Sordo, Pilar No quiero envejecer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2014. EBook. ISBN 978-950-49-3919-1 1. Autoayuda. I. Título CDD 158.1 |
© 2014, Pilar Sordo
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-3919-1
Pilar Sordo
No quiero envejecer
Las claves para vivir plenamente y disfrutar del paso de los años
A mi abuelita Julieta, que a sus noventa y siete años me enseña todos los días cómo envejecer dignamente, sin miedo, con alegría y con una hermosura sin igual.
INTODRUCCIÓN
Siempre es difícil terminar una investigación, porque me quedo con la horrible sensación de que falta información, de que podría haber afinado cualquiera de sus aristas y de que, al final, podría haber seguido en ella por un tiempo más antes de lanzarme en la aventura de transmitírselas a ustedes. Además, la vejez es un tema muy complejo al que me ha costado imprimirle mi sello que es aterrizarlo a términos sencillos, tal como he hecho en mis cinco libros anteriores; es un tema complejo quizá porque nos enfrenta con lo esencial de la vida, porque tiene que ver con explicar su flujo y su sentido, o bien porque se conecta con determinada concepción del tiempo y con tantas otras ideas que hoy determinan nuestra sociedad.
Pero aquí estoy otra vez, intentando contarles el maravilloso recorrido que hice y las
desafiantes conclusiones a las que llegué luego de finalizar la investigación. Y el primer indicio de que escribir este libro era necesario, al menos para mí, es que es el primero que tuve que redactar con lentes ópticos, porque ya casi no veo de cerca. Es una de las evidencias que empiezan a decirnos que el tiempo pasa y que hay que aceptar que los lentes se guardan en la cartera junto con el celular y la billetera, y que debiéramos aprovisionarnos de varios y dejarlos en lugares estratégicos porque los vamos perdiendo todo el tiempo. Nunca olvidaré cuando una mañana en un hotel me lavé el pelo con acondicionador porque no alcancé a reconocer las letras en el envase. Esta imagen –patética, pero muy divertida– inauguró una nueva etapa en mi vida; a esta imagen se le sumaban los cambios en el cuerpo, el cómo cuesta desde cierta edad bajar de peso, la nueva conciencia de la necesidad vital de hacer ejercicio y tantas otras variables que junto a los miles de testimonios recogidos durante casi cuatro años me hicieron pensar que aquí había un tema que tratar.
En el curso de esta investigación, la frase que más se escuchó fue: «No quiero envejecer», y yo me preguntaba por qué se repite tanto esta frase absurda, lo cual es, en parte, lo que motivó este estudio. Resulta curioso que antes la gente envejecía y nadie hablaba mucho de aquello, era un proceso que simplemente ocurría y no se veía mucha discusión social al respecto, ni mucho médico dando vueltas; yo diría que era una etapa que se recibía con cierta dignidad, que era hermosa de observar. Son curiosos estos temas o procesos que se viven pero de los que no se habla… Un ejemplo que puede ser una buena analogía es lo que ocurre con los trastornos de alimentación. Hay casas en las que se compra y consume comida, pero no se habla de ella. En otras, en cambio, la alimentación es todo un tema que lleva a discutir sobre calorías, kilos, gimnasios, productos light que han salido al mercado, etc. Esto es algo que se da especialmente entre las mujeres y está probado que en estas últimas familias existirían ciertas características de personalidad que predispondrían la aparición de trastornos ansiosos y obsesivos como la bulimia y la anorexia, entre otros.
Si bien hoy la entrada en la etapa final de la vida se recibe con cierta reticencia, es un tema del que se habla; a todas las edades se comenta quién es viejo o vieja y se escuchan constantemente apasionados comentarios en la línea de: «Está súper bien para su edad»; «¡Qué joven te ves!»; «No se le notan los años»; «¿Qué haces para mantenerte así?», y cientos de frases que instalan el tema en todos los espacios sociales, sobre todo después de los cuarenta años. Las razones de este cambio parecen ser muchas. Nos regalaron alrededor de treinta años más de vida que a nuestros abuelos y antepasados, y no sabemos, ni como personas ni como sociedad, qué hacer con ellos. Esto estaría generando mucha ansiedad y preocupación a todo nivel y, por lo tanto, hablarlo es una forma de aterrizar esa inquietud permanente.
