Meg-John Barker (23 de junio de 1974) se define como una persona de género queer o persona no binaria y usa el pronombre «elle». Tiene un doctorado en Psicología por la Universidad de Nottingham y trabajó durante dos décadas en psicología académica en la Open University del Reino Unido y como psicoterapeuta especializade en sexo, género y relaciones. Fue editor de la revista Psychology & Sexuality de 2010 a 2017 y autor principal de The Bisexuality Report y del informe de la BACP (Asociación Británica de Consejería y Psicoterapia) sobre diversidad de género, sexual y de relaciones. Ha escrito varios libros contra la autoayuda sobre los temas de relaciones, sexo y género; así como los libros gráficos de no ficción Queer: A Graphic History y Gender: A Graphic Guide; el libro The Psychology of Sex y ha escrito o editado algunas de las primeras colecciones académicas sobre no monogamia abierta, bisexualidad, género no binario y BDSM. Ha creado el blog Rewriting the Rules, y tiene un pódcast con el educador sexual Justin Hancock. Además, se dedica a la mentoría de escritura, a la consultoría creativa, ha dado diversas conferencias y es un académique independiente.
Título original: How to Understand Your Gender
Alex Iantaffi & Meg-John Barker, 2017
Traducción: Raquel García Rojas
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] Steinmetz, K. (2014) «The transgender tipping point». Time, 29 de mayo.
[2] Seavey, C. A., Katz, P. A. y Zalk, S. R. (1975) «Baby X». Sex Roles 1(2), 103-109.
[3] Sidorowicz, L. S. y Lunney, G. S. (1980) «Baby X revisited». Sex Roles 6(1), 67-73.
[4] Bornstein, K. (2013) My New Gender Workbook: A Step-by-Step Guide to Achieving World Peace through Gender Anarchi and Sex Positivity, p. XII. Abingdon: Routledge.
[5] Mair, M. (2013) Between Psychology and Psychotherapy: A Poetics of Experience. Londres: Rougledge.
[6] Clinebell, H. J. y Clinebell, C. H. (1970) The Intimate Marriage. Nueva York: Harper and Row.
[7] Harley, W. F. (1986) Emotional Needs Questionnaire. Minnesota: The Marriage Builders.
[8] Rubin, G. (2013) «Thinking Sex: Notes for a Radical Theory of the Politics of Sexuality». En: P. M. Nardi y B. E. Schneider (eds.) Social Perspectives in Lesbian and Gay Studies: A Reader, pp. 100-133. Londres: Routledge.
[9] Extracto del discurso de Laverne Cox en la entrega de premios de la vigesimoquinta edición de los
[10] Lorde, A. (1988) A Burst of Light: Essays. Michigan: Firebrand Books. Ver también https://www.bitchmedia.org/article/audre-lorde-thought-self-care-act-political-warfare
[11] Extracto de la charla de Laverne Cox «¿Acaso no soy mujer? Mi viaje hacia la feminidad».
Dedicamos este libro a las personas pioneras, rebeldes y luchadoras del género en todo tiempo y lugar. Gracias. No somos les primeres y no seremos les últimes.
Prólogo
Han pasado ya unos cuantos años desde que viví la situación que voy a describir, pero no creo que le resulte extraña ni sorprendente a ninguna persona transgénero, no binaria o queer: rellenar un montón de formularios, enviarlos y recibir una carta en la que te instan a presentarte en un sitio, un día y a una hora determinados para la evaluación. El lenguaje relacionado con esta evaluación varía según el momento y el lugar, la pujanza cultural o económica, pero su propósito es siempre el mismo: «Hoy sabremos quién crees que eres y determinaremos si creemos que tu respuesta es fiable».
