Annotation
Bienvenidas una vez más al mundo de la enfermería con humor. Bienvenidas a la aventura de vivir en primera persona la profesión más bonita del mundo. «Queridas Nightingales: Nos ha tocado vivir la profesión más bonita del mundo, esa que nos hace dar más vueltas que un vendaje compresivo, esa que una ejerce las 24 horas, sobre todo cuando tus amigas tienen su primer hijo o cuando tu prima quiere saber si puede mezclar antibióticos y alcohol. Os presento mis nuevas aventuras como enfermera eventual en Madrid.» ¿En serio creías que Satu ya lo había contado todo? Las aventuras de nuestra enfermera favorita continúan. Porque los pacientes siempre llaman dos veces, pero la mujer de la bolsa de empleo solo una, y más te vale estar atenta. El suero se ha terminado, las bombas han dejado de pitar y a Satu le toca despertar del que había sido el mejor contrato de verano, o no. Porque la vida de una enfermera da más vueltas que un vendaje compresivo, y los caminos del cuidado nunca sabes por dónde te van a llevar. Enfermera Saturada se define como una enfermera española que busca hacerse un hueco en la sanidad. Empieza los turnos en Planta, baja a la UCI, sube a Prematuros y termina en Urgencias. Esta enfermera se maneja como pocas en las redes sociales, desde donde a diario decenas de miles de personas ven cómo repasa, con humor y descaro, la actualidad de su hospital y la de cualquier hospital de España.
HÉCTOR CASTIÑEIRA
EL PACIENTE SIEMPRE
LLAMA DOS VECES
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A mis pacientes especiales.
Esos que, para bien o para mal,
me acompañarán siempre
Confían en mí sin conocerme, sin haberme visto jamás y, probablemente, en el peor momento de su vida. Los cuidamos, sin conocerlos de nada. Les devolvemos esa confianza que han depositado en nosotras.
Muchas veces me preguntan qué tiene de especial esta profesión. Son momentos como este en los que te das cuenta de la grandeza de lo que hacemos. Y si sigues poniéndote el pijama cada día es por esto. Por estos momentos. Por los pacientes y por todo lo que te dan ellos a ti sin saberlo, sobre todo esos pacientes especiales de los que nunca te olvidas. Si no fuese por esto, hace mucho que más de una habríamos colgado el pijama para dedicarnos a cualquier otra cosa.
Es imposible que alguien que dedica su tiempo a ayudar a los demás no sea feliz.
ENFERMERA SATURADA
La innovación más importante en salud de los últimos años es la silla.
La silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo.
GREGORIO MARAÑÓN
Empiezo a estar preocupada por el rumbo de mi vida. Es domingo y he madrugado. Pero así, sin más. No vayáis a pensar que me he levantado temprano porque tuviera turno de mañana en el hospital, o porque alguien con una guitarra se haya puesto bajo mi ventana a destrozar «Three Little Birds» de Bob Marley y ya no he sido capaz de volver a coger el sueño.
Ahora que lo pienso… Hace unas semanas que no lo oigo por la zona, y es que otra cosa no, pero a ese se le oye hasta en Orcasitas cada vez que coge la guitarra en Malasaña, ¡y sin amplificadores ni nada!
Rise up this morning…
la ra lá…
because every little thing…
gonna be alright…
Pero no, no. Algo no está bien, por mucho que la canción diga lo contrario. Puede que sea la edad y que empiece a estar mayor. Aunque todavía no demasiado; mientras no me ponga a hablar mal de las enfermeras recién graduadas aún hay esperanza, que eso de criticarlas es algo muy de enfermera mayor. El problema es que he madrugado sin más, sin despertador. Como esa gente que dice: «A mí me gusta levantarme temprano para aprovechar el día». ¿Qué pasa?, ¿que por la tarde las horas no duran sesenta minutos como por la mañana? Si duran menos que me avisen, que cambio todos los turnos de mañana por los de tarde. Es algo que nunca he entendido, pero que también es muy de enfermera mayor. Será por eso que, con la edad, a estas les encantan los turnos fijos de mañana y tratan de colocarnos como sea a las nuevas todas las tardes y noches. Claro, para poder aprovechar el día.
Hay quien dice que lo de madrugar es algo a lo que hay que acostumbrarse, que esto es como un hábito que coges. Yo descubrí esa teoría hace poco, porque me apareció sin buscarlo en mi muro de Facebook un coach de esos que dan charlas motivadoras. Se dedican a soltar durante media hora frases de Mr. Wonderful y de Paulo Coelho, y se supone que con eso te arreglan la vida. No sé cómo me llegó ese vídeo, supongo que alguna persona aleatoria que tengo por ahí agregada como amiga lo compartió en su muro… Siempre se me cuela alguno de estos «seres de luz».
De pronto un día abres la aplicación de Facebook y te encuentras con una solicitud de amistad de alguien que no conoces, pero que tiene cuarenta y seis amigos en común contigo, de los cuales al menos cuarenta son del hospital… así que al final acabas aceptándola. Como nunca ponen su nombre completo en Facebook para que Mark Zuckerberg no espíe sus vidas (como si Mark y la NSA no tuviesen otra cosa que hacer), utilizan pseudónimos como «Dol Ores Rainbow» o «Ana Siempre Positiva» y de foto de perfil ponen un mandala, pues al final no sabes a qué compañera de la planta estás agregando, aunque lo supones. Y es que no hay muchas que se pongan a estudiar libros de runas o sobre los efectos sanadores del pensamiento positivo a las tres de la madrugada de un martes.
El caso es que este supuesto motivador aseguraba que si repites un hábito durante no sé cuántos días seguidos, se convierte en rutina y ya lo haces siempre. Pues mira, qué queréis que os diga, conmigo eso no funciona. Cuando era más pequeña… de edad, que de altura no he crecido gran cosa desde entonces, pasé todo un verano inolvidable de vacaciones con mis abuelos en la playa. ¿Y qué hace una niña cuando está sola con sus abuelos? Pues básicamente lo que le da la gana. Así que me pasé los dos meses de verano comiendo un helado cada día a la hora de la merienda. Me los conocía todos. Repetí tantas veces la carta entera de Miko que me salían los Mikolápices por las orejas, llegué casi a cogerles asco, ¡incluso me llevaba un disgusto cuando al terminarlo me salía uno gratis en el palito!, y se lo regalaba al primer niño que pasara por allí. Y oye, nada, que aquello para mi desgracia no se convirtió ni en hábito, ni en costumbre, ni en nada parecido. Llegó la «vuelta al cole» y no volví a probar un helado hasta mayo. Todo un drama infantil que creo que nunca os había contado.