Boris Cyrulnik y Louis Ploton (Coords.)
Envejecer
con resiliencia
Colección
Psicología / Resiliencia
Otros títulos
publicados en Gedisa:
Los patitos feos
La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida
Bajo el signo del vínculo
Una historia natural del apego
Del gesto a la palabra
La etología de la comunicación en los seres vivos
Me acuerdo...
El exilio de la infancia
Autobiografía de un espantapájaros
Testimonios de resiliencia: el retorno a la vida
Las almas heridas
Las huellas de la infancia, la necesidad del relato
y los mecanismos de la memoria
¿Por qué la resiliencia?
Lo que nos permite reanudar la vida
Resiliencia y adaptación
La familia y la escuela como tutores de resiliencia
Envejecer
con resiliencia
Cuando la vejez llega
Boris Cyrulnik y Louis Ploton (Coords.)
Título original en francés:
Résilence et personnes âgées
© Odile Jacob, février 2014
© De la traducción: Alfonso Díez
Corrección: Marta Beltrán Bahón
Cubierta: Juan Pablo Venditti
Primera edición: octubre de 2018, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
Avda. Tibidabo, 12, 3º
08022 Barcelona (España)
Tel. 93 253 09 04
Correo electrónico: gedisa@gedisa.com
http://
Preimpresión:
Moelmo, S.C.P.
eISBN: 978-84-9784-957-9
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier
medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada,
en castellano o en cualquier otro idioma.
Índice
¿Resiliencia en la vejez?
Boris Cyrulnik
Los signos aparentes de la vejez son pérdidas: pérdida de frescura, de músculos, de memoria, hasta el naufragio final. ¿Cómo quieren pensar la resiliencia, que consiste en reanudar un nuevo desarrollo, con tal imagen de la vejez?
De hecho, se constata que con la inevitable vejez, el proceso de adaptación lógico consiste en renunciar y optimizar. La persona mayor renuncia, con una sonrisa, a participar en los Juegos Olímpicos, pero optimiza los puntos fuertes que ha adquirido a lo largo de su desarrollo y de su historia: la aptitud para construir un relato de su representación de sí mismo y dar sentido a las inevitables pruebas y a los traumas de su existencia. Ahora bien, dar un sentido a un acontecimiento que se percibe es metamorfosear la connotación afectiva de dicho acontecimiento: «Me sentí muy desgraciado cuando me eliminaron de la carrera de medicina», dice el señor M., de 76 años, «y finalmente me doy cuenta de que eso me permitió empezar una aventura literaria. Me convertí en especialista en Aragon en el CNRS... Una gran felicidad... Pero todavía siento alguna tristeza por no haber sido médico».
Nos encontramos en plena definición de la resiliencia en la vejez: en el momento del desgarro, a los 20 años, cuando el señor M. fue eliminado de la carrera de medicina, únicamente sintió pena, un enorme sentimiento de pérdida, una imagen de sí mismo degradada para toda la vida. «Nunca seré médico». Luego, renunciando a aquel sueño perdido, optimizando otro punto fuerte de su personalidad, el amor por la literatura, fue feliz en el CNRS. Cuando se alcanza la vejez, la «edad de la sensatez», decía Saint-John Perse, «se ven la cosas de otro modo».
La ralentización psicomotriz es una constante en la existencia de todos los seres vivos, animales y humanos. En un contexto apacible no resulta un hándicap. El declive cognitivo es más difícil de evaluar, puesto que depende del desarrollo de los individuos y de los contextos técnicos que pueden estimular o disminuir los rendimientos. Las creencias culturales organizan el modo de dirigirse a las personas mayores, de aportarles seguridad, de movilizarlos o abandonarlos. La cognición en la edad avanzada es la consecuencia de todos estos determinantes heterogéneos.
El sentimiento de vejez, ¿puede ser el mismo en el siglo xxi que en la Edad Media? Una niñita que llega al mundo hoy en día será probablemente centenaria. Controlará su fecundidad, consagrará dos o tres años a la maternidad, en un contexto en el que la tecnología permite que lo social ya no se tenga que construir con los músculos de los hombres y el vientre de las mujeres. ¿Qué hará esa niña de los noventa y siete años de vida que le quedan? ¿Atribuirá a la maternidad el mismo valor que las mujeres que, en el siglo xix , morían a los 36 años después de trece embarazos? ¿Atribuirá a la pareja la misma significación que en la época en que los hombres, sacrificados —y en consecuencia heroizados— bajaban con orgullo a la mina para trabajar en ella quince horas diarias?
A estos cambios tecnológicos y sociales, que suponen una nueva representación de la vejez, hay que añadir los descubrimientos de las neurociencias: la neuroplasticidad puede ser definida como «un proceso neurobiológico que permite la recuperación de un buen funcionamiento cerebral tras una enfermedad o una alteración debida a la edad». Buen funcionamiento no significa retorno al estado anterior, puede significar también aceptación de la pérdida y optimización compensatoria de lo que todavía funciona bien. Es un «nuevo desarrollo» en la vejez, que corresponde a la definición de la resiliencia en la tercera edad (Mora, 2013).
Esta resiliencia debe ser considerada como un reajuste del mundo mental alterado por las pérdidas. Cuando se es un niño, la pérdida de los padres provoca un trastorno del nicho sensorial que tutoriza el desarrollo. Es un riesgo vital y una alteración de todos los desarrollos biológicos y psicológicos. Para un anciano, de lo que se trata es de la pérdida de las capacidades adquiridas a lo largo de su desarrollo y de su historia; pérdida de amigos o de relaciones sociales, pérdida de vigor físico, pérdida de memoria. ¿Se puede reorganizar el nicho que rodea a los ancianos, de tal forma que les permita reorganizar su mundo mental? El uso de los recursos íntimos depende de la disposición de los recursos exteriores. Un viejo abandonado tiene pocas oportunidades para reorganizar su mundo íntimo, sólo puede dar sentido a los acontecimientos de su vida dirigiéndole su relato a alguien. Una emoción compartida es una forma de socializarse y de modificar el sentimiento provocado por la representación del acontecimiento. Las personas mayores experimentan un extraño placer al contar cómo vivieron la aparición del «hada electricidad», de los automóviles o de la televisión. Es más difícil que cuenten la guerra de 1940, o las tragedias de su existencia, porque es más difícil compartir recuerdos de horror que un momento de placer. Pero ellos dicen, en un lenguaje hoy desaparecido, que sus victorias contra la desgracia son un ejemplo «edificante» que se debe transmitir a las jóvenes generaciones.
Es posible aislar e incluso evaluar los factores que contribuyen a la resiliencia. El esquema lógico consiste en buscar los elementos que se deben optimizar antes, durante y después del trauma.
Antes del trauma de la vejez, un sujeto herido ha adquirido ya factores de protección o factores de vulnerabilidad. Un aislamiento precoz durante los primeros años de la vida inscribió en su memoria una inaptitud para controlar sus reacciones emocionales. El empobrecimiento de las estimulaciones en el nicho sensorial de los primeros años no sinaptizó las neuronas prefrontrales, cuya función de inhibición se vuelve hipofuncional. La amígdala rinencefálica ya no tiene nada que la frene y puede multiplicar su volumen por cuatro (Radchenko, Allilaire, 2007).