«Esto no es un diccionario… aquí detrás no hay estudiosos, ni académicos, ni gente que sepa de lo que habla… Aquí tienes 43 años de aprendizajes emocionales y sentimentales resumidos en frases, definiciones y sentencias más o menos acertadas, eso ya lo decidirás tú…».
Risto, en su pura esencia, escribe lo que siente. No pretende definir las cosas, sino lo que significan para él: sentimientos, emociones, experiencias personales, etc., que nos harán identificarnos con él en muchas ocasiones, o no, pero que, como todo lo que escribe, están maravillosamente contados, con ironía, humor e ingenio.
Y yo a ti.
Esto no es un diccionario. Para empezar, porque no me he puesto de acuerdo con nada ni con nadie para escribirlo. Como te imaginarás, aquí detrás no hay estudiosos, ni académicos, ni gente que sepa de lo que habla. Aquí estoy yo solo con mi ignorancia de costumbre y mi incapacidad para casi todo. Con una mano en el corazón y la otra en los huevos, no vaya a ser que no acabe escribiendo lo que me salga de ambas partes. Eso sí, con el firme convencimiento de que siempre han sido mis 2 mejores consejeros para que el resultado rebosara honestidad.
Tampoco te creas que si escribo “las cosas que no supe explicarte”, eso significa que ahora ya de repente haya descubierto cómo darles explicación. Es más bien al contrario. Las escribo ahora porque ya claudiqué. Así, cada término es una nueva derrota. Cada línea es partido de vuelta. Y cada punto final, una prórroga que ya no será.
No supe explicarte tantas cosas. No supe explicarte por qué cortamos. No supe explicarte por qué me enamoré de ti. No supe explicarte por qué te ha tocado un padre como yo. O un amigo. O un marido. O un conocido. O un ex. Da igual. El caso es que no sólo he fracasado explicando el porqué de las cosas. Tampoco he sabido explicarte el cómo. Ni el cuándo. Ni el con quién.
Aquí tienes 44 años de intentos emocionales y sentimentales resumidos en frases, definiciones y sentencias más o menos acertadas, eso ya lo decidirás tú. Porque estoy seguro de que si hiciéramos una encuesta a la población sobre cada uno de estos conceptos, obtendríamos tantas definiciones como individuos encuestados. Y ése es el poder de las palabras importantes. Que tratando de definirlas, en realidad son ellas las que acaban definiéndote a ti. Este libro es el libro que deberíamos escribir todos en algún momento. Ahí va el mío.
Por esa misma razón, al principio de cada definición debería leerse un “para mí” en todos los casos. Si no lo he incluido ha sido por no repetirme cada vez. Pero ahí está.
Un paréntesis necesario. Agradecería a mis amigos libreros que no colocasen este libro en la sección de autoayuda. No por nada, sino porque no creo que su venta vaya a ayudar a nadie, más que a ellos mismos, a la editorial poseedora de los derechos y a mí como autor. Tampoco les recomiendo que lo coloquen en poesía, pues pienso que la poesía es una cosa muy seria, a años luz de mis posibilidades e intención, aunque este libro incluya como mucho, como mucho, algunas reflexiones en vertical. Unos dirán que es prosa poética; otros, me acusarán de intento de un fallo de ir de algo; francamente, me la pela. Si escribiese con miedo, dejaría de ser honesto, dejaría de contar. Es verdad que en ocasiones les he añadido algo de ritmo y rima por tener una deferencia estética y formal, para facilitar su lectura, nada más. Si me lo preguntan a mí (algún periodista ya verás como lo hace), tengo un lugar favorito: entre los diccionarios de siempre, los de verdad, que ya va siendo hora de que les acompañe su versión menos académica, menos rigurosa y más personal. Pero hagan lo que consideren, que es lo que seguramente al final harán. Cierro paréntesis.
Tendría que agradecerle tanto a tanta gente. Pero me voy a quedar con 4 personas.
La primera, mi amigo Guille Viglione, uno de los mejores redactores de nuestro país, que me regaló el Diccionario del que duda, de John Ralston Saul, inspiración fundamental para este libro junto al genial Greguerías del maestro Gómez de la Serna y El libro de los abrazos, de mi idolatrado Eduardo Galeano, el libro que quizás más veces haya regalado en mi vida. Ahí va también mi agradecimiento a los grandes autores que han escrito sus propios diccionarios, desde el satírico de Jardiel Poncela hasta cualquiera de los diccionarios de José Luis Coll. Todos son mejores, más completos, graciosos e ingeniosos que éste, no lo dudes. Y que conste que aquí no hay ni intento de comparación ni falsa modestia, sino toda una invitación a comprobar que es verdad.
Hay, sin embargo, algo que no ha envejecido bien en ellos. Definir sensualidad asegurando que “la mujer mueve mejor el cuerpo que el cerebro” (Jardiel Poncela), o decir que un misántropo es un “maricón tímido” (J. L. Coll) puede que hiciera mucha gracia a nuestros abuelos, pero a mí, en pleno siglo XXI , me llevó a una reflexión más necesaria que nunca. Por lo visto, los diccionarios, como el humor, también necesitan ser revisados, corregidos y sobre todo actualizados. Esta constatación fue uno de los motivos para escribir el libro que tienes entre tus manos.
La segunda persona a la que debo agradecerle mucho es mi maestro, mentor y amigo, Toni Segarra. Lo más parecido a un genio que he conocido, aunque él se enfade mucho cuando se lo digo. Gracias por prestarte a escribir la contraportada de este libro, Toni.
Las dos que quedan son mis pilares fundacionales. Mi mujer, Laura Escanes, y mi hijo, Julio Mejide. Una está en el origen de todo lo que hago y escribo desde que la conocí. El otro es y será siempre mi destino, en este libro… y en todo lo demás.
Para terminar, como verás la dedicatoria es para cualquiera que me haya escuchado alguna vez decir “Y yo a ti”. Creo que ésa es la frase más bonita y más crucial que se le puede decir a alguien. Es la base de toda religión. La empatía hecha amor… u odio. Por eso, comprobarás que he glosado los conceptos más gastados que he podido encontrar. Porque volviendo a Gabo, el mundo ahora parece tan trillado y tan nombrado que para que las cosas vuelvan a tener sentido ya no basta con mencionarlas.