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Reme Hernan - Pero merecería la pena: 2ª Parte de Nadie dijo que fuera fácil (Spanish Edition)

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Reme Hernan Pero merecería la pena: 2ª Parte de Nadie dijo que fuera fácil (Spanish Edition)
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    Pero merecería la pena: 2ª Parte de Nadie dijo que fuera fácil (Spanish Edition)
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Pero merecería la pena: 2ª Parte de Nadie dijo que fuera fácil (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Pero mercería la pena.

2ª Parte de "Nadie dijo que fuera fácil"

REME HERNAN

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con personajes vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

Copyright © 2016 Reme Hernán.

Dicen que si quieres ser inmortal,

escribe un libro...

Esta es mi forma de haceros inmortales.

A vosotros, mis ángeles de la guarda,

allá donde estéis.

PRÓLOGO

La vida da muchas vueltas...tanto que puedes llegar a marearte sin darte cuenta y caer de bruces al suelo, con el alma rota y el corazón en un puño. Pero no es el fin, tú crees que sí, que todo se ha acabado, pero irremediablemente el sol volverá a salir mañana, y como se suele decir todo en esta vida tiene solución menos la muerte. Pero qué ocurre cuando después de haber sufrido una derrota, vuelves a levantarte y la vida se empeña en ponerte la zancadilla de nuevo...¿cómo recomponer esos pedazos de nuevo? Quizá solo la ayuda de un ángel pueda hacer que esos trozos vuelvan a ser uno sólo.

CAPÍTULO 1

23 de Octubre― Alessandro.

Ha amanecido un día oscuro, nublado y lluvioso, un escenario perfecto para lo que hoy se me viene encima. Después de un mes y medio de sufrimiento, al fin se lo ha llevado. Ha sido una enfermedad muy rápida pero a mí se me ha hecho un mundo. Sé que es un momento triste de mi vida y debería sentirlo así, pero en cambio lo que siento es alivio, que por fin puedo respirar por mí mismo, que al fin puedo tomar las riendas de mi vida.

― Aless, ¿estás listo ya?.

― Si...creo que estoy listo―respondo sin apartar la mirada del espejo esperando unas respuestas que ya nunca van a llegar.

― Cariño, nos están esperando― insiste Carolina agarrándome del brazo.

― Está bien, vamos.

Bajamos las inmensas escaleras de la casa. En la entrada están Marcello y Janna. Ambos nos miran con semblante serio, propio de la ocasión. El resto de la familia, amigos y allegados de mi padre ya están en la catedral de Palermo esperando nuestra llegada, lo que menos necesito ahora es tener que poner buena cara a medio mundo mientras recibo el pésame de toda esa gente que para nada siente lo que dice pero están aquí para demostrar que son gente formal y decente, es lo que se espera de ellos, ni más ni menos.

― F ratello, vieni nella mia macchina .

― Va bene .

Nos esperan dos horas de viaje hasta Palermo. Aunque intentaron convencerme de quedarme en la casa de mi padre ya que estaba más cerca y puesto que el final se avecinaba yo me negué, preferí quedarme en la casa donde tengo mejores recuerdos. Era la única manera de dejarle que se fuera de una forma honorable, aunque no merecida, sin tener que decirle todo lo que pensaba de él. Hacemos la mayor parte del trayecto sin hablar. Marcello va hablando con Janna de los detalles del entierro y Carolina me agarra la mano e intenta darme conversación, pero no estoy por la labor. Estoy cansado, agotado física y mentalmente. Después de un mes y medio aquí en Sicilia, sin poder escaparme aunque solo sea unos minutos para verla..., después de tantas discusiones por la herencia, el testamento, de poner en orden los papeles y las cuentas de la empresa, después de volver a verle tras tanto tiempo devorado por la enfermedad...aún después de todo este infierno, sólo puedo pensar en ella, en lo mucho que me gustaría que estuviese aquí a mi lado cogiéndome la mano e intentando convencerme de que todo va ir bien a partir de ahora...que todo va a ser mejor ahora que él no está...pero ella tampoco está, la dejé escapar, la obligué a alejarse de mí, la empujé a dejar de quererme...

Encerrado en mis pensamientos llegamos a la entrada de la catedral. Está repleta de gente...de los que no conozco a la mayor parte pero tendré que mostrarles mi cara más amable. También está la prensa, como no, aunque solo se les permite estar fuera de la catedral, tanto mi hermano como yo estamos de acuerdo en que la misa debe ser lo más íntima posible.

