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Vitus B. Dröscher - Los animales son también humanos

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Vitus B. Dröscher Los animales son también humanos
  • Libro:
    Los animales son también humanos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Los animales son también humanos: resumen, descripción y anotación

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Con frecuencia admiramos a los perros que nos ofrecen la pata a los papagayos - photo 1

Con frecuencia admiramos a los perros que nos ofrecen la pata, a los papagayos que hablan o a las focas que lanzan y recogen pelotas. Pero Vitus B. Dröscher no se refiere a esto cuando se pregunta hasta qué punto son humanos los animales. Lo que en realidad le interesa es si las características propias de la vida humana se presentan también en el mundo animal y, en caso afirmativo, cómo.

En esta obra, Dröscher estudia las relaciones entre las parejas de animales, su aceptación de la muerte, su sentido de la belleza y su lucha por la adaptación con el medio ambiente. Nos descubre también cómo en el mundo animal —a semejanza del humano— existen armas secretas y maravillosas: el escarabajo errante punteado logra deslizarse en el agua sin hundirse gracias a las almohadillas neumáticas que tiene en sus patas, y segrega además una sustancia química que reduce la tensión superficial del agua y hace que se hundan sus enemigos. Nos revela asimismo cómo uniéndose los animales más débiles logran vencer a los más poderosos: los leones saben que deben huir ante una manada de antílopes lanzada al galope si no quieren perecer bajo sus pezuñas.

En los cuarenta y dos capítulos de esta obra, Vitus B. Dröscher responde con su habitual amenidad y facilidad narrativa a preguntas como éstas: ¿presienten los animales las catástrofes? ¿Pueden hipnotizar las serpientes? ¿Tienen alma los animales? ¿Existe la igualdad de derechos para las hembras en el mundo animal? ¿Practican el deporte los animales?

El famoso etólogo también nos explica cómo sobreviven al invierno los animales, y hasta qué punto les afecta la astenia primaveral. Analiza el porqué de las actitudes animales de valor temerario o de gran cobardía y aclara el misterio del flautista de Hamelín.

I. Los enigmas de las facultades sobrehumanas
1. ¿También afecta a los animales la radiación terrestre?

Actualmente podemos leer en muchas revistas que «las radiaciones terrestres privan del sueño al hombre, le quitan las ganas de trabajar y, además, le enferman». Zahoríes localizan manantiales subterráneos que emiten esas radiaciones. Negociantes sin escrúpulos venden unas planchas de plomo escandalosamente caras, que, colocadas debajo de la cama, protegen al durmiente de influencias maléficas.

Algo de parapsicológico y oculto se une aquí a un misterioso fenómeno del que muchas personas creen, aunque vagamente, que tiene que encerrar una cierta verdad. Pero… ¿dónde termina la verdad y empieza el engaño?

Hoy día, esos fenómenos aún pueden ser observados con una mayor claridad en los animales. Si de veras existen esas «radiaciones terrestres», los animales tendrían que ser tan sensibles a ellas como los humanos.

Fijémonos en un grupo de ratones blancos de laboratorio. En el Instituto Zoológico de la Universidad del Sarre, los profesores Geza Altmann y Siegnot Lang pusieron a los roedores en una pequeña vivienda de tres habitaciones. En cada una, el techo y el suelo, éste cubierto con una alfombra, habían sido recubiertos con una hoja metálica a la que iba aplicada una corriente eléctrica continua de distinta intensidad.

Una de las cámaras fue sometida a una tensión de 3 500 voltios por metro, y la segunda se aisló de cualquier caiga eléctrica atmosférica, manteniéndose la tercera en condiciones atmosféricas normales, es decir, a una tensión de 130 voltios por metro. Los ratones podían elegir libremente el compartimiento en que preferían estar.

