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Robert Desnos - El destripador

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Robert Desnos El destripador

El destripador: resumen, descripción y anotación

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A finales de la dГ©cada de los aГ±os veinte se encontrГі en el barrio parisino de Saint-Denis el cadГЎver, brutalmente despedazado, de una mujer. El crimen y su estremecedor parecido con los cometidos aГ±os antes por Jack el Destripador despertaron la curiosidad del poeta y periodista Robert Desnos, que decidiГі investigar a su vez la historia de aquel legendario asesino del Londres Victoriano. En Гєltima instancia, Desnos querГ­a demostrar que los procedimientos de los criminales sГЎdicos no habГ­an cambiado desde el Destripador y para ello estudiГі, con las dotes de un monstruo mitad forense y mitad literato, los detalles y las variaciones de cada uno de aquellos homicidios. Este trabajo vio la luz a travГ©s de una serie de nueve artГ­culos periodГ­sticos sobre Jack el Destripador publicados en ParГ­s-Matinal entre los meses de enero y febrero de 1928, y que ahora se traducen por primera vez al castellano. En todos ellos, tanto el ambiente del Londres de la Г©poca como los pormenores de los crГ­menes son descritos de forma magnГ­fica y reveladora. AdemГЎs, Desnos propone a sus lectores a lo largo de esta serie una suerte de intriga paralela que va hilГЎndose de un texto a otro y que avanza, finalmente, una suerte de hipГіtesis sobre la verdadera identidad de este asesino que nunca fue juzgado...

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A finales de la década de los años veinte se encontró en el barrio parisino de - photo 1

A finales de la década de los años veinte se encontró en el barrio parisino de Saint-Denis el cadáver, brutalmente despedazado, de una mujer. El crimen y su estremecedor parecido con los cometidos años antes por Jack el Destripador despertaron la curiosidad del poeta y periodista Robert Desnos, que decidió investigar a su vez la historia de aquel legendario asesino del Londres Victoriano. En última instancia, Desnos quería demostrar que los procedimientos de los criminales sádicos no habían cambiado desde el Destripador y para ello estudió, con las dotes de un monstruo mitad forense y mitad literato, los detalles y las variaciones de cada uno de aquellos homicidios. Este trabajo vio la luz a través de una serie de nueve artículos periodísticos sobre Jack el Destripador publicados en París-Matinal entre los meses de enero y febrero de 1928, y que ahora se traducen por primera vez al castellano. En todos ellos, tanto el ambiente del Londres de la época como los pormenores de los crímenes son descritos de forma magnífica y reveladora. Además, Desnos propone a sus lectores a lo largo de esta serie una suerte de intriga paralela que va hilándose de un texto a otro y que avanza, finalmente, una suerte de hipótesis sobre la verdadera identidad de este asesino que nunca fue juzgado…

Robert Desnos El destripador ePub r10 Australopiteco 230414 Título - photo 2

Robert Desnos

El destripador

ePub r1.0

Australopiteco 23.04.14

Título original: Les crimes sadiques. Jack l’Éventreur

Robert Desnos, 1987

Traducción: Irene Antón

Ilustraciones: David Sánchez

Editor digital: Australopiteco

ePub base r1.1

Jack y los crímenes sádicos LA FIGURA DE JACK EL DESTRIPADOR es absolutamente - photo 3
Jack y los crímenes sádicos

LA FIGURA DE JACK EL DESTRIPADOR es absolutamente legendaria. Nadie lo vio nunca o, antes bien, las personas que lo vieron nunca pudieron describirlo, pues sólo se encontraron sus cuerpos, horriblemente mutilados.

Pudo cometer en pleno Londres once crímenes desde el 1 de diciembre de 1887, fecha en la que se encontró en Whitechapel el cadáver horriblemente mutilado de una mujer desconocida, hasta el 10 de septiembre de 1889 cuando, bajo la bóveda de un puente de ferrocarril se encontró el último cadáver de esa trágica serie —un cuerpo de mujer con la cabeza separada del tronco, las dos piernas ausentes y el estómago y el vientre perforados—, sin que nadie lo viese ni le molestase nunca.

Aquellos y aquellas que han soñado con él —porque lo maravilloso se mezcla con esas trágicas hazañas, y algunas personas han declarado haber tenido, en las noches que precedieron al descubrimiento de un nuevo crimen, sueños premonitorios— aseguran que Jack el Destripador se les presentaba con el aspecto de un hombre extremadamente elegante, con un rostro bello y tenebroso, manos extremadamente finas y puños cuya delgadez no excluía lo robusto.

