Angélica Velasco Sesma (Valladolid, 28 de enero de 1986) es una investigadora y doctora en filosofía española, especialista en ética ambiental y la praxis del cuidado para la sostenibilidad y ecofeminismo estableciendo la conexión entre el feminismo y los derechos de los animales. En la actualidad es profesora de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valladolid y secretaria de la Cátedra de Estudios de Género.
Es Doctora en Filosofía por la Universidad de Valladolid, Máster en Estudios Avanzados de Filosofía por la misma universidad y la Universidad de Salamanca y Máster en Estudios de Género y Políticas de Igualdad.
Es miembro del Consejo de la Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Valladolid en la que actualmente es profesora de Ética y Filosofía Política y ha participado en diversos proyectos de investigación entre ellos La igualdad de género en la cultura de la sostenibilidad: valores y buenas prácticas para el desarrollo solidario, dirigido por Alicia H. Puleo y Prismas filosófico-morales de las crisis (Hacia una nueva pedagogía sociopolítica) dirigido por Concha Roldán Panadero y Roberto R. Aramayo
A Alicia Puleo, por todo
Prólogo
ALICIA H. PULEO
Este es un libro valiente que trata un tema de gran actualidad con un lenguaje claro. Afirmo que es valiente por varios motivos. Señala los sesgos de género de las éticas animal y ecológica al tiempo que interpela al feminismo desde estas últimas. Me atrevo, por lo tanto, a decir que será fuente de debate enriquecedor tanto para el feminismo como para el animalismo y el ecologismo.
El posicionamiento feminista de Angélica Velasco la lleva a realizar críticas a la forma en que se ha desarrollado la Ética Animal desde su surgimiento en el último tercio del siglo XX hasta su actual eclosión. A pesar de que las estadísticas demuestran la presencia absolutamente mayoritaria de las mujeres en el movimiento de defensa de los animales, ocurre, como en tantas otras áreas de la cultura y la sociedad, que son los varones los que han sido abrumadoramente reconocidos por sus aportaciones. En este sentido, podríamos decir que se trata de un caso más de sexismo en la tradición filosófica, aunque me gustaría señalar que algo similar ocurre en la praxis.
La autora examina asimismo el sesgo androcéntrico de la Ética Animal. Porque esta no solo se ha constituido como un corpus de aplastante mayoría de pensadores varones, sino que ha desestimado las emociones empáticas como factor relevante a la hora de asumir posiciones éticas hacia los animales. De esta forma, sus filósofos de referencia continúan inmersos en el discurso hegemónico que devalúa las experiencias éticas de las mujeres. Ahora bien, esto no significa que la autora se pliegue a las llamadas de algunas ecofeministas que abandonan totalmente el recurso a principios y derechos en favor de una ética contextualista. Considera que la ética del cuidado, que se presentara en los años ochenta del siglo pasado como «otra voz», ha de ser escuchada pero no debe pretender ser la única, ya que no posee elementos suficientes para la defensa de quienes no tienen voz. Tampoco encuentra satisfactoria la solución de las éticas ecosistémicas holistas que se despreocupan por la suerte de las criaturas individuales cuando estas no son humanas, cayendo así, a la postre, en un antropocentrismo extremo oculto en su aparente posicionamiento rupturista con respecto a la tradición filosófica.
Entre las audacias que explican el calificativo de «valiente» que he otorgado a este libro, quizás la más destacada sea que se atreve con un tema tabú dentro del feminismo: vincular la opresión y explotación sufridas por las mujeres con las ejercidas sobre los animales no humanos. Este lazo suele suscitar indignación en aquellas personas que, habiendo superado el prejuicio de género, conservan, sin embargo, el de especie y, por ello, en el fondo, consideran que la crueldad o la injusticia para con los animales son solo faltas menores.
Y, last but not least en este arriesgado recorrido, Angélica Velasco no teme abordar el encendido debate sobre la prostitución que tanto enfrentamiento ha generado para examinar —estableciendo paralelismos— cómo ha de ser un individuo moralmente evolucionado y una ciudadanía plenamente democrática en su comportamiento con seres humanos y animales.