Vivimos además una época que sobrevalora la juventud como el mejor momento de la vida, una etapa en donde existe la posibilidad de adquirir bienes materiales y de consolidar ciertos valores asociados al éxito, como el tener y disfrutar de la belleza, llegar a ganar dinero y prestigio, y muchos otros que iremos revisando a lo largo de este libro.
Otro elemento que hoy pondría este tema sobre la mesa es la conciencia de la muerte y de tantos otros procesos sobre los que nos han educado en el miedo y la desconfianza. La proliferación de todo tipo de seguros, ahorros, fondos mutuos y otros miles de productos que nos hacen sentir «protegidos» frente a la vida misma, es una forma de estar continuamente pensando que algo nos puede pasar. Antes, el riesgo de la vida, de la enfermedad y de la muerte simplemente se vivía; hoy necesitamos controlarlo para sentirnos más seguros y confiados ante las inestabilidades propias de la existencia. Esto mismo ocurriría con el proceso del envejecimiento.
Ahora bien, de todas formas existe una contradicción muy marcada y consiste en que, por un lado, hablamos mucho del tema y, por otro, utilizamos todos los recursos posibles para evitar tomar contacto con él. Hay varios indicios que nos reflejan esa contradicción: abuelos que quieren ser llamados por sus nombres, tortas sin velas para que no se sepa cuántos años se cumplen, nunca querer decir la edad, sentirnos bien cuando nos dicen que nos vemos jóvenes o estamos bien para la edad que tenemos, las cirugías estéticas, hoy tan abundantes, son todas señales que reflejan nuestra resistencia a envejecer. En cualquier caso, el énfasis del asunto debiera centrarse en cómo enfrentamos la vejez.
La vida en la cultura occidental –a mi modo de ver– se entiende como una carrera que se corre en pos de que a uno «le vaya bien», y esto significa cumplir ciertas metas que nos hacen sentir que avanzamos. Pero esto no ha sido así siempre; antes se trabajaba toda la vida en un solo lugar y eso era garantía de una persona estable; hoy, los cambios son signo de liderazgo y dinamismo. Antes, si es que se conseguía tener una casa propia, se hacía bordeando los cincuenta, mientras que hoy, la gran señal de éxito es alcanzarla antes de los cuarenta.
El tema es que, finalmente, nos pasamos toda la vida corriendo detrás de algo, por tener un oficio o profesión, por tener pareja y un amor sano, dinero, hijos; incluso para muchos sigue siendo una meta y un sueño la casa, el auto, ojalá poder viajar y tener un cuerpo saludable. Todo esto, por supuesto, en el contexto de un trabajo que nos dé la posibilidad de acceder a estos signos de bienestar. A veces importa poco si ese trabajo nos llena el alma y mucho menos si con él aportamos al desarrollo del país; lo importante es que nos proporcione los recursos para financiar esta loca carrera que, aparentemente, no tiene tope ni fin. Es como si viviéramos sin tener la más mínima conciencia de que nos vamos a morir, pero, por otro lado, desarrollamos todo lo que sea necesario para sentirnos seguros cuando llegue el momento de dejar de trabajar y acercarnos al fin de la vida. Entonces las preguntas que surgen son: ¿por qué se corre después de los cincuenta?, ¿cuáles son las metas y desafíos después de los sesenta y cinco?, ¿hay sueños a los ochenta? A lo mejor la clave está en aprender a no correr o a mantener de por vida la carrera como señal de éxito, sino a recorrerla con pasión y disfrute.