Sin duda, Jack el Destripador está ya muerto, y muerto sin castigo. Debe de reposar en uno de esos calmos cementerios ingleses en los que la sombra rectilínea de los cipreses se prolonga sobre céspedes cuidadosamente rastrillados y monótonas avenidas. Cada día de la semana se hace más pesado sobre esa tumba misteriosa. Las jóvenes inglesas que, para llegar al templo protestante o a la iglesia, atraviesan el cementerio, observan ante esa tumba, como ante las demás, un silencio recogido. Y nada indica a los hombres que allí, en la paz telúrica, reposa aquel a quien podemos aplicar el título de «genio del crimen».

Antes de describir la impresionante serie de hazañas de Jack the Ripper, hay una frase de la conclusión de los investigadores que, en su terrible simplicidad, me parece definir de manera aún más trágica esta sangrienta epopeya:

«Los elementos informativos no permiten suponer que el asesino tuviese conocimientos anatómicos, sino, antes bien, que la práctica le había vuelto hábil».

Terrible experiencia la de este hombre entrenado para despiezar mujeres; terrible lujuria la de este hombre, cuyo apetito sexual sólo podía ser saciado con sangre; terrible vida la de este criminal que, nunca descubierto, siempre a punto de cometer una nueva hazaña, vivía en la excitación continua de sus nervios y su sensualidad, desafiando victoriosamente las fuerzas de la ley y la moral ordinaria.

Primeros asesinatos EL 1 DE DICIEMBRE DE 1887 FUE DESCUBIERTO en el miserable - photo 4

Primeros asesinatos

EL 1 DE DICIEMBRE DE 1887 FUE DESCUBIERTO, en el miserable barrio londinense de Whitechapel, el cadáver de una mujer desconocida, asesinada y mutilada de forma salvaje. La investigación no reveló ni el nombre del criminal ni las circunstancias del asesinato.

Pasaron siete meses y el caso había entrado ya en ese olvido profundo de los crímenes en los que la policía ha fracasado en su misión, cuando fue encontrada, el 7 de agosto de 1888, en el mismo barrio, una mujer asesinada, atrozmente desgarrada por treinta y nueve cuchilladas.

La investigación, desde el principio, se enfrentó a tal misterio que no se dudó que el asesino escapara a la búsqueda y el dossier se guardó junto al primero, con el que aún no se establecía una correlación estrecha.

El barrio de Whitechapel, que aún es uno de los más miserables de Londres, era, hace cuarenta años, el paisaje más romántico que pueda imaginarse. Las admirables descripciones que hace Eugéne Sue, ese extraordinario escritor, de los barrios sórdidos de París, apenas proporcionan una idea del laberinto de calles, callejuelas, pasajes y patios que constituían por aquel entonces ese arrabal inglés. Thomas de Quincey que, en algunos pasajes de su tan seductora obra, ha hecho del él rápidas descripciones, traduce la atmósfera de ese lugar en el que los más miserables lisiados de Londres, aquellos que, el domingo, dibujan con tiza en las aceras el retrato del príncipe de Gales y que, por la noche, se disputan con las ratas gigantes un refugio para dormir en los muelles del Támesis, se codeaban con las más lamentables prostitutas que una gran ciudad del mundo pueda ofrecer a la triste sensualidad de los sábados protestantes.

Pero Jack el Destripador, que había esperado siete meses antes de cometer su segundo asesinato, no esperó más que veinticuatro días para cometer el tercero.

El 31 de agosto de 1888, hacia las cuatro de una noche cálida en la que las estrellas impasibles resplandecían en el cielo, fue descubierto, tendido todo lo largo que era, sobre la espalda, con la ropa subida hasta la cabeza, el cadáver de una mujer.

Una horrible herida en la garganta había abierto la laringe y la traquea. Por el vientre rajado se escapaban los intestinos y el cuerpo entero estaba bañado en un inmenso charco de sangre.

Según las constataciones médicas, así es como pudo ser cometido el crimen:

A la mujer X… le gustaban la cerveza barata y el whisky. Abusaba tanto de ellos que su marido, harto de vivir en un interior desordenado, había acabado por separarse de ella.

En la noche del 30 al 31 de agosto, habiendo bebido como era su costumbre, volvía con dificultad a su domicilio, tropezándose con las paredes, sirviéndose de los mecheros de gas como de un apoyo pasajero y entablando con los transeúntes conversaciones incoherentes con ese tono de triste jovialidad propia de la borrachera inglesa. Erraba así desde hacía varias horas. Tal vez había pasado ya, sin reconocerla, delante de su casa. Completamente presa de los exigentes ensueños del alcohol, sin duda ya no pensaba siquiera en dormir.

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