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A ti… por aguantar mis neuras y mis silencios creativos.
Porque siempre has creído en mí
y has respaldado todas mis locuras y mis contradicciones.
Por tus sonrisas y tus chorradas.
Porque eres mi estabilidad y mi persona.
INTRODUCCIÓN
Me llamo Pilar y yo también he sufrido «mal de amores». En las páginas que tienes ante ti, quiero hacerte partícipe de casos parecidos al tuyo, porque, aunque «mal de muchos, consuelo de tontos», es cierto que lo que crees que te pasa solo a ti es algo mucho más común de lo que te puedas imaginar. Irás descubriendo formas y herramientas para enfrentarte a cada uno de los conflictos que, en el día de hoy, ves como irresolubles, y para que de esta manera te veas con fuerza y con ganas de hacerles frente. He decidido acompañarte, llevarte de la mano durante toda tu lectura, arroparte en aquellos momentos en los que te flaqueen las fuerzas, porque es una realidad que nos sentimos destrozados cuando todo aquello que creíamos que sería para siempre se está desmoronando día tras día. Es habitual pararnos a pensar qué estamos haciendo mal. Por qué, aparentemente de la noche a la mañana, aquello que nos hizo prometer amor para siempre comienza a tambalearse y a convertirse en un duro peso que tira de nosotros hacia abajo. Se trasforma en una especie de niebla invisible, que se apodera de nuestros pensamientos y nuestras emociones y nos impide disfrutar precisamente de todo aquello por lo que decidimos aferrarnos a la mano de esa persona amada.
Muchos piensan que la mejor manera de no sufrir por amor es no sentirlo jamás, pero parece imposible que, desde el momento que ponemos los pies en la tierra, podamos vivir sin vincularnos a alguien, ¿verdad? Desde el minuto uno, mamá nos arropa en su pecho, nos cuida y nos mima. Papá nos enseña a montar en bicicleta sin los ruedines y nos invita a un sinfín de juegos «peligrosos» que nos hacen estallar en carcajadas. Y también estamos vinculados a algún hermano, aunque nos pegue un guantazo de refilón, para que no le echen la culpa de nada, dando a entender que ese es su territorio y que nosotros somos los nuevos intrusos. Y a la primera persona de nuestro tamaño que de pronto nos deja el columpio en el parque, creando el primer lazo de amistad de nuestra pequeña existencia. Hasta que llega esa persona que, sin darnos cuenta, aparece con su mochila de último modelo, paseando airosa por los pasillos del cole, sabiéndose la más deseada en las carpetas de las chicas o en los baños de los chicos.
Vaya…, ahí la cosa cambia. A partir de ese preciso momento, dejamos de tener el control de nuestras emociones, para colocarlas en manos del libre albedrío que supone el amor. Todos hemos tenido esa sensación alguna vez, estoy segura. Cuando parece que el mundo deja de girar porque la persona que nos gusta no nos mira, o no sabe quizás ni que existimos. Aunque en ese preciso momento nos regalen un camión lleno de lo que más deseamos, no logramos sentir la alegría que antes alcanzábamos simplemente golpeando tres veces los talones de nuestros zapatos rojos. A partir de ese preciso momento, comenzamos a sentir emociones que nos llenan y nos vacían sin compasión, que, inexplicablemente, se tornan adictivas.
Todo comienza mucho antes de lo que pensamos, aunque a veces solo podamos fijarnos en la relación que vivimos en el momento presente. Conforme nos paseamos por los renglones de nuestras vidas, vamos almacenando mil formas de amor y desamor y dos mil conceptos diferentes en torno a él. Nadie nace aprendido, y además, no existe una verdadera fórmula para saber llevar el amor sin que las espinas se claven en nuestra piel en algún momento de una historia. Desde el instante en que nos enamoramos de alguien, y aunque todos sepamos lo que se debe y no se debe hacer, un trocito de nosotros deja de pertenecernos y se cuela tímidamente en algún bolsillo de la persona a la que amamos.
De esta manera, nos unimos irremediable y deliciosamente. Y cuando pensamos que el chico que paseaba con su mochila o la chica que lucía los calcetines hasta las rodillas forman parte de nuestra vida, y ya está todo hecho, resulta que comienza lo más difícil. Aquello de lo que no te hablan en los cuentos de hadas y príncipes valientes.
Parece que, de pronto, hayamos sintonizado dos canales diferentes y esos personajes de cuento hayan regresado a las páginas de fantasía, dejándonos solos con una persona. Solo una persona. Aquella con la que un día decidimos compartir nuestra vida y mucho más. Esa persona está hecha de carne, piel y huesos, como nosotros. No lleva polvo de hadas en los bolsillos para hacernos volar al país de nunca jamás, y hace ruidos mientras duerme, como el resto de la humanidad. No hay magia. Se ha esfumado con las mariposas que tenías en el estómago y ahora estarán volando hacia otra pareja que se esté regalando los primeros arrumacos en un portal. Ahora ya solo estáis vosotros dos. Sin máscaras ni artificios. Y con un montón de ingredientes nuevos que, para bien o para mal, forman parte de aquello que habéis construido juntos. Ahora es el momento de comenzar a caminar sobre tierra firme. Hasta ahora flotabais a dos metros del suelo, llevados por unas neuronas descontroladas que os cegaban de amor.
Esto es amor. Quererse y funcionar en el día a día, ese que se torna rutinario, como si de un monstruo de ojos rojos, que respira amenazante en nuestra nuca, se tratara. Amarse todos los días, sin tener que tirar de atrezos que disfracen lo que realmente sentís el uno por el otro. Subir cuestas y atravesar ríos llenos de pirañas que desean destrozaros los pies para impedir que sigáis caminando juntos. Nadie dijo que una relación de pareja fuera fácil, pero sí que os digo que todo lo que pueda ir contaminando vuestro pequeño mundo de dos (o más) tiene solución. Así que, ven, acércate… Acércate, que te quiero decir un secreto al oído... No se lo puedes contar a nadie, ¿eh? Que quede entre tú y yo, puesto que te has aventurado a abrir las tapas de este libro con la intención de encontrar el enigma que hay detrás de una relación estable.
¿Estás preparado o preparada para escucharlo? Abre tu mente y pon atención, porque allá va: «Las relaciones perfectas son los padres». ¡Sí, sí! Como el ratoncito Pérez o los Reyes Magos. Es genial pensar en la magia que los rodea y en la cantidad de deseos que podemos pedirles sin sentirnos pedigüeños, ¿verdad? Pero, desgraciadamente, no dejan de ser un invento que alimenta una imaginación, muy necesaria, pero también responsable de innumerables frustraciones, que se apoderan de nuestras rutinas y nuestros despertares mañaneros.
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