Marcelo R. Ceberio
y Raquel Maresma
© 2021, Marcelo R. Ceberio y Raquel Maresma
© 2022, Herder Editorial, S. L., Barcelona
1.ª ed. digital, 2022
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Introducción
La pareja en terapia
Hace muchos años que la terapia de pareja forma parte de las especialidades de la psicología clínica. Cada vez son más los espacios que se abren para el tratamiento individual de personas que tienen conflictos en sus relaciones de pareja, así como para el trabajo terapéutico con ambos miembros de la pareja. Dicho trabajo exige al terapeuta un gran manejo de la sesión mediante el aprendizaje y puesta en marcha de diferentes estrategias, principalmente de técnicas que faciliten el proceso de mejora de la relación.
El terapeuta de pareja está sometido a una multiplicidad de estímulos emocionales, puesto que, en una sesión, ambos miembros de la pareja pueden acalorarse, discutir y pelear en plena consulta, pueden violentarse, agredirse, descalificarse, valorizarse y desvalorizarse, amarse o tener expresiones afectivas el uno hacia el otro, abrazarse, distanciarse, hacer profundos y gélidos silencios, etc. Esto quiere decir que el terapeuta está sujeto a la debacle emocional que se cuece en una sesión; por tanto, forma parte de sus funciones intentar equilibrar los tantos de la relación, a través de diversas técnicas y por medio de una buena estrategia.
Como veremos con mayor profundidad más adelante, la pareja es un sistema complejo que de ningún modo puede reducirse a la mera suma de sus integrantes. Este sistema puede verse afectado por diversos factores que alteran su equilibrio y lo ponen en crisis. La psicoterapia parece ser una de las opciones que posibilitan la estabilización de este sistema en dirección al buen amor. Cuando el sistema se ve rigidizado por soluciones intentadas fracasadas y anquilosado en una forma destructiva, es una decisión sabia apelar a un tercero (un terapeuta) que tenga experiencia en las lides de controversias maritales. Ya es un atisbo de salud el hecho de pensar en una ayuda externa especializada en relaciones de pareja. Además, en nuestra cultura, la terapia se ha ido instaurando cada vez más como una herramienta que puede ayudar a mejorar e incluso a salvar una relación de pareja despareja.
La inercia del sistema —luego de años de reverberaciones sintomáticas, de recursos inútiles— produce resistencias al cambio. Cuando la pareja ya ha agotado los recursos a su disposición —las conversaciones, las explicaciones, las racionalizaciones e intelectualizaciones, las inculpaciones y los reproches, los consejos de médicos clínicos, el consumo de complejos polivitamínicos fortalecedores del sistema nervioso, el consumo de psicofármacos, la puesta en práctica de los consejos de los familiares (padres, suegros, cuñados, hermanos, etc.) y de los amigos de la familia...—, el hecho de apelar a la psicoterapia es (sirva o no) revelador de un buen síntoma de cambio (más bien de un cambio con respecto a los intentos de solución fracasados).
Lamentablemente, esa inercia ha generado en el propio sistema ciertas callosidades que hacen que la consecución de un cambio sea una tarea dificultosa. Ciertos códigos interaccionales, funciones, reglas, creencias propias de la disfunción atentan contra el equilibrio. Sin embargo, paradójicamente, las situaciones críticas, al ser algo normal en la dinámica de la pareja y formar parte de su coreografía, no llaman la atención de los integrantes de la relación. A veces la pareja opta por el silencio o la distancia. Solamente un rapto de conciencia, en ambos miembros o en alguno de ellos, o una situación de máxima tensión (crisis de crisis) pueden ser el punto de partida para el pedido de psicoterapia.
Formas de pedir consulta
A lo largo de los años dedicados a la atención de parejas con problemas, hemos observado numerosas formas de pedir consulta; entre ellas destacan, básicamente, las siguientes:
• la mujer que llama por teléfono a la consulta para solicitar una entrevista, aunque todavía no le informó al marido sobre su iniciativa;
• el hombre al que su terapeuta individual lo derivó a un terapeuta de pareja y quiere tener primero una entrevista a solas con dicho profesional;
• ambos miembros de la pareja llaman a la consulta desde una línea que cuenta con dos teléfonos y no se ponen de acuerdo entre ellos en el motivo de la consulta;
• la primera entrevista se realiza de común acuerdo entre ambos miembros de la pareja, si bien el marido no cree en la psicología y asiste a regañadientes;
• ambos integrantes de la pareja están en terapia individual y deciden recurrir a la terapia de pareja; como la decisión es de los dos, puede llamar cualquiera de ellos para solicitar una cita;
• la mujer que llama por teléfono a causa de un hijo sintomático. Durante la conversación, el terapeuta detecta irregularidades en la relación conyugal y solicita que ambos padres asistan a la primera entrevista;
• uno de los miembros está en tratamiento individual y su pareja asiste a ese espacio para cumplir la indicación del terapeuta;
• se está haciendo terapia de familia y el terapeuta sugiere pasar a una terapia de pareja y que los hijos queden fuera.
Cualquiera de estas vías de entrada lleva a que dos personas se encuentren delante de un terapeuta; sin embargo, debe tenerse en cuenta que no siempre el resultado o el objetivo de una terapia de pareja es, necesariamente, que ambos integrantes continúen juntos. Entre los posibles resultados, podría darse la situación de que la pareja siga adelante, aunque, por supuesto, cambiando las reglas del propio sistema, puesto que, si este no se modifica, reincidirían en el malestar (un sistema intoxicado es el que lleva a que la relación vuelva a decaer). Otro posible resultado sería la separación. Es decir, ya sea que vuelvan a estar juntos, ya separados, lo que se busca es la opción más saludable.
No obstante, pocas son las parejas con una postura abierta a escuchar lo que el partenaire dice durante la sesión. Se encuentran más preocupados por hablar que por escuchar y, en general, están más interesados en que el terapeuta —como un juez— dictamine quién es el que tiene razón. Los casos de mayor pobreza emocional se observan cuando una pareja que se considera estable y sin conflictos acude a un terapeuta a raíz de un problema con sus hijos (dificultades en el aprendizaje, trastornos de conducta o cualquier otro síntoma) y dicho profesional les recomienda hacer terapia de pareja. En estos casos se manifiesta una actitud evasiva y negadora, más dada a externalizar el problema que a asumirlo.
¿En qué momentos se asiste a la consulta?
La práctica clínica muestra que existen diferentes momentos en que una pareja asiste a consulta y son los siguientes (Ceberio, 2017; Eguiluz, 2008):
a) La pareja que va de crisis en crisis (estado de máxima tensión). Son parejas que vienen arrastrando graves problemas de comunicación que se han sistematizado durante años. Llegan a la consulta en un estado paroxístico: entran y salen constantemente de la crisis. Son parejas que discuten cotidianamente, se agreden, piensan de una manera diferente y tienen un estilo absolutamente confrontativo y provocador, con lo cual es muy difícil que se pongan de acuerdo. Además, son las parejas contrincantes , que rivalizan y compiten endilgándose culpas, y buscan más a un juez que a un terapeuta.