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Gaston Bachelard - La intuición del instante

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Gaston Bachelard La intuición del instante
  • Libro:
    La intuición del instante
  • Autor:
  • Editor:
    Fondo de cultura económica
  • Genre:
  • Año:
    1986
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La intuición del instante: resumen, descripción y anotación

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«La intuición del instante» -cuya edición original data de 1932- es una cuidadosa e inspirada exploración del tiempo, de su duración y de su percepción, de los temas -variados y problemáticos- que el tiempo convoca. Bachelard examina polémicamente, con su característico y bello estilo, las ideas de Henri Bergson y de Roupnel, así como las revolucionarias teorías de Albert Einstein. Al igual que en el resto de su obra, Gaston Bachelard ofrece en La intuición del instante, con refrescante generosidad, una original visión del mundo.

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«La intuición del instante» -cuya edición original data de 1932- es una cuidadosa e inspirada exploración del tiempo, de su duración y de su percepción, de los temas -variados y problemáticos- que el tiempo convoca. Bachelard examina polémicamente, con su característico y bello estilo, las ideas de Henri Bergson y de Roupnel, así como las revolucionarias teorías de Albert Einstein. Al igual que en el resto de su obra, Gaston Bachelard ofrece en 'La intuición del instante', con refrescante generosidad, una original visión del mundo.


Gaston Bachelard

La intuición del instante


Título original: L'Intuition de l'instant

Gaston Bachelard, enero de 1987

Traducción: Jorge Ferreiro


Introducción

Cuando un alma sensible y culta recuerda sus esfuerzos por trazar, según su propio destino intelectual, las grandes líneas de la Razón, cuando estudia, por medio de la memoria, la historia de su propia cultura, se da cuenta de que en la base de sus certidumbres íntimas queda aún el recuerdo de una ignorancia esencial. En el reino del conocimiento mismo hay así una falta original, la de tener un origen; la de perderse la gloria de ser intemporal; la de no despertar siendo uno mismo para permanecer como uno mismo, sino esperar del mundo oscuro la lección de la luz.

¿En qué agua lustral encontraremos, no sólo la renovación de la frescura racional, sino además el derecho al regreso eterno del acto de Razón? ¿Qué Siloé pondrá orden suficiente en nuestro espíritu para permitirnos comprender el orden supremo de las cosas, marcándonos con el signo de la Razón pura? ¿Qué gracia divina nos dará el poder de acoplar el principio del ser y el principio del pensamiento y, empezándonos en verdad a nosotros mismos en un pensamiento nuevo, el de retomar en nosotros, para nosotros y sobre nuestro propio espíritu, la tarea del Creador? Esa fuente de la juventud intelectual es la que, como buen hechicero, busca Roupnel en todos los campos del espíritu y del corazón. Tras él, poco hábiles por nuestra parte en el manejo de la vara de avellano, nosotros sin duda no encontraremos todas las aguas vivas ni sentiremos todas las corrientes subterráneas de un agua profunda. Pero al menos quisiéramos decir en qué puntos de Siloé recibimos los impulsos más eficaces y qué temas enteramente nuevos aporta Roupnel al filósofo que quiere meditar en los problemas del tiempo y del instante, de la costumbre y de la vida.

