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Melanie Alexander
Diario de una Fatgirl
© Melanie Alexander
Todos los derechos reservados
Khabox editorial
CODIGO: KE-017-0002p
© Diseño de portada, Fabián Vázquez
© Edición: Khabox editorial
© Corrección: Noni García
Primera Edición, octubre 2018
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la Ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de su propiedad intelectual.
La infracción de los derechos de difusión de la obra puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y ss. del Código Penal).
Agradecimientos
Siempre quiero ser breve con los agradecimientos y nunca lo consigo, así que esta vez voy a intentarlo.
Primero de todo, quiero dar las gracias a Fabián Vázquez por darme la oportunidad de estar en su fantástica editorial. Me dio la oportunidad con La Mansión Burton y ahora con Diario de una Fat Girl , dos historias muy distintas y hechas con todo mi cariño. Gracias, jefe, por confiar en mí.
A mis Barbies preciosas, Melody y Alicia, que siempre están a mi lado y nunca me abandonan. Os quiero, locas.
A mi Aura, otra persona imprescindible en mi vida. Te quiero.
A mi Noni García, por ser una gran escritora, una profesional y enamorarse de esta historia y de mi Patrick. Te quiero, mi Unicornia.
A todo el equipo de Khabox y mis compañeros de editorial.
A mis niñas guerreras, Susana, Olga y Alexandra. Os quiero mucho, luchadoras.
A mi madre, que, desde allí arriba, solo deseo que estés orgullosa de mí. Te quiero, mamá.
Y a ti, lector, que le estás dando la oportunidad a esta loca novela. Solo deseo que disfrutes de la locura de Beth.
Capítulo 1
L a vida me ha hecho ser una mujer bastante agraciada a ojos de los demás, pero también a lo ancho. No me quejo, me gusta mucho mi cuerpazo serrano y a pesar de lo que piense la gente: las gordas también follamos. Y mucho. Por lo menos yo.
Os preguntaréis quién es esta que va de sobrada por la vida. Que sí, sobrarme me sobran también kilos —no tantos como intentan hacerme creer—, pero soy de esa clase de personas a las que no les gusta perder nada, ni siquiera peso, aunque sea lo que quiera que haga la sociedad.
Me llamo Elisabeth Ortega, Beth para los amigos, y la gorda, la morsa, la foca y todas esas variantes tan originales para mis enemigos. Vivo en el centro de Madrid, en un pisito de menos de cuarenta metros cuadrados que comparto con mi culo, mis tetas y vivimos cómodamente y en armonía. Además de tener una vecina porculera llamada Tanya, que resulta que es mi mejor amiga y hermana de pegatina.
—Beth, ¿dónde tienes el gel ese que huele tan bien?
Y también es una gorrona de cuidado.
—Lo llevo en el culo para que no lo cojas —contesto con sarcasmo. Obviamente, está dentro de la ducha, en su puñetero sitio, lugar en el cual está ella en estos instantes.
A veces pienso que solo me quiere para no pagar los gastos extras de su piso. Incluso se ducha en mi casa, y no es porque sea más grande que la suya, simplemente lo ha cogido por costumbre. No puede vivir sin mi compañía y aunque me halaga, a veces también necesito mis ratos de soledad.
—Tan agradable como siempre —ironiza y hace un aspaviento.
—Es mi mayor encanto —le guiño burlona un ojo y me giro, haciendo un movimiento exagerado de cadera. Tanya se ríe.
La muy cabrona es preciosa, tiene un cuerpo estilizado, con las curvas justas y necesarias para ser sexy a rabiar, ojos azules muy llamativos que adornan un fino rostro con piel como la porcelana y un pelazo rubio natural que envidio demasiado.
