Prefacio
El asunto del sexo nos preocupa. Es la fuente de nuestros placeres más intensos. Frecuentemente es, también, causa de tristeza, gran parte de la cual surge de conflictos internos entre los papeles evolucionados de hombres y mujeres.
Este libro es un informe especulativo de cómo la sexualidad humana llegó a ser de la forma en que es ahora. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de cuán inusuales son las prácticas sexuales humanas comparadas con las de otros animales vivientes. Los científicos deducen que la vida sexual, incluso la de nuestros recientes ancestros simiescos, era muy diferente de la nuestra actual. Algunas fuerzas evolutivas distintivas deben haber operado sobre nuestros propios ancestros para hacernos diferentes. ¿Cuáles fueron esas fuerzas?, y ¿qué tenemos realmente de peculiar?
Entender cómo ha evolucionado nuestra sexualidad es fascinante no sólo por derecho propio sino también como medio para comprender nuestros otros rasgos humanos distintivos. Estos rasgos incluyen nuestra cultura, la capacidad para hablar, las relaciones padre-hijo y el dominio de herramientas complejas. Mientras que los paleontólogos atribuyen normalmente la evolución de estos rasgos a nuestra adquisición de cerebros más grandes, así como a la de la postura erecta, yo mantengo la teoría de que nuestra estrafalaria sexualidad fue asimismo esencial para su evolución.
Entre los aspectos inusuales de la sexualidad humana que discuto están la menopausia de las mujeres, el papel de los hombres en las sociedades humanas, la práctica del sexo en la intimidad, la práctica del sexo con fines recreativos más que de procreación y la expansión de las mamas de las mujeres incluso antes de su uso en la lactancia. Para el profano, estos rasgos parecen todos tan naturales que no requieren una explicación; sin embargo, si reflexionamos, se demostrará que es sorprendentemente difícil dar cuenta de ellos. También discutiré la función de los penes masculinos y las razones por las que las mujeres, y no los hombres, amamantan a sus hijos.
La contestación a estas dos preguntas parece totalmente obvia. Sin embargo, incluso en el núcleo de éstas acechan desconcertantes problemas sin resolver.
Capítulo 1
El animal con la vida sexual más extravagante
Si tu perro tuviera tu cerebro y pudiera hablar y le preguntaras su opinión sobre tu vida sexual, la respuesta te sorprendería. Sería algo así:
¡Estos asquerosos humanos tienen relaciones sexuales cualquier día del mes! Bárbara propone tenerlas incluso cuando sabe perfectamente que no es fértil, es decir exactamente después del período. John está dispuesto en cualquier momento, sin importarle que sus esfuerzos puedan dar o no un bebé como resultado. Pero si quieres oír algo realmente fuerte, ¡Bárbara y John siguieron teniendo relaciones sexuales mientras ella estaba embarazada! Esto es tan soez como cuando los padres de John vienen de visita y puedo oír como tienen también relaciones sexuales, aunque la madre de John ya hace unos años que pasó por eso que llaman menopausia. Ahora ya no puede tener hijos, pero todavía quiere sexo y el padre de John la complace. ¡Qué despilfarro de esfuerzos! Y aquí va la cosa más rara de todas: ¡Bárbara y John, así como sus padres, cierran la puerta del dormitorio y tienen relaciones sexuales en privado, en vez de hacerlo delante de sus amigos como cualquier perro que se respetase a sí mismo!