Antes que nada, en esa obra arde un hogar secreto. No sabemos lo que le da su calor ni su claridad. No podemos determinar el momento en que el misterio se aclaró lo suficiente para enunciarse como problema. Mas, ¡qué importa! Provenga del sufrimiento o de la dicha, todo hombre tiene en su vida esa hora de luz, la hora en que de pronto comprende su propio mensaje, la hora en que, aclarando la pasión, el conocimiento revela a la vez las reglas y la monotonía del Destino, el momento verdaderamente sintético en que, al dar conciencia de lo irracional, el fracaso decisivo a pesar de todo es el éxito del pensamiento. Allí se sitúa la diferencia del conocimiento, la fluxión newtoniana que nos permite apreciar cómo de la ignorancia surge el espíritu, la inflexión del genio humano sobre la curva descrita por el correr de la vida. El valor intelectual consiste en mantener activo y vivo ese instante del conocimiento naciente, de hacer de él la fuente sin cesar brotante de nuestra intuición y de trazar, con la historia subjetiva de nuestros errores y de nuestras faltas, el modelo objetivo de una vida mejor y más luminosa. El valor de coherencia de esa acción persistente de una intuición filosófica oculta se siente de principio a fin en la obra de Roupnel. Aunque el autor no nos muestre su origen, no podemos equivocarnos sobre la unidad y la hondura de su intuición. El lirismo que guía ese drama filosófico que es Siloé es signo de su intimidad, pues, como escribe Renán, «lo que decimos de nosotros mismos siempre es poesía». [1] Por ser enteramente espontáneo, ese lirismo ofrece una fuerza de persuasión que sin duda no podríamos transportar a nuestro estudio. Habría que volver a vivir el libro entero, seguirlo línea por línea para comprender toda la claridad que le agrega su carácter estético. Por lo demás, para leer convenientemente Siloé es preciso darse cuenta de que es obra de un poeta, de un psicólogo, de un historiador que aún niega ser filósofo en el momento mismo en que su meditación solitaria le entrega la más bella de las recompensas filosóficas: la de orientar el alma y el espíritu hacia una intuición original.

En los estudios siguientes, nuestra tarea principal consistirá en arrojar luz sobre esa intuición nueva y en mostrar su interés metafísico.

Antes de adentrarnos en nuestra exposición serán útiles algunas observaciones para justificar el método que hemos escogido.

Nuestra finalidad no es resumir el libro de Roupnel. Siloé es un libro donde abundan el pensamiento y los hechos. Más que resumirse, debería desarrollarse. Mientras que las novelas de Roupnel están animadas por una verdadera alegría del verbo, por una profusa vida de las palabras y de los ritmos, es sorprendente que Roupnel haya encontrado en Siloé la frase condensada, recogida por entero en el fuego de la intuición. Desde ese momento, nos pareció que, aquí, explicar era explicitar. Por tanto, retomamos las intuiciones de Siloé lo más cerca posible de su origen y nos esforzamos por seguir en nosotros mismos la animación que esas intuiciones podían dar a la meditación filosófica. Durante varios meses hicimos el marco y el armazón de nuestras construcciones. Por lo demás, una intuición no se demuestra, sino que se experimenta. Y se experimenta multiplicando o incluso modificando las condiciones de su uso. Samuel Butler dice con razón: «Si una verdad no es lo suficientemente sólida para soportar que se le desnaturalice o se le maltrate, no es de especie muy robusta». [2] Por las deformaciones que hemos hecho sufrir a las tesis de Roupnel tal vez se pueda medir su verdadera fuerza. Por tanto, con entera libertad nos hemos valido de las intuiciones de Siloé y, finalmente, más que una exposición objetiva, lo que ofrecemos aquí es nuestra experiencia del libro.

Sin embargo, si nuestros arabescos deforman demasiado el dibujo de Roupnel, siempre será posible restituir la unidad volviendo a la fuente misteriosa del libro. Como trataremos de demostrar, en ella se hallará siempre la misma intuición. Además, Roupnel nos dice [3] que el extraño título de su obra sólo tiene verdadera inteligencia por sí mismo. ¿No es eso invitar al lector a poner también en el umbral de su lectura, su propia Siloé, el misterioso refugio de su personalidad? Así se recibe de la obra una lección extrañamente conmovedora y personal que confirma su unidad en un nuevo plano. Digámoslo de una vez: Siloé es una lección de soledad. Es la razón por la cual su intimidad es tan profunda, es la razón por la que, más allá de la dispersión de los capítulos y pese también al juego demasiado holgado de nuestros comentarios, está segura de conservar la unidad de su fuerza íntima.

Tomemos pues al punto las intuiciones rectoras sin sujetarnos a seguir el orden del libro. Son esas intuiciones las que nos darán las claves más cómodas para abrir las perspectivas múltiples en que se desarrolla la obra.


I. El instante

El presente virgen, vivo y bello.

Mallarmé

Habremos perdido hasta la memoria de nuestro encuentro... y sin embargo nos reuniremos, para separarnos y reunimos de nuevo, allí donde se reúnen los hombres muertos: en los labios de los vivos.

Samuel Butler

I
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