Si las respuestas de quien sea son fiables o no para las instituciones médicas de control se determina utilizando una matriz que parece científica pero no lo es. De hecho, es una prueba de respetabilidad; cuanto más «respetable» le parezcas a quien tienes enfrente —más de clase media, con mejor atuendo, más decente y formal, más teorizante, con mayor compostura y autocontrol—, más probable será que te crean y, por lo tanto, que te den el visto bueno. Si eres capaz de estar a la altura en esa única ocasión y dar las respuestas que se esperan de ti, más probable será que te aprueben. No hay una puntuación global, nadie hace un seguimiento de tu evolución; es ahora o nunca: hoy, con esa persona extraña, o ya puedes olvidarte. La aprobación es la meta. La desaprobación (o refutación) es el golpe que te devuelve al otro lado de la barrera para intentarlo de nuevo en algún otro lugar, algún día. Tal vez.
(El relato resulta familiar incluso para aquellas personas que nunca han sufrido pensando qué ropa o qué peinado serán más apropiados para acudir a una de estas citas; como decía Madge en esos anuncios de lavavajillas de los años setenta y ochenta, nos empapa sin darnos cuenta. Todo el mundo sabe, incluso quienes no lo conocen de primera mano, que las identidades de género de las personas trans, queer y no binarias están siempre sometidas a escrutinio, son siempre revocables y siempre, siempre, sospechosas. ¿No me creéis? Entonces, decidme por qué pensáis que la primera pregunta que se le hace a una persona trans cuando se declara como tal es: «¿Ya te has operado?». ¿Qué es eso sino una pregunta para seguir fiscalizando, una oportunidad para que alguien extraño se arrogue el derecho de decidir si cree que eres realmente trans o no; si de verdad mereces los pronombres o el nombre o el tratamiento que reclamas; si tu transición es suficiente para sus intereses? Como lo saben absolutamente todo sobre el mundo trans y son profesoras adjuntas de matemáticas o bibliotecarios o higienistas dentales o estudiantes de instituto, se toman cero segundos para pensar si en realidad saben lo suficiente para interrogarte. Creedme.)
Durante la mayor parte de los últimos 75 años en América del Norte, esta ha sido nuestra manera de recibir a la gente en el espacio de transición médica. Primero el papeleo, luego la evaluación y después, si te portas bien (como ese «si te has portado bien» de la subdirección o de tu tía más estricta) y si tienes suerte, cierto acceso. Pero mira por dónde, esto no ha sido siempre así. Puede ser difícil explicar a la gente hasta qué punto no siempre ha sido así. La memoria moderna sobre las personas trans empieza con el Centro para la Transexualidad y el doctor Harry Benjamin. Muchas veces me han preguntado cosas como: «¿Por qué empezó a haber gente trans justo en la época de la Segunda Guerra Mundial?» o «¿Qué hacía la gente trans antes de poder operarse?». Este tipo de preguntas siempre me resulta muy alarmante, aunque es perfectamente razonable que haya quien no lo sepa.
Y no lo saben, por supuesto, porque esa información se ha eliminado a conciencia, de forma sistemática y bastante violenta. La colonización cogió toda esa historia y —literalmente, como hizo Núñez de Balboa en Panamá— se la echó de comer a los perros: a quienes se resistían a la conversión se les ejecutaba, y el cristianismo, tal como se practicaba en aquella época, no daba cabida a nadie fuera del género binario hombre-mujer, a pesar de que antes de la colonización muchas sociedades indígenas tenían palabras neutrales y positivas, roles sociales y normas establecidas para las personas que hoy en día podríamos considerar transgénero en algún sentido. Así que hay un gigantesco vacío sibilante en nuestra historia que recorre enormes regiones del mundo; un vacío que, de otra forma, podría haber dado lugar a cientos de años de costumbres, leyes, ceremonias, ideas e ideales sobre las vidas trans, queer y no binarias. Un vacío artificial, como lo sería si se creara el peor agujero negro que se pueda imaginar: uno que hiciese desaparecer por completo solo aquello con lo que no está de acuerdo.