Para entender de dónde parte tu perro necesitas liberarte de tu perspectiva humana sobre lo que constituye un comportamiento sexual normal. Hoy consideramos, cada vez más, que denigrar a aquellos que no cumplen nuestros propios cánones es una actitud intolerante y llena de prejuicios. Cada una de estas formas de intolerancia es asociada con un despreciable «ismo»: por ejemplo, racismo, sexismo, eurocentrismo y falocentrismo. Los defensores de los derechos de los animales están empezando a añadir a esta lista de pecados modernos los «ismos», el especie-ismo . Nuestros cánones de conducta sexual son peculiarmente retorcidos, especie-ístas y antropocéntricos debido a la anormalidad de la sexualidad humana para los cánones del resto de los treinta millones de especies animales del mundo. También es anormal según los cánones de los millones de especies de plantas, hongos y microbios del mundo, pero ignoraré esta perspectiva más amplia porque todavía no he podido salir de mi propio zoocentrismo. Este libro se limita a la idea que podemos hacernos de nuestra sexualidad al ensanchar simplemente nuestra perspectiva para englobar a otras especies animales.
Como comienzo, consideremos la sexualidad normal según los cánones de las cerca de 4300 especies de mamíferos del mundo, de las cuales los humanos sólo somos una. La mayoría de los mamíferos no viven como una familia nuclear de un adulto macho y un adulto hembra emparejados que cuidan juntos de su prole. En lugar de ello, en muchas especies de mamíferos tanto las hembras como los machos adultos son solitarios, por lo menos durante la temporada de cría, y se encuentran sólo para copular. Por lo tanto, los machos no proporcionan cuidado paterno; su esperma es la única contribución a la prole y a su pareja temporal.
Incluso la mayoría de las especies de mamíferos sociales, como los leones, los lobos, los chimpancés y muchos mamíferos con pezuña no están asociados, dentro de la manada/rebaño/banda/grupo en parejas de machos y hembras. Dentro de tales manadas/rebaños/etc… los machos adultos no muestran signo alguno de reconocer como su prole a crías específicas dedicándose a ellas a expensas de otras crías de la manada. De hecho, sólo en los últimos años los científicos que estudian leones, lobos y chimpancés se han empezado a dar cuenta, con ayuda de las pruebas de ADN, de qué macho es padre de cada cría. Sin embargo, esta generalización, como todas, admite excepciones. Entre la minoría de machos mamíferos adultos que ofrecen a sus crías cuidados paternales están las cebras macho poligínicas y los gorilas con harenes de hembras, los gibones macho asociados a hembras formando parejas solitarias, y los machos de una especie de tamarinos (Saguinus jilscicolis) , en la que dos machos adultos son mantenidos como harén por una hembra adulta poliándrica.
El sexo entre los mamíferos sociales tiene lugar generalmente en público, ante las miradas de otros miembros del grupo. Por ejemplo, una hembra de macaco de Gibraltar en ciclo estral copula con todos los machos adultos de su grupo y no hace ningún esfuerzo por esconder cada cópula a los ojos de otros machos. La excepción mejor documentada a este patrón de sexo público está en los grupos de chimpancés, entre los cuales un macho adulto y una hembra en fase estral se alejan solos durante unos cuantos días para lo que los observadores humanos llaman un «consorteo». Sin embargo, la misma hembra de chimpancé que realiza sexo en privado con un consorte puede también tener relaciones sexuales en público con otro macho adulto de chimpancé dentro del mismo ciclo estral.
Las hembras adultas de la mayoría de las especies de mamíferos utilizan varios medios para anunciar llamativamente la breve fase de su ciclo reproductivo en la que están ovulando y pueden ser fertilizadas. El anuncio puede ser visual (por ejemplo, el área que rodea la vagina se pone intensamente roja), olfativo (libera un olor distintivo), auditivo (hacen ruidos) o de comportamiento (se agachan delante del macho adulto y muestran la vagina). Las hembras solicitan relaciones sexuales sólo durante estos días fértiles, son poco o nada atractivas para los machos en otros días porque carecen de las señales excitantes, y en otro momento rechazan los avances de cualquier macho que esté interesado a pesar de todo. De esta manera, el sexo no se procura enfáticamente sólo por diversión, y raramente está separado de su función de fertilización. Esta generalización también admite excepciones: el sexo está notoriamente separado de la reproducción en unas pocas especies, incluyendo los bonobos (chimpancés pigmeos) y los delfines.