INTRODUCCIÓN
45 a. de C. fue un mal año para Marco Tulio Cicerón.
El famoso orador y político había cumplido los sesenta y estaba solo. Se acababa de divorciar de su esposa, con la que llevaba casado treinta años, para contraer matrimonio con una mujer mucho más joven de la que no tardaría en divorciarse. La muerte de su amada hija Tulia a principios de año lo había sumido en la desesperación. Y para colmo, cuatro años antes había perdido su rol central al frente de la clase política romana cuando Julio César cruzó el Rubicón, abocando a la República a la guerra civil. Apoyar a César era impensable para Cicerón, de modo que, tras oponerse inicialmente al dictador, solo para terminar aceptando un perdón humillante, se retiró a su casa de campo, donde permanecería hasta su muerte, alejado de Roma, anciano y, desde su propio punto de vista, inútil para el mundo.
No obstante, en lugar de darse al alcohol o suicidarse, como su amigo Catón el Joven, Cicerón optó por volcarse en la escritura. De joven había estudiado con avidez la filosofía griega y deseaba dejar huella en el mundo literario, explicando las ideas que había descubierto en Platón, Aristóteles y otros grandes pensadores. Cicerón siempre sintió una inclinación natural hacia los conceptos estoicos de virtud, orden y divina providencia, y se oponía a las doctrinas del epicureísmo, que consideraba limitadas y autoindulgentes. Empezó, entonces, a escribir y en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, trabajando desde temprano en la mañana hasta altas horas de la noche, produjo una serie de tratados sobre el gobierno, la ética, la educación, la religión, la amistad y la obligación moral.
Justo antes del asesinato de Julio César en los idus de marzo del año 44 a. de C., Cicerón concluía un breve tratado sobre la vejez titulado De senectute. En el mundo antiguo, tanto como en el moderno, la vida humana podía ser breve, pero es un error suponer que en la sociedad griega o romana había necesariamente poca esperanza de vida. A pesar de que en esa época la longevidad es difícil de medir y de que la mortalidad infantil era muy alta, una vez alcanzada la edad adulta, había buenas posibilidades de llegar a los sesenta, los setenta e incluso más.
Los autores griegos anteriores a Cicerón escribieron sobre la última etapa de la vida desde distintos puntos de vista. Algunos idealizaron a los ancianos como iluminados portadores de la sabiduría al estilo del Néstor homérico; otros, en cambio, los tacharon de quisquillosos, tediosos e insoportables. Las quejas de Safo por la pérdida de la juventud son quizás las más llamativas, como demuestra un fragmento recientemente descubierto:
[...] La piel que ayer fue suave está marchita.
[...] El pelo que fue negro, encanecido.
El corazón me pesa y las rodillas,
que ligeras danzaban como ciervos,
el peso de este cuerpo hoy no soportan.
Es vano lamentar estos pesares:
no puede el ser humano a la edad escapar.
Cicerón, por su parte, quería ir más allá de la mera resignación para ofrecer una imagen más amplia de la vejez. Reconociendo sus evidentes limitaciones, se esfuerza en demostrar que los últimos años de la existencia pueden ser una oportunidad para el crecimiento y la plenitud al final de una vida bien vivida. Por eso, en este diálogo ficticio el portavoz de su pensamiento será Catón el Viejo, un ciudadano prominente del siglo anterior al que siempre había admirado. En esta breve conversación con Lelio y Escipión, dos jóvenes amigos, Catón muestra que la vejez puede ser la mejor etapa de la vida para los que se esfuerzan por vivir con sabiduría. Discrepa de los críticos que la consideran una triste época de inactividad, enfermedad, pérdida de los apetitos sensuales y miedo paralizante por la cercanía de la muerte. Aunque el propio Cicerón se burla más de una vez de los ancianos en el texto, haciendo que, por ejemplo, Catón se pierda en divagaciones en la larga digresión sobre la agricultura, afirma sin ambages que la vejez es una etapa de la vida que no hay que temer sino disfrutar al máximo.
Las lecciones de este breve tratado son muchas y muy valiosas. Algunas de las más importantes son las siguientes:
1
Una buena vejez comienza en la juventud. Cicerón afirma que los valores que hacen que los últimos años de la existencia sean felices y productivos deben cultivarse desde la infancia. La moderación, la sabiduría, la claridad de pensamiento, el disfrute de la vida, son hábitos que debemos cultivar desde jóvenes, pues así no desaparecerán al envejecer. Los años no vuelven felices a los jóvenes desgraciados.
2
La vejez puede ser una etapa maravillosa de la vida. Es posible disfrutar de la tercera edad siempre y cuando se hayan desarrollado los adecuados recursos internos. Es cierto que mucha gente mayor es infeliz, pero la edad no es culpable. Sus problemas son el resultado de su falta de carácter, no del número de años vividos.
3
La vida es una sucesión de etapas. La naturaleza ha dispuesto la vida humana de modo que disfrutemos de unas cosas cuando somos jóvenes y de otras cuando somos viejos. De nada sirve aferrarse a los placeres de la juventud cuando el momento ha pasado. El que luche contra la naturaleza será vencido.
4
Los ancianos tienen mucho que enseñar a los jóvenes. Gran parte de la sabiduría genuina solo se adquiere por medio de la experiencia. Para los mayores es un placer y una obligación transmitir lo aprendido a los jóvenes dispuestos a escuchar. En contrapartida, estos también tienen mucho que ofrecerles, por ejemplo, el placer de su alegre compañía.
5
Si bien la vejez no implica necesariamente una vida sedentaria, hay que aceptar ciertas limitaciones. Un anciano de ochenta años no va a ganar a un veinteañero en una carrera, pero, dentro de las restricciones que nos impone el cuerpo, aún es posible mantenerse activo físicamente. Además, son muchas las actividades que no precisan fuerza física y que un anciano puede realizar, desde el estudio
o la escritura, por ejemplo, hasta aportar consejo
y sabiduría a la comunidad.
6
La mente es un músculo que hay que ejercitar. Cicerón hace que el protagonista del diálogo se inicie en el estudio de la literatura griega en su vejez y haga un meticuloso examen de conciencia diario antes de irse a dormir cada noche. El ejercicio
de la mente es fundamental a medida que envejecemos.
7
Los ancianos deben estar dispuestos a defenderse. O, en palabras del autor: «Solo son dignos de respeto los ancianos que se defienden a sí mismos, protegen sus derechos, no se doblegan ante nadie y gobiernan lo suyo hasta su último aliento». El final de la vida no tiene por qué ser una época de pasividad.
8
El sexo está sobrevalorado. No es que los ancianos no puedan disfrutar de los placeres físicos, pero lo cierto es que la edad aplaca la ardiente pasión de la juventud (gracias a los dioses, en palabras del propio Cicerón...). La disminución de
los apetitos sensuales nos permite disfrutar
de otros aspectos de la vida más satisfactorios y duraderos.
9
Cultiva tu huerto. Cicerón dedica un largo capítulo a los placeres de la agricultura. La lección que de él se extrae es muy valiosa: encontrar una actividad que proporcione gozo verdadero es fundamental para la felicidad de los ancianos. Sin duda, la poda y el estercolado no apasionan a todo el mundo. Sin embargo, hay que descubrir y practicar algo que nos dé placer.