SINOPSIS
No todos envejecemos igual, pero podemos aprender de experiencias compartidas y diferentes puntos de vista. Este libro combina cuidadosamente el enfoque de una pensadora con el de un abogado-economista para abrir un espacio de reflexión sobre una de las etapas vitales que merece mayor atención. Un libro lleno de reflexiones agudas, interesantes, y a menudo llenas de humor, que muestran que la discusión sobre cómo envejecer puede resultar valiosa y que este periodo de la vida puede enfocarse también con entusiasmo y amistad.
Martha C. Nussbaum Saul Levmore
Envejecer con sentido
Conversaciones sobre el amor, las arrugas y otros pesares
Traducción de Antonio Francisco Rodríguez Esteban
Para Rachel, Nathaniel y Eliot
INTRODUCCIÓN
Este libro tiene que ver con vivir a conciencia, y desde luego no con morir, ya sea en estado de gracia o de otro modo. La vejez es experimentar, adquirir sabiduría, amar y perder, y estar más cómodos en la propia piel, por mucho que se torne ajada. La vejez es muchas otras cosas. Para muchas personas tendrá que ver con los remordimientos, la preocupación, la acumulación de objetos y la necesidad. También puede tener que ver con el voluntariado, la comprensión, la guía, el redescubrimiento, el perdón y, cada vez con más frecuencia, el olvido. Para los económicamente afortunados, tiene que ver con la jubilación y el legado y, a cambio, con el ahorro y el gasto en los años anteriores. Muchas de estas tendencias también conciernen a personas que no se consideran mayores. Sin embargo, estos jóvenes amigos, parientes y compañeros a menudo consideran a sus mayores como receptáculos de sabiduría, así como consejeros andantes. Esta búsqueda del bien, o quizá incluso de la sabiduría, en las arrugas es al menos tan vieja como Cicerón, cuyo trabajo es tan relevante en nuestro mundo en cambio permanente como lo era hace dos mil años.
Si, a diferencia de otras especies, aprendemos, recordamos y comunicamos nuestros éxitos y errores, y así hemos ampliado las fronteras de la experiencia humana y mejorado la vida de generaciones sucesivas, quizá también podamos esperar progresar en el ámbito personal. Hemos avanzado en agricultura, elaboración de manufacturas y aviación. No está tan claro que lo hayamos logrado en cooperación, educación de los hijos y elección de líderes políticos, y tal vez esto se explica porque los problemas relativos a estos ámbitos constituyen objetivos en movimiento que no pueden conquistarse con el tiempo y a través del aumento del progreso científico. La vejez se sitúa entre los desafíos científicos e interpersonales. En promedio vivimos más tiempo y mejor que nuestros predecesores. Tenemos más opciones, y este libro se ocupa de esas opciones.
Si aceptamos que la vejez es una época de la vida, de ahí se deriva que es una realidad que todos tenemos en común. Cada cual envejece a su manera, pero podemos aprender de la experiencia ajena. Cuando la gente envejece, sus intereses, comportamientos y preferencias pueden variar, a veces de una forma que confirma la experiencia compartida. Al envejecer, ¿somos más o menos competitivos? ¿Espirituales? ¿Frugales? ¿Dependientes? ¿Envidiosos? ¿Tolerantes? ¿Generosos? Tal vez necesitemos amigos que nos ayuden a reconocer esos cambios y a pensar en su atractivo. Cuando un individuo aislado observa y contempla, es difícil discernir si uno se ha vuelto más ensimismado, más tolerante a las críticas, si siente más miedo a los demás, o es más inoportuno a la hora de pedir cosas a la familia. Por lo tanto, el autoconocimiento puede exigir una buena dosis de amistad y de conversación, y en este libro esperamos dar ejemplo en este sentido.
Ofrecemos diferentes perspectivas de temas relacionados con la vejez, con el objetivo de continuar la conversación entre nosotros y con nuestros lectores. Algunos de nuestros capítulos han sido concebidos para contribuir a que las familias mantengan conversaciones significativas sobres cuestiones que tendrían que abordar antes de que intervengan la muerte o la invalidez. Alentamos a la reflexión y la comunicación de temas a menudo considerados íntimos o incómodos. Poca gente habla con extraños de los problemas que afrontan al legar la herencia a sus hijos, especialmente si las circunstancias económicas de estos hijos son desiguales, si han sido problemáticos o pertenecen a familias fracturadas. De modo similar, pocos abordan seriamente cuestiones filosóficas, como la naturaleza del anhelo de una influencia perpetua. Por último, la mayoría de las personas son muy conscientes de los cambios físicos que se producen al envejecer, y sin embargo se sienten incómodos al hablar de sus cuerpos. Esto quizá tenga algo que ver con la naturaleza del amor reavivado y las nuevas relaciones en parejas maduras. Abordaremos estas cuestiones en los capítulos correspondientes. Uno de los dos lo hará como filósofo y el otro como abogado y economista inclinado a pensar en términos de incentivos, pero compartimos la convicción de que la perspectiva académica sobre estos temas no deja de brindar sus frutos.
Otros temas son fáciles de abordar, y en estos casos procuramos ofrecer una perspectiva amplia, filosófica y política. Hablamos del habitual problema de pretender controlar las cosas que escapan por completo a nuestro control, como las otras personas. Concebimos la vejez como una época de la vida, como la infancia, la juventud y la mediana edad. Tiene sus propios misterios, y estos exigen reflexión. Tiene placeres y alegrías únicas, y también dolores. Sin embargo, quizá porque la gente es reacia a considerar la vejez como una oportunidad, pocos trabajos reflexivos abordan los misterios propios de esta etapa de la vida. Nuestro objetivo es investigar algunas de las cuestiones complejas y fascinantes que surgen en esta etapa vital; estas cuestiones tienen más que ver con la vida que con la muerte.
La forma de nuestro libro se inspira en De senectute (Del envejecimiento), de Cicerón. Escrito en el 45 a. C., la obra se presenta como una conversación con Ático, el mejor amigo de Cicerón, a quien dirige miles de cartas que han llegado a nuestros días. Los dos pasaban de los sesenta, y Cicerón, al dedicar la obra a Ático en un prefacio, dice que aunque aún no son viejos (los romanos eran muy robustos), deberían pensar en lo que la vida les reserva. La obra se propone como una distracción, dice Cicerón, porque ambos están ocupados por la política y los asuntos familiares.