Ahora bien: la existencia o no de electricidad atmosférica no puede ser vista ni oída, ni mucho menos aún puede ser palpada u olida. Nosotros, los hombres, creemos que no estamos capacitados para percibirlo. Los ratones, en cambio, actuaron de otra manera. Instintivamente, un ratón divide su espacio vital, al igual que el hombre, en un dormitorio, uno o varios lugares para comer y beber, un espacio para «estar» y jugar, y además una toilette. No tardó en quedar demostrado que cada animal, tras unas horas de inspección de su habitáculo, limitaba todas las actividades que requerían mayor energía, tales como comer, beber y sobre todo jugar, a los compartimientos sometidos a una tensión elevada. En cambio buscaban, para el descanso, un rincón donde reinasen unas condiciones atmosféricas naturales.

Cuando los investigadores cambiaron la tensión eléctrica en los habitáculos, no transcurrieron muchas horas antes de que los ratones se hubiesen mudado también.

Los científicos suponen que, al examinar detenidamente su vivienda, el ratón tuvo que experimentar distintas sensaciones de bienestar según la tensión eléctrica ambiental en los tres habitáculos de idénticas dimensiones e idéntico aspecto.

Se llegó hasta el punto de que el ratón nunca probó la comida que le había sido servida en el «dormitorio». Para la alimentación se encaminaba al «comedor». Y el material que allí encontró para la construcción de un nido le pareció tan fuera de lugar, que a toda prisa se lo llevó a la cámara destinada al reposo.

Con ello queda demostrado que los ratones reaccionan de manera precisa a las condiciones de la tensión atmosférica.

Todavía más espectacular es lo que sucede con las abejas. Si colocamos la colmena bajo una línea de alta tensión (de 110.000 voltios), su actividad se ve estimulada de tal forma que reúnen un 20 por ciento más de néctar que en condiciones normales.

Sin embargo, ese afán de trabajo desciende a cero si la tensión se eleva a 140.000 voltios. Además, las obreras encargadas de las labores en el interior de la colmena sólo fabricarán tan pocas celdillas para las crías, que la población se habrá extinguido en un plazo de dos meses.

Si la colmena se expone a una tensión de 220.000 voltios, las obreras arrancan de los alvéolos las ninfas todavía existentes y «olvidan» almacenar néctar y polen. Además se vuelven terriblemente irascibles, atacan a sus propias congéneres e, incluso, a la reina.

Por último, las abejas sellan toda la colmena. Poco a poco va escaseando el oxígeno. El calor se hace insoportable en el interior. La cera de los panales se derrite. Los 50.000 insectos que forman la colonia llegan al suicidio colectivo. Y, todo eso, «sólo» por hallarse bajo los efectos de la alta tensión eléctrica.

Aparte de esto, en el mundo animal existen especies que suman millones de individuos, casi todos los cuales conviven en numerosas poblaciones cuyos miembros son ciegos y que, aun así, pueden percibir la luna y el sol. Estos cuerpos celestes dirigen sus destinos, del mismo modo que las perturbaciones magnéticas de la atmósfera terrestre y las lejanas tormentas influyen de manera misteriosa en su bienestar, en su potencial para el trabajo y en su apetito. Así sucede, por ejemplo, en los termiteros.

Las termitas construyan unas fortalezas, duras como el hormigón, y que alcanzan hasta siete metros de altura. Si alguien practica un agujero en la pared, los centinelas golpean esta con la cabeza como señal, dando así la alarma. Entonces las ninfas se retiran a las regiones más profundas del oscuro laberinto, y la reina y el macho primario son emparedados en sus cámaras internas para protegerlos del asalto enemigo.

Por el contrario, en cambio los soldados salen por la brecha y se colocan en círculo. Los siguen las termitas obreras con su argamasa, y en pocas horas se levanta una nueva cúpula. Resulta increíble cómo estos seres ciegos comprenden el plan arquitectónico y colaboran de manera organizada. Para investigar este misterio, el profesor berlinés Günther Becker realizó los siguientes experimentos:

Si dividía la construcción en varios departamentos por medio de paredes de cartón, las termitas, pese a trabajar separadas, unían sus bóvedas tan perfectamente como antes. Pero si en vez de cartón empleaba planchas de aluminio de cinco milímetros de espesor y con una toma de tierra, los insectos erraban la línea de sus construcciones, produciéndose un gran caos.

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