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Bryan Caplan - El Mito del Votante Racional: Por qué las democracias prefieren las malas políticas (Spanish Edition)

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Bryan Caplan El Mito del Votante Racional: Por qué las democracias prefieren las malas políticas (Spanish Edition)
  • Libro:
    El Mito del Votante Racional: Por qué las democracias prefieren las malas políticas (Spanish Edition)
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    INNISFREE
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    2015
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El Mito del Votante Racional: Por qué las democracias prefieren las malas políticas (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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BRYAN CAPLAN

El MITO DEL VOTANTE RACIONAL

POR QUÉ LAS DEMOCRACIAS PREFIEREN LAS MALAS POLÍTICAS

El mejor libro político del año

—Nicholas D. Kristof, New York Times

Lo más grave es que el grueso de los asuntos sustanciales que la economía ha de - photo 1

Lo más grave es que el grueso de los asuntos sustanciales que la economía ha de enseñar son cosas que cualquier persona sería capaz de entender por sí misma si tuviese voluntad de entender.

—Frank Knight, The Role of Principles in Economics and Politics

Me he preguntado a menudo por qué los economistas, rodeados como están de insensatez, adoptan con esa facilidad la opinión de que las personas actúan racionalmente. Tal vez porque se dedican al estudio de un sistema económico en el cual la disciplina que impone el mercado garantiza que, en un entorno empresarial, las decisiones se van a mantener en el rango de lo racional. No es probable que el empleado de una empresa que compra algo por diez y lo vende por ocho vaya a poder seguir actuando así mucho tiempo. Alguien que se comporte de ese modo en su entorno familiar puede hacer desdichados a su mujer e hijos durante toda su vida. Un político que despilfarre a lo grande los recursos de su país puede disfrutar de una carrera de éxitos.

—Ronald Coase, Comment of Thomas W. Hazlett

[L]as supersticiones a temer hoy en día son mucho menos religiosas que políticas; y de todas las formas de idolatría que conozco, ninguna tan irracional e innoble como esta ciega adoración de los meros números.

—William Lecky, Democracy and Liberty

ÍNDICE

PREFACIO

El mito del votante racional ha tenido mucho más éxito del que yo preveía, pero la verdadera sorpresa me la ha dado la sensatez de las críticas que ha recibido. Hay que reconocer que intenté que el libro ofreciese un atractivo general. Desde el primer momento, mi objetivo fue ir más allá de los límites de disciplinas e ideologías; dar con una zona de encuentro para gente con sentido común y poder construir sobre ella. Sin embargo, era escéptico respecto de que la mano que estaba tendiendo fuese a ser estrechada. Después de todo, el libro no adopta una postura a contracorriente en una árida discusión académica; cuestiona los dogmas de esa religión secular que es la democracia, e incita a los lectores a abandonar el templo.

Aparentemente, muchos otros eminentes pensadores estaban ya poniendo en duda estos dogmas por lo bajini. Albergaba algunas esperanzas de que The Economist confesase que tenía ciertas dudas sobre la racionalidad del votante, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando Nicholas Kristof lo etiquetó como «el mejor libro de política del presente año» en The New York Times . La mayor parte de las críticas se mostraron menos entusiastas, pero sólo unas pocas de ellas reivindicaban el hecho de que los votantes fuesen racionales o se alzaron en defensa de lo que denomino «errores económicos populares». Aunque diversos colegas de la universidad George Mason han criticado mi «elitismo», mi auténtico error fue subestimar cuán justa iba a mostrarse la élite de la crítica.

Aun así, casi todos los críticos mostraron reparos, alguno de los cuales resulta bastante consistente con mi tesis, o incluso se deduce de ella. The Economist tenía razón en su humorada de que «el libro [de Caplan] es una delicia, pero así nunca va a conseguir hacerse con un cargo electivo». También estoy de acuerdo con su afirmación de que «Caplan es mejor diagnosticando que recetando», pero yo parafrasearía esa objeción. El tratamiento no merece censura sólo porque el paciente rechace tomarse la medicina. El mito del votante racional incluye muchas reformas factibles que, a causa de la irracionalidad del votante, es improbable que lleguen a ponerse en práctica.

