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Roger de Lafforest - Las leyes de la suerte

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Roger de Lafforest Las leyes de la suerte

Las leyes de la suerte: resumen, descripción y anotación

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Todos los días comprobamos que, en última instancia, el éxito o el fracaso, en todo ámbito de la vida, dependen de ese escurridizo factor: La suerte. Sin embargo, esa suerte, tan preciosa, tan indispensable, es el don peor repartido del mundo. Algunas personas la poseen en forma abundante, algunas no la tienen en forma suficiente, y otros definitivamente carecen de ella. Es, sin duda, la más desesperante desigualdad que abruma a la condición humana. Roger de Lafforest estudió las leyes de la suerte, y demuestra que siguiendo procedimientos muy simples se puede atraer hacia uno la buena suerte y alejar la mala. Este libro constituye una esperanza para todos los que se sienten desafortunados y se resignan a la fatalidad de no tener suerte. Ahora es posible obtener, conservar y aumentar la suerte, y así asegurar un nuevo camino hacia la felicidad. Roger de Lafforest hizo un vasto y completo estudio de los fenómenos que constituyen lo que normalmente se suele se llamar suerte
. Desde la antigüedad hasta nuestros días, y en toas las culturas, primitivas y modernas, que conviven en nuestro mundo, se conjuró, endiosado o maldecido la suerte. Roger aporta en esta obra un descubrimiento fundamental

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Solapa: Todos los días comprobamos que, en última instancia, el éxito o el fracaso, en todo ámbito de la vida, dependen de ese escurridizo factor: La suerte. Sin embargo, esa suerte, tan preciosa, tan indispensable, es el don peor repartido del mundo. Algunas personas la poseen en forma abundante, algunas no la tienen en forma suficiente, y otros definitivamente carecen de ella. Es, sin duda, la más desesperante desigualdad que abruma a la condición humana. Roger de Lafforest estudió las leyes de la suerte, y demuestra que siguiendo procedimientos muy simples se puede atraer hacia uno la buena suerte y alejar la mala. Este libro constituye una esperanza para todos los que se sienten desafortunados y se resignan a la fatalidad de no tener suerte. Ahora es posible obtener, conservar y aumentar la suerte, y así asegurar un nuevo camino hacia la felicidad. Roger de Lafforest hizo un vasto y completo estudio de los fenómenos que constituyen lo que normalmente suele se llamar suerte. Desde la antigüedad hasta nuestros días, y en toas las culturas, primitivas y modernas, que conviven en nuestro mundo, se conjuró, endiosado o maldecido la suerte. Roger aporta en esta obra un descubrimiento fundamental: Las leyes de la suerte.

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Las leyes de la suerte

Índice La más irritante desigualdad Las encrucijadas de la libertad La suerte de nacer Los dioses sin rostro El poder de los objetos El buen y el mal de ojo El poder del verbo El amor, generador de suerte El mecanismo de la suerte nel juego La ley de las series Reversibilidad de la suerte La ley de la compensación La más joven ciencia

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Las leyes de la suerte

Digitalizado en octubre de 2014

Las leyes de la suerte Roger de Lafforest Título original: Le lois de chance Edición original: Robert Laffont Traducción de Josefina Delgado

Javier Vergara Editor SA Buenos Aires, Madrid, México, Santiago de Chile, Bogotá, Caracas, Montevideo © 1978 editions Robert Laffont © 1993 Javier Vergara Editor SA Tacuarí 202, P 8º, Buenos Aires, Argentina ISBN 950-150706-8 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Depositado de acuerdo a la ley 11.723

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Las leyes de la suerte

La más irritante desigualdad Estudié la mágica dicha, a la cual nadie escapa Arthur Rimbaud

el mundo, lo peor repartido es la suerte. Es un don maravilloso e inexplicable, un regalo de las hadas, que no fue otorgado a todos igualmente: Algunos están colmados de ella, mientras que a otros fue dada con avaricia. Se trata de la más irritante y la más injusta de todas las desigualdades que abruman la condición humana. Resulta banal recordar que los hombres nacen, viven y mueren desiguales en todo: En salud, belleza, fuerza, inteligencia, riqueza, felicidad... Ni la muerte los pone en pie de igualdad: Algunos tendrán derecho a un mausoleo de mármol, otros tendrán que se contentar con la fosa común. Finalmente la eternidad (si creemos en ella), volverá irremediable esa desigualdad, puesto que habrá elegidos y condenados. Para consolar de esa desigualdad a los hombres, los constituyentes de 1789 tuvieron la ridícula idea de los declarar iguales en derecho, lo que no tiene sentido ni es real. Resulta casi como si el parlamento votase una ley para decretar que cualquier hombre tiene el derecho de correr 100m en 10s, que todo soldado de segunda clase tiene el derecho de ser general o que todo dueño de un billete de lotería tiene el derecho de ganar el premio mayor. ¡Ay!, tener el derecho de hacer alguna cosa no quiere decir que se tenga la posibilidad de conseguir. Agradezcamos al menos al legislador enunciar enfáticamente la irrisoria perogrullada de la igualdad de derecho. Es gentil de su parte, aunque esa buena intención no cambie la desigualdad profunda y congénita que reina entre los hombres.