Bajamos del coche que es recogido por un aparcacoches que hemos contratado para que tanto los asistentes al funeral como nosotros, no tengamos que preocuparnos de los vehículos. Bruno no ha venido conmigo esta vez, no era necesario hacerle fingir. Saludo a la mayoría de los asistentes escuchando uno tras otro lo mucho que sienten mi pérdida y lo buena persona que era mi padre...se nota que no le conocían de verdad. Llega el coche fúnebre. Aunque yo no era partidario de ello, mi hermano y mis tíos se han empeñado en que seamos nosotros quienes llevemos el ataúd hasta el altar de la catedral. Nos adentramos en la catedral con el ataúd a cuestas y siento que el peso que llevo sobre los hombros no tiene comparación con el gran peso que carga mi alma. Dejamos el ataúd en el altar y nos sentamos en la primera fila a escuchar la palabra de Dios y las magnificas bondades que mi padre hizo en vida. Marcello y yo tuvimos una gran discusión hace unos días porque quería que leyera unas palabras en el último adiós de mi padre, pero me negué, no puedo seguir aparentando algo que no siento. Quizá este sea el momento más adecuado para aparentar precisamente y para que la gente pudiera ver a su afligido hijo despidiendo a su padre, pero no voy a hacerlo, no puedo decir lo que no siento y más en un momento así. Mi hermano si ha dicho unas palabras, supongo que él sí ha sido capaz de perdonar, o sencillamente se ha puesto la máscara para la ocasión.

Después de una interminable hora de misa, cogemos de nuevo el ataúd para devolverlo al coche fúnebre y llevarle al cementerio para que reciba su descanso eterno.

―Cielo...esto es duro para ti, pero tienes que hablar con nosotros Aless, no puedes guardártelo todo dentro― me sugiere Carolina ya en el coche de camino al cementerio.

―¿Y qué quieres que te diga exactamente?.

―No sé...saca todo lo que tengas dentro, desahógate.

―No es el mejor momento para ello Carol.

―Ahora es el momento Aless, vamos a enterrar a tu padre, si no es ahora el momento de decir todo lo que has guardado durante este tiempo ¿cuándo va a ser?.

―Puedo asegurarte que lo que tenga que decir está mejor guardado dentro de mí por ahora.

No insiste más. No puedo hablar del tema, no puedo decir lo que realmente siento en estos momentos...no debo. Mi padre se portó fatal durante toda su vida, amargó la vida a mi madre, se encargó de hacerla infeliz toda su vida por sus malditas obsesiones. Hasta el último aliento de mi madre fue para él aunque no se lo merecía y no pienso darle el gusto, allá donde esté ahora, de pensar que le he perdonado por ello. Al resto del mundo no le parecerá correcto lo que estoy haciendo, pero a mí me parece que este es precisamente el momento en el que debemos ser sinceros y coherentes con nosotros mismos, no es el momento de fingir lo que no es ni el momento de poner adornos a los hechos solo porque ya no está. Fue un cabrón, y eso ni la muerte podrá cambiarlo.

Llegamos al cementerio donde de nuevo tendré que cargar con el cuerpo de este hombre al que toda mi vida he llamado papá, pero que no se ha dedicado a serlo. Si por mi fuera le habría enterrado lejos, en un lugar solitario, como siempre ha vivido, alejando cada vez más a los miembros de su familia, y lo habría hecho con todo su dinero, sus buenas palabras para aparentar lo que no era y sus reproches constantes por no ser nunca suficiente para él. Pero no, le van a dar el privilegio de ser enterrado al lado de mi madre, al lado de la persona qué más le quiso y a la que más dolor le causó. No es justo, no es justo que haya tenido que compartir un calvario de vida a su lado y ahora tenga que sufrirlo también allá donde esté. El sacerdote continúa su sermón mientras colocan el ataúd al lado de una de las mujeres más importantes de mi vida. Yo aprieto la mandíbula para no gritar que lo saquen de ahí, que no puedo soportar pensar que van a dejarle a su lado para la eternidad. Y aún en estos oscuros momentos vuelve a aparecer su imagen, la de ella, una imagen que me tranquiliza y a la vez me angustia más y más por no poder tenerla a mi lado. No lo aguanto más, me voy.

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