De esto no se deduce que no haya nada que hacer; este libro no es un alegato a favor del fatalismo, pero lo previsible es que el progreso vaya produciéndose lentamente, si es que llega a producirse. Los sistemas democráticos cuentan con ciertos márgenes de permisividad y, tal y como desarrolla el último capítulo, si se desea promover medidas más sensatas, se pueden aprovechar esos márgenes de maniobra. Sé que yo lo hago: es poco probable que los votantes de Virginia deseen verme escribir y sermonear contra los errores más comunes, pero por motivos que siguen siendo un misterio, me proveen del suficiente espacio de maniobra como para poder hacerlo.

Otra crítica habitual afirma que hago caso omiso del poder simbólico o legitimador de la democracia. Como escribe Louis Menand en The New Yorker :

[E]l grupo que pierda en la contienda deberá someterse al resultado, deberá aceptar como legítimas las aspiraciones de la mayoría. Sólo se puede contar con ello si previamente se le ha hecho sentir que tenía voz en el proceso, incluso si esa voz fuese, en la práctica, algo simbólico. Una gran virtud de los sistemas democráticos es su estabilidad. La tolerancia hacia opiniones disparatadas es (por hablar como un economista) un pequeño precio a pagar por ella.

Este tipo de reproches pasan por alto un aspecto que se resalta en repetidas ocasiones a lo largo del libro: se pueden tener distintos grados de democracia. No tenemos por qué elegir entre abandonar la democracia o tolerar cualesquiera medidas necias que apruebe la mayoría. El sistema de gobierno estadounidense se ha mostrado muy estable a pesar de la existencia de requerimientos de mayorías cualificadas, del tribunal supremo, y de organismos independientes como la reserva federal. La democracia podría tener un alcance mucho más limitado del que goza hoy en día sin temor a que se produzca descontento social.

Unos pocos críticos contemplan todo el estudio como contradictorio. Partiendo de la premisa de que el consenso de los economistas es fiable, ¿cómo se puede llegar a una conclusión que los economistas rechazan por consenso? Christopher Hayes lo expresa de forma elocuente:

[E]l libro se pisa su propia cola. Caplan desea conceder una autoridad basada en presunciones al punto de vista de consenso de los economistas, pero hay un consenso de los economistas que afirma que los votantes son racionales, que es, precisamente, la opinión de cuyo error el autor trata de convencernos.

Esta censura sería irrefutable si partiésemos de la premisa de que el consenso de los economistas es infalible. Sin embargo, lo que mi premisa realmente se limita a afirmar es que los economistas, como cualquier otro tipo de expertos, merecen el beneficio de la duda, y que la carga de la prueba la tienen quienes ponen en duda el consenso de los expertos. Como la hipótesis de racionalidad en el votante forma parte de ese consenso, al negar su validez, mi responsabilidad es refutarla. Precisamente el motivo que ha hecho necesario escribir este libro.

La crítica más severa a mi trabajo ha sido también la más extraña. Varios críticos —como, por ejemplo, Daniel Casse en The Wall Street Journal — niegan que las ideas equivocadas populares tengan ninguna influencia en la política.

[E]n ninguna parte de El mito del votante racional demuestra el Sr. Caplan que los prejuicios de los votantes tontos sean el detonante de las malas medidas políticas.

Por ejemplo, el libre comercio. El Sr. Caplan señala que el apoyo que recibe tocó fondo en 1977, cuando sólo un 18 % de los estadounidenses se manifestaba a favor de la supresión de aranceles. No obstante, tres años más tarde, Ronald Reagan basó su campaña en el libre comercio, y pasó a firmar tratados de libre comercio históricos con Canadá y sentó las bases para el acuerdo con México.

Casse concluye que «el sesgo del votante ha provocado ciertos debates disparatados de ámbito nacional durante los últimos años, pero ha forzado a adoptar muy pocas medidas políticas disparatadas». En la práctica, lo que está haciendo es defender la democracia afirmando que se hace oídos sordos a la voz del pueblo.

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