N

La nariz de Cleopatra Para corregir los efectos y defectos de esa desigualdad, las declaraciones de principio, los reglamentos de policía, los decretos gubernamentales sirven para nada. El único recurso es el sistema D, que permite hacer trampa o inventar argucia contra la realidad. Si uno no tiene músculo, habrá de conseguir por medio de una gimnasia apropiada. Si se tiene la nariz torcida, la cirugía estética lo remediará. La constancia puede a veces reemplazar al talento, una estricta higiene compensar la mala salud. En fin, en casi todos los dominios el hombre puede tratar de mejorar. Sólo tendrá que elegir entre diversos métodos, disciplinas, ascesis, tratamientos, ejercicios, trucos de todas clases que deben permitir compensar de alguna manera su herencia de nacimiento. Alguna posibilidad de atenuar, poco o mucho, la consecuencia de la desigualdad, se nos ofrece en todos los terrenos. Todos excepto uno, el más importante: La suerte. Hay en todo eso una carencia verdaderamente dramática, aun desesperante, si pensamos que la suerte es justamente, en un análisis profundo, el único medio de que dispone el hombre para realizar su vida y para conquistar la felicidad aquí abajo. El trabajo, talento, amor, valor, virtud, vicio, astucia, intriga, crimen, nada iguala en proporción al coeficiente suerte, que afecta a cada individuo en su comportamiento, esfuerzo, avance. Aunque uno sea pobre, torpe, débil, enfermizo, estúpido, vicioso, no por eso se obtendrá menos éxito, si se tiene suerte. Se puede ser rico, hermoso, sano, inteligente, virtuoso, y a pesar de eso fracasar en la vida, no encontrar nel camino más que revés y desgracia, si no se tiene suerte. Solamente la suerte otorga eficacia a nuestro

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esfuerzo, a nuestros virtud y talento. Sin ella no conseguimos el éxito que merecemos. Colorea de manera diversa los acontecimientos de la vida. Mucho mejor que al sol, puede se dirigir a la suerte la famosa invocación de Chantecler: ¡Oh tú, aquel sin el cual las cosas no serían lo que son! Sí. En última instancia se puede afirmar que el factor determinante de la realización en todos los terrenos, sentimental, financiero, profesional, es la suerte. Eso no es simplemente una visión pesimista del espíritu, un cuadro que se vuelve negro, sino la constatación de una evidencia, que cada uno puede hacer se limitando a mirar con objetividad el mundo tal cual es. Al tomar conciencia de esa desmoralizadora realidad, los que se creen los perseguidos de la suerte se verán tentados de renunciar a todo esfuerzo y perder hasta el gusto por la vida. Bueno. Deben se serenar, volver a tomar coraje. Es para ellos, y para mí, pues soy uno de ellos, que emprendí este estudio, para buscar las recetas y los medios de amansar a la suerte, de alejar a la mala suerte. Ciertamente, sería absurdo esperar, como nos lo prometen los demagogos, que un día una sociedad más justa pueda dar a cada uno según su mérito o, según la utopía socialista, a cada uno según su necesidad. No. Siempre será: A cada uno según su suerte. Pero, felizmente, sé que, nel estado actual de nuestro conocimiento, es posible dar la suerte a los que no la tienen, dar uno poco más a los que no tienen bastante, y enseñar a los que la tienen a no la malgastar en vano. En cuanto a los perseguidos por la mala suerte, los que no tienen éxito, es posible los municionar de un nuevo pasaporte para la felicidad, les enseñando los medios de amansar a la suerte para su uso personal, luego de haber neutralizado la influencia de su mala estrella. En ese dominio misterioso hay leyes tan rigurosas como las que rigen el mundo físico. Hay que aprender a las conocer y respetar. Hay que llegar a interpretar ese silencio que evocaba el poeta Charles Maurras cuando escribió: Y nuestros augustos consejeros las grandes leyes del ser, inmóviles en su luz, hacen un silencio que me confunde El éxito, la felicidad, en todo caso la paz del alma, se obtienen a ese precio. Mi propósito no es el de filosofar amargamente sobre el escándalo de la desigualdad o sobre la fatalidad que parece regir los destinos humanos. Quise escribir un manual práctico para el uso de mis hermanos de desgracia, un vademecum de la suerte para el uso de todos los que se quejan de que su esfuerzo es inútil, que sus méritos no son recompensados, que su futuro está cerrado, su realización retrasada sin tregua y sin razón. En suma, lo que les aporto, sin vanidad de autor, ya que las recetas no son mías sino tomadas de las fuentes de una tradición olvidada o despreciada, son los medios empíricos para corregir la injusticia más grave del mundo: La desigualdad de los hombres en lo que respecta a la suerte.

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