Alba - Crónicas de nadie. V. (Spanish Edition)

Dan y V, tras meses de relación a distancia, por fin pasan un fin de semana juntos. La espera fue tan larga que, al encontrarse, las emociones les sobrepasan.
Pero nada es lo que parece ser, o al menos no cómo creyeron.
Cuando florecen las verdaderas personalidades, uno de los dos se llevará una sorpresa.

¿Quién de los dos habrá mentido y fingido ser quien no es?
¿Podrá el “amor” que se tienen superarlo?

Adentrémonos en un relato donde las emociones están a flor de piel de principio a fin.

Cuando se está enamorado, comienza uno por engañarse a sí mismo y acaba por engañar a los demás. Esto es lo que el mundo llama una novela.

Oscar Wilde.

Capítulo 1

Esto no es fácil. Todo ejercicio introspectivo conlleva dolor, si no es un mero paripé. Y así llevo los últimos dos meses, machacándome.

Con este relato pretendo explicar cómo pasé de ser un tipo normal a una de las peores personas que he conocido.

Prometo que fui puntual. Mi intención era llegar antes de que lo hiciera ella. Creo que en mis casi cuarenta años nunca lo había conseguido. Siempre se me adelantaba y estoy convencido de que no era solo por educación. Si su sobrino la necesitaba, ahí estaba ella, presta al rescate.

Pues eso, allí estaba ella.

La cafetería del Café Suizo estaba como siempre, llena de gente de buen ver. Pero mi tía resaltaba entre la multitud.

Estaba en una de las mesas centrales, echando el azúcar al café, como absorta en sus pensamientos.

Era una mujer alta, rubia, y, para andar rondando los cincuenta, de muy buen ver. Además, era una de esas personas que sabía sacar partido a su físico, vistiendo bien.

Entré y me acerqué. Ella no me había visto. Apoyé mi mano en su hombro.

- Hola –le dije.

- Hola, Dan –contestó sonriente–. Siéntate.

Así lo hice. Por un instante nos observamos. Hacía meses que no estábamos así, solos, y con una conversación pendiente.

- Te veo bien. Estás guapo –sonrió.

- Bueno… -contesté, intentando igualar esa sonrisa- Estoy bien, gracias, tita. Tú también estás estupenda.

Yo iba bastante informal para el lugar: deportivas, vaqueros claros y una camiseta negra. Eso sí, como de costumbre, mi pelo perfectamente peinado.

Aunque algo ojeroso.

- El trabajo, ¿qué tal? –preguntó cuando el camarero se retiró en busca de mi bebida.

Sonreí algo avergonzado cuando vi sus cejas elevadas por la curiosidad al escuchar lo que pedí, pero lo necesitaba.

- Mejor. Desde la reforma bastante mejor –respondí, deseando no sentirme incómodo.

- Me alegro, trabajar demasiado tiene que tener su recompensa. Y ya sabes lo que opinaba de… –meneó la mano en el aire, intentando encontrar la palabra.

- La reforma –la ayudé.

- Sí –me lo agradeció con otra sonrisa-. Pero estoy feliz de haberme equivocado y de que haya merecido la pena el tiempo y el dinero que gastaste. No creí que fuese a funcionar.

- Lo sé, pero deberías confiar un poco más en mí –le dije bromeando. Yo tampoco tenía muy claro que fuera la mejor decisión, pero me arriesgué. Y por ahora, no puedo quejarme de los resultados.

- Confío en ti, Dan. Pero no en la gente –me recordó. Era una mujer muy cauta-. Entonces cuéntame, ¿qué te ocurre? –volvió a sonreír, dándome confianza. Era una constante.

- Pfffff… –solté todo el aire de mis pulmones- No sé por dónde empezar.

- No hay prisa – siempre complaciente.

- Bueno, algo habrás notado en los últimos dos años, ¿no?

- Lo que han notado todos, Dan. Tu madre, tus hermanos… Estás… distante, disperso…

- Sí, así es –el camarero colocó mi bebida en la mesa y se retiró. Di un pequeño trago y torcí el gesto. Mi tía rio y le dio un sorbo a su café mientras meneaba la cabeza.

- No eres tú mismo, hemos llegado a estar bastante preocupados –por su tono deduje que lo seguían estando, al menos ella.

- Lo siento –y realmente lo hacía-. A ver –dije tras carraspear-, como ya sabes, la relación con Eva no funciona hace mucho.

Asintió mientras colocaba su taza de nuevo en la mesa.

- Creo que es la mejor forma de empezar –dijo mientras volvía a remover el café.

- Buah, esto va a ser terapéutico. Voy a vaciarme –espeté frotándome las manos en los vaqueros. Preparándome.

Y así empezó esta especie de apertura en canal. Todo lo que conté a continuación era rigurosamente cierto, por increíble que pareciera.

- Todo empezó hace algo menos de dos años. Como suelen comenzar esas cosas, de forma absurda –sus ojos se abrieron un poco más, fijando su mirada en los míos-. Con un sencillo juego para el móvil –continué-. La aplicación contaba con un chat, con él podías hablar con el resto de los jugadores. Y ya puedes imaginar, acabas intimando.

- ¿Hasta qué punto? –preguntó.

- Hasta el último punto –aseguré-. Al principio era solo un juego de poder, un tira y afloja inocente. Pero claro, con el tiempo se intensifica.

Aproveché para dar otro sorbo, esta vez más largo, preparándome para entrar en materia.

- Bueno, voy a ser más concreto. Obviaré los escarceos y me centraré en las cosas verdaderamente importantes. Empezaré por orden cronológico, la primera fue V.

Siempre tuve la suficiente confianza en mi tía para contarle cualquier detalle íntimo, pero hasta cierto punto. La confianza tenía un límite que no iba a pasar, por mucho que necesitase desahogarme, igual que mantendría la identidad de V en el anonimato.

- ¿V? –me preguntó extrañada.

- Sí – afirmé con la cabeza-, la llamaremos V, ¿vale?

- Muy bien –aceptó cuando lo entendió.

- V era una chica con experiencia. Con apenas treinta años, ya estaba casada por segunda vez. Sin hijos. Un trabajo ejecutivo… Ya sabes: teléfono de empresa, tarjeta de empresa y coche de empresa. El paquete completo. Una tía independiente. O como ella decía, no necesitaba nada de nadie.

Lo recuerdo tan fugaz…

Tengo que reconocer que me encoñé con ella. Ya sabes que no sé hacer las cosas de otra forma. Me ilusiono con facilidad –no presté atención a su sonrisa condescendiente, ambos sabíamos que era cierto-. Con el paso de los días, de las semanas, se convirtió en una adicción. Hablábamos por teléfono varias veces al día. Chateábamos muchísimo. Pero claro, estaba la distancia, nos separaba todo un país. No había un contacto físico, pero ambos queríamos sexo. Y había que arreglarse como buenamente podíamos.