos. El jardín rodeado de tapias como en un recato de convento, afuera el verde pastizal y los sembrados. Margarita y Hortensia de dulce mirar mugen con la suavidad de cada día su ternura de madres llamando a sus becerras, patitas torpes y movimientos rápidos, asustadizos. Atardece en el jardín donde en tu nombre dispusimos macizos de violetas bajo las araucarias grandes; la luz escapa por el corredor, verdea y se demora un poco más en el prado encendiendo los tréboles con el último rosa. Los diamelos ya perdieron la flor y los árboles crespón empiezan con sus plumeros rojos como exóticos pájaros. Los muchachos han salido de paseo por el camino de la higuera grande, llevándose con ellos a los mellizos para darles alguna distracción, todavía los ánimos están un poco alterados. Elsa porque le duele un tobillo y Marianita que aún no puede seguir a los mayores se sentaron a mirar los caballos junto a la cerca.
Y yo me quedo aquí, como de costumbre pensando en Violeta, en estas calmas de la tarde. Llevo la vista a las montañas alzadas por el lado de Levante; siempre algún ventisquero guarda nieve hasta en lo más caluroso del verano. Entonces me pregunto cómo ha resultado mi vida tan distinta a lo que pude esperar por el curso seguido de las cosas. Reveo Santa María con abuela Clara, las tías Dolores y Francisca, mi madre con su languidez, mis primos... y Violeta, siempre. Estoy a muchas distancias de la tierra en que nací, miles de leguas, a la otra orilla de una realidad y el mar por medio. Violeta, que inventó esta aventura para nosotros, imaginando todos los confines, está ausente. A veces me sucede que no sé distinguir entre las cosas ciertas y las que se mueven en un país de sueños, entre lo que murió y lo que vive todavía. Mi corazón va por delante de mí: yo me estoy quieto. Pero esta noche pasada soñé, otra vez, con ella; llevaba ropa hecha de millares de briznas de paja y en la cabeza una especie de tocado alto con muchas flores. Rosas y diamelos, lirios, reinamargaritas... Subía, levantándose en el aire, emprendía viaje hacia el Norte cálido. A lo que, al remontar encima de unas nubes, los rayos del sol encendieron de luces las pajas, brillaban más que oro. Entonces yo la perdía de vista y las flores venían cayendo hasta la tierra, despacito bajaban como por un vacío.
Sí. Este viaje fue empeño de Violeta, que yo al principio no quería; me asustaba la mera idea de trasladar a todos los niños. Creo que lo decidió así, de golpe, una inspiración repentina. O quizá no; ella siempre tan pensativa de sus ideítas interiores, maquinando felicidades nuestras. Sacándolas de pronto afuera cuando llevaban tiempo preparándose: su gusto por los secretillos de meditada inocencia. Después me lo he preguntado, ¿el ataque de nervios de Pep Sarria, nuestra estancia en Barcelona, aquella estúpida guerra-relámpago fueron acaso, pudieron ser, motivos para torcer nuestro rumbo cambiándonos la vida definitivamente? O sólo razones superpuestas, vagamente sumadas a un cúmulo de otras muchas que Violeta llevara almacenando sabe Dios cuánto tiempo. Porque ella nunca había sido cobarde y aún aquella noche en Barcelona mientras veíamos por televisión en casa de Mireya y Pep Sarriá el Oriente Medio a punto de volar en pedazos por lo que quedara del aire y todo el Mediterráneo incendiándose con él, Violeta era de los cuatro la más tranquila. Yo disimulaba mi real preocupación y hasta en mala hora quise hacer un chiste, empecé a recitar los versos de un compañero pintor, uno de esos granadinos que hacen versos de cualquier cosa: Medio Oriente, Medio Oriente démosle gracias a Alá porque, afortunadamente, / no eres más que la mitad. A lo que Pep chilló que no me daba cuenta de las cosas, que me ponía del lado de los árabes por ser andaluz y, además, no me preocupaba la destrucción de nuestra cultura porque no era de verdad pintor. Me defendí. Pintor, sí, y padre de siete hijos por añadidura. Con eso se afirmaba más en su opinión; ¿qué pintor que se respetase y viviera para su arte iba a andar por el mundo produciendo a siete hijos? Que no, hombre. Que no. Y los jeques de mierda, creyéndose que por tener petróleo podían hacer todas las barbaridades que les diese la gana... porque los americanos eran unos cretinos, que si no... Violeta preguntó con suavidad: «¿y los rusos?» Él se enfurecía: «¿Qué pasa con los rusos? Ellos no tienen nada que ver.» Todo tenía que ver con todo, los países como amarrados por la misma soga, más tirante cada vez con el tiempo... Lo llevable dentro del «grupo» era criticar a los americanos... y después perder con gusto el trasero para exponer en Nueva York. Las cosas... Nunca he podido soportar verme envuelto en una discusión de política, callé esperando que a mi amigo se le pasara el ataque de nervios. «Esto me tenía que ocurrir a mí cuando estoy en el momento más importante de mi carrera, ¡me tenía que ocurrir!» Me recordó a mis tías, protagonistas por vocación de todos los sucesos; cuando se murió el señor arzobispo, no lo conocían, la tía Dolores dijo que aquellas cosas no le pasaban más que a ella, con el asombro de toda la familia y un rencor de la otra tía que no quería ser menos. Pep, igual. Aquella guerra parecía haber conflagrado nada más para estropearle a él su carrera de éxitos. «Tengo varias exposiciones programadas para los próximos cinco años. París, Milán, Nueva York... los mejores sitios. ¿Y si se lía, eh?» Me lo decía a mí, acusador, como si yo fuera el primer ministro israelí o uno de los maldecidos jeques. Violeta, al nombre de Nueva York, había levantado una ceja, sin sonreír. Yo veía su sonrisa interiormente. Aquí intervino Mireya: «Escucha, deja en paz a Rogelio. ¿Verdad que él no tiene la culpa de este lío? Pues entonces. Y él también es pintor, recuerda que en la Escuela...» Pero Pep apartaba la Escuela con un gesto airado de la mano, la borraba. Bah, la Escuela... sí, que yo había conseguido las mejores calificaciones, el caso típico de los que después nunca llegan a ninguna parte. Pintura académica, cualquiera era capaz... «Yo me he pasado años tratando de olvidar lo que nos enseñaron en aquel maldito tugurio, no me hables...» Mireya revolvía en una caja llena de medicinas, sacaba un frasco. «Tómate dos píldoras, de las azules. Te has de tranquilizar.» Tragaba sus pastillas con un sorbo de huisqui; las dos mujeres iban a la cocina a disponer la cena. Pep se medio disculpaba, eran sus nervios, tanto trabajo, las responsabilidades, caía después en un silencio mustio mientras yo me quedaba con mis pensamientos. Sí que estaba nervioso, el pobre, quizá por la excesiva tensión de permanecer en las alturas, esa alerta continua por estar a la
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