Escrita como ha de serlo toda obra auténtica —con razón y pasión— La Ética Animal. ¿Una cuestión feminista? demuestra una vez más que el feminismo es pensamiento emancipatorio capaz de inspirar e impulsar nuevos desarrollos críticos liberadores que nos acercan al horizonte de una cultura de paz. Puede decirse, por lo tanto, que retoma un sendero histórico feminista olvidado: el de las sufragistas que compararon la subordinación de los animales con la propia y que denunciaron la similitud del maltrato sufrido por mujeres y animales domésticos en el espacio oculto del hogar y en la ciencia patriarcal.
Del «es que me gustan los animales» tímido y abochornado de tantas mujeres (tratando de disculparse por sus sentimientos compasivos y por su preocupación y tristeza ante los abusos y el martirio y desamparo del resto de criaturas vivientes) a la conciencia animalista que ya no calla ni se sonroja, hay un paso que no siempre es dado. Para franquearlo, se necesitan argumentos conceptuales que permiten articular los sentimientos y las vivencias en un conjunto coherente y ordenado. Este libro, fruto del estudio paciente y la reflexión, los proporciona con creces y lo hace desde una perspectiva feminista.
La Ética Animal es un tema de hoy, no en el sentido de que se trate de una simple moda, sino de que por fin ha llegado su momento. Hay un largo camino recorrido desde la aparición de las primeras protectoras de animales domésticos en el siglo XIX hasta la creación de los «santuarios» actuales, es decir, de refugios que acogen animales de granja con el fin de mostrar que también las vacas, toros, cerdos, cabras o aves de corral poseen capacidades cognitivas y emocionales que también los hacen merecedores de consideración moral. En nuestro país, Wings of Heart, León Vegano, Santuario Gaia, El hogar ProVegan, Feeling Free Sanctuary y El Valle Encantado son solo algunos de estos nuevos espacios con nombres que expresan el ideal ético de la compasión y la justicia en un mundo sin violencia. El animalismo es un potente movimiento social internacional con un variado e incansable activismo y unos valores de transformación de nuestra identidad humana que atraen a un número importante de jóvenes. El feminismo no puede ignorarlo.
Este excelente libro demuestra que, a pesar de sus desencuentros, feminismo, animalismo y ecologismo son nombres de una evolución personal y colectiva, ética y política, que ya no admite dilaciones. Nos jugamos el futuro. Quiero terminar estas líneas dejando la palabra a la propia autora: «Está en nuestras manos el mundo que queremos construir. Elegiremos entre un mundo en el que prevalezca la dominación, la opresión y la explotación de los Otros, humanos y no humanos, o un mundo en el que nuestros actos estén guiados por la actitud ética de respeto y compasión por todos aquellos con los que compartimos el planeta».
Introducción
La Ética es una de las disciplinas de la Filosofía con mayor implicación en nuestra existencia cotidiana y en la sociedad en su conjunto. Constituye también una de las áreas de investigación y producción filosóficas más intensas de la actualidad. Uno de sus resultados innovadores es la Ética Ambiental, ligada a la aparición de nuevos conocimientos científicos, así como a la percepción de fenómenos de contaminación, pérdida de biodiversidad, desertización, etc. Desde ciertas ramas de la Ética Ambiental se ha afirmado que lo moralmente relevante son las totalidades: las especies, los ecosistemas, la biosfera. En estas teorías, los sujetos individuales carecen de significación moral. Por el contrario, las éticas llamadas «atomistas» mantienen que son precisamente los individuos quienes importan. Una de las formas de estas éticas atomistas es el sensocentrismo. En el caso de las posturas sensocéntricas, la consideración moral no solo se aplica a los seres humanos, sino que se extiende a todos los animales individuales. Pues, ciertamente, ¿cómo justificar que no es moralmente relevante dañar a un individuo capaz de sentir dolor? ¿Basta con apelar a nuestras capacidades cognitivas