Yo soy todo lo contrario. Al mirarme al espejo veo a alguien con el doble de envergadura que ella, pero con unas proporciones correctas para ser alguien sexy y sacarme mucho partido. Tengo un buen culo, una cien de pecho bien puesta y unas curvas de infarto en las que a muchos les gusta perderse. Utilizo una talla 44-46-48 —todo depende del hijo puta que lo fabrique—, porque ya se sabe cómo es la moda: no hay ninguno que acierte con las tallas. Así que esa es la aproximación de mi cuerpo. Muchos me llaman gorda, otros dicen que estoy bien y yo pienso: ¡Que se aclaren de una jodida vez! Yo me veo estupenda con mis lorzas y mi flotador alrededor de las caderas, a veces. Y aunque no lo creáis, hay hombres a los que les gustan las gordas como yo. Así pues, señoras y señores, dejaos de prejuicios gordofóbicos y admitid que cualquier persona puede mojar, ser sexy y agradar al resto. Donde hay carne hay vida, yo de eso tengo mucho y soy un cielo de persona.
Bah , mentira. Lo cierto es que soy bastante sarcástica, borde y le doy muchas vueltas a las cosas, pero no puedo evitarlo. Llevo puesta una barrera autodefensiva para que no me toquen los ovarios demasiado. Soy de esas personas que o caigo bien o me odian. Y en el fondo me encanta.
Tanya acapara la totalidad de mi baño y yo entro mientras se ducha. Tenemos confianza hasta para eso, ya son seis años en los que vivimos prácticamente juntas y veinte desde que somos amigas. Sí, también fuimos juntas al colegio, por lo que nos conocemos de toda la vida.
—¿Sabes el tío con el que salí el otro día? —musita Tanya desde la ducha.
—¿El pelo escoba? —pregunto y escucho el gruñido de mi amiga.
Es que el tío tenía un pelo que servía para barrer las calles de Madrid y dejarlas como una patena.
Cojo el pintalabios rojo que guardo en mi neceser y repaso el color de mis labios. Amo ese tono y adoro con todo mi corazón hacerme un delineado gatuno que enmarca todavía más mis ojos azules. A pesar de tener el cuerpo bastante redondo, mi cara es ovalada y tener el pelo largo, castaño y con las puntas decoloradas y teñidas de azul, consigue que todavía se me afine más.
Al menos tengo algo fino.
—Sí, ese es, y se llama Víctor —me riñe—. Pues hemos quedado esta noche en el BarCo, irá con varios amigos suyos y nos ha invitado.
—¿A mí también? —pregunto con sorpresa. El BarCo es una discoteca del barrio de Malasaña, bastante famosilla y esas cosas. Las veces que he ido, creo que me lo he pasado muy bien.
Digo creo, porque, normalmente, cuando salgo, acabo por los suelos.
Literalmente.
—Aunque le tiraras la botella a la cabeza por mirarte, sí, a ti también. En el fondo le caíste bien. Pero debes ser agradable.
—Sí, mamá —me burlo—. ¿Qué le ves? Solo os habéis enrollado una vez.
—Hemos estado hablando, es simpático, me quiere conocer. Ya sabes, estoy abierta al amor.
—¡ Puaj ! —exclamo.
Yo rehúyo del amor. Lo repelo y él tiene el mismo sentimiento conmigo. No somos compatibles. Además, me gusta disfrutar de mi soltería y centro mi amor en mi trabajo: la fotografía.
Sí, soy de esas frikis a las que les gusta hasta sacarle fotos a una mosca que se está limpiando sus pequeñas patitas. Es entretenido y me encanta encontrar belleza en todos los rincones. Porque, aunque haya gente que piense que la belleza es lo que para la sociedad resulta bonito, en cada rincón hay cosas bellas que enamoran y no tienen por qué ser hombres o mujeres. El amor está sobrevalorado y para mí es un arma de doble filo, capaz de destruir hasta el corazón más resistente.
El mío es de hielo y está revestido con acero valyrio. Ese acero de Juego de Tronos que es prácticamente imposible de destruir. Soy un poco friki, lo reconozco. Tengo aficiones de lo más variopintas, y además de la fotografía, ver series y jugar a la consola entra dentro de la ecuación.
Tanya sale de la ducha con mi toalla alrededor de su cuerpo y me mira con seriedad.
—Algún día bajarás ese muro, amiga mía, y encontrarás a la persona que te robe el alma.
—¿Has leído últimamente a Pablo Coelho? —pregunto con ironía.
—No. simplemente yo sí creo en el amor y hasta tú, siendo una borde redomada, podrás encontrarlo.
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