En primer lugar, me gustaría expresar mi más profunda gratitud a los maestros de mindfulness, practicantes de dharma, y a los centros de retiro que me han guiado y apoyado en mi viaje de atención plena a través de los años, en especial al Lama Karma Chimé Shore, al Dorje Chang Institute en Auckland y al Brighton Buddhist Centre. En segundo lugar, agradecer a mis alumnos, seres valientes y creativos que me enseñan mucho más de lo que nunca sabrán; y a Tessa Chisholm de Evolution Arts, quien me dio la primera oportunidad de compartir mi visión de la atención creativa. Finalmente mi agradecimiento va a Monica Perdoni, Jayne Ansell, Jenni Davis y a todo el equipo de Leaping Hare Press por su aliento y entusiasmo, y por aparecer y decir: «¿Escribirías un libro?», justo cuando estaba pensando: «Quiero escribir un libro». Una gran reverencia a todos.
E MPEZAR A DIBUJAR
De niños dibujamos; instintivamente y, en general, sin pensarlo mucho, ponemos la cera sobre el papel y lo marcamos. No solemos tener mucha idea de lo que constituye un buen dibujo o uno malo. Simplemente dibujamos. Y de eso precisamente va este libro, de ponerse a dibujar, sin más.
C uando yo tenía siete años gané el premio de arte de mi clase. Me gustó subirme al escenario a final de curso y que me hicieran entrega de mi ejemplar de El viento en los sauces. La gente aplaudía. Pero yo no me sentí especialmente fascinada con el premio porque no comprendía lo que suponía un premio. Un premio en arte (en arte, precisamente) me resultaba un concepto aún más extraño, porque ¿cómo iba a ser dibujar algo especial? Si no era más que una cosa que a mí me entretenía hacer, igual que a todos los demás niños de mi clase.
Tuvieron que pasar muchos años, hasta que llegó la adolescencia, para que el dibujo empezara a ser algo importante de verdad para mí. Enfrentada a un periodo de enfermedad súbita y crónica, redescubrí la magia del lápiz y el papel. Un día, cuando me estaba volviendo loca de aburrimiento y frustración, agarré un cuaderno y un boli, saqué un pie, y me puse a dibujarlo. Los dedos, el talón, el empeine, el arco y el tobillo fueron tomando forma poco a poco sobre el papel. Y mientras mi mano dibujaba me olvidé de mis preocupaciones y me sentí completamente absorbida por la actividad creativa que tenía entre manos. Seguí dibujando en los meses siguientes y, una vez que me recuperé, ya nunca volví a guardar los rotuladores y los lápices. Aquel rato, en la cama, dibujando mi propio pie, fue el momento, aunque entonces no lo supiera, en que el dibujo se convirtió para mí en algo significativo, el momento en que me convertí en artista plástica. A pesar de que nunca he vuelto a ganar ningún otro premio con mi arte, lo que descubrí de adolescente, y lo que descubro cada vez que llego de nuevo a la página en blanco, es que dibujar tiene efectos profundos sobre mi estado mental; y es el poder de transformación del dibujo, y su relación con la atención plena, el aspecto que más valoro del mismo; y, también como profesora, lo que siento es la necesidad de compartir.
La atención plena y el dibujo
Entonces, ¿qué es lo que pasa cuando dibujamos? ¿Y cómo y por qué tiene el sencillo acto de dibujar tanto impacto sobre nosotros? Durante mucho tiempo no obtuve respuestas, ni tampoco las busqué especialmente. Me satisfacía tan solo ser creativa y disfrutar de dejar trazos sobre el papel; pero en la veintena, tras varios años dibujando, e incluso después de trabajar un breve periodo de tiempo como ilustradora freelance, descubrí la meditación y el mindfulness y, poco a poco, lo que había sido un misterio se fue aclarando.
Lo que descubrí fue que la práctica de la meditación con atención plena evocaba en mí las mismas respuestas que dibujar. El estado mental en el que entraba durante la meditación no difería en nada, desde un punto de vista cualitativo, del estado en el que me encontraba cuando estaba profundamente absorta en el dibujo. Desde aquel momento mi vida creativa y mi vida meditativa se fueron desarrollando en paralelo; me fui a estudiar Bellas Artes a la universidad, acudí a retiros de meditación, practiqué y aprendí. Y lo que aprendí fue esto, y fue de una sorprendente sencillez.
Encontrar un punto de atención
La práctica de la atención plena y de la meditación, como muchas otras tradiciones meditativas, proporciona a los meditadores un punto de atención donde concentrar la mente. En la práctica de atención plena este centro lo suelen constituir las sensaciones corporales y el movimiento de la respiración que fluye hacia dentro y hacia fuera. En otras tradiciones meditativas tal vez usen un mantra, la llama de una vela o una imagen. Lo que hacen todos estos puntos de atención es darle a nuestra atareada mente pensante algo sobre lo que posarse, un espacio que habitar, algo a lo que volver cuando el flujo de pensamientos, recuerdos, fantasías, asuntos del futuro o del pasado, emociones, atracciones, aversiones o deseos amenace con llevarnos lejos del aquí y el ahora.