P RÓLOGO
Hace algún tiempo, en uno de nuestros habituales almuerzos, descubrimos la penúltima coincidencia: ambas éramos devotas del Debrett’s Etiquette and Modern Manners .
Esa biblia británica de la elegancia y las buenas costumbres no solo había marcado nuestra educación, sino también parte de nuestras historias escritas y también vividas. Como para las dos, el mero hecho de conocer el Debrett’s suponía un paso más en nuestra, ya de por sí, gran complicidad, decidimos intercambiar las respectivas experiencias con el manual en cuestión de fondo. Al hacerlo, llegamos a una importantísima conclusión: no era nada generoso y por lo tanto tampoco de buen gusto quedarse con esos saberes tan útiles para la convivencia diaria. Porque las normas se escriben para que el hombre pueda relacionarse con el hombre; y el hombre que no se relaciona, ya lo dice la filosofía, no llega a individuo.
La ontología del Debrett’s no responde a un mero encaje de reglas intercambiables, sino que pretende hacer la convivencia más llevadera y agradable. Para ello, es fundamental tener en cuenta que la esencia de la elegancia no reside en ir bien vestido, sino en no llevar nada cuya pérdida nos provoque un malestar tan intenso como para hacerlo evidente ante las personas que nos acompañan —que, en definitiva, son lo único importante de verdad— y, sobre todo, en hablar siempre sin hacer daño a los demás.
Dicho esto, es preciso apuntar que, además, para actuar con corrección hay que conocer y seguir determinadas pautas que nos ayudan a conseguirlo, tanto en los grandes temas como en los asuntos más triviales. Y para ello, nada como repasar el Debrett’s y buscar la esencia de toda la sabiduría que ofrece, para comportarse con corrección tanto en la vida cotidiana como en las ocasiones señaladas.
Hay que explicar que Debrett’s es una editorial británica dedicada a las buenas maneras desde 1769 y que el primer libro publicado entonces por John Debrett, The Peerage (algo así como «La nobleza», aunque peer es exactamente ‘par’), fue ya una aclamada guía de la sociedad de su tiempo. Pero lo más importante es que, a partir de ahí, el Debrett’s se convirtió en un apreciado manual permanentemente citado en el Vanity Fair o en las obras de Oscar Wilde, George Orwell, P. G. Wodehouse y John Le Carré.
Como desde aquellos días hasta los nuestros Debrett’s no ha dejado de publicar guías y manuales de comportamiento adaptados a cada tiempo, tanto para mayores como para gente mucho más joven, está claro que existe no solo interés, sino casi necesidad de aprender respecto a las normas sociales; pero más aún de conocer esas reglas no escritas que nadie parece querer compartir jamás y que, hasta ahora, siempre habían quedado fuera de cualquier manual.
Por eso nosotras nos hemos decidido a sacarle delantera al propio Debrett’s y, además de recoger todas esas utilísimas normas de comportamiento, nos hemos decidido a contar todo lo incontable, es decir, todos aquellos secretos e incluso liturgias que se esconden detrás de las propias normas, así como el origen histórico de las mismas.
Es posible que solas no nos hubiéramos atrevido a escribir con tanta sinceridad de todo eso que jamás se cuenta y que va más allá de las buenas maneras, pero juntas hemos trabajado a corazón descubierto. Y el resultado es, digamos, sorprendente, incluso para nosotras mismas, que a veces nos preguntamos casi con sorpresa: «¿Quién escribió esto?… ¿Lo escribiste tú o lo escribí yo?».
Ojalá les guste y les sirva.
L AS AUTORAS
PRIMERA PARTE
I
E L AMOR
Tal vez porque el amor, Ovidio dixit , «es un no sé qué que viene no sé por dónde, se engendra no sé cómo y muere nadie sabe por qué», todos tendemos a pensar que se trata de un insondable misterio, una terra incognita por la que ni siquiera los más inteligentes, hábiles o incluso multimillonarios transitan con ventaja. ¿Territorio sin ley entonces? Sí pero no. Sí, por aquello tan viejo de que el corazón tiene razones que la razón ignora. Pero, precisamente a causa de esta sinrazón, el mundo de los sentimientos está lleno de códigos, de liturgias, de reglas no escritas y, quien las conoce, juega con considerable ventaja en él. ¿Por qué algunas personas causan estragos sentimentales mientras otras solo inspiran bostezos? ¿Qué hace atractiva a una persona al margen de su aspecto físico, su billetera o su coeficiente intelectual? Hasta ahora, la respuesta a todas las preguntas era la inteligencia emocional. Cierto, pero también lo es que esta utilísima herramienta, que unos poseen de forma natural y otros no, se puede adquirir de modo sencillo. He aquí, precisamente, el cometido de la buena educación, suplir lo que la naturaleza no otorga. Y es que, pese a lo que digan los moralistas, los aguafiestas y los intelectuales a la violeta, en lo que a atractivo personal se refiere, «parecer» gustable, atractivo o sexy es el primer paso para comenzar a serlo. La razón es que, como toda terra incognita , el territorio del amor, en el que ahora estamos a punto de aventurarnos, abunda en arenas movedizas, en nidos de reptiles, en multitud de trampas, sí, pero todo puede sortearse con cierta brújula que los animales manejan a diario y que nosotros parece que hemos extraviado. Hablamos de las formas, de los rituales de apareamiento. ¿Le parece demasiado antropológico o paleolítico? En realidad, no hemos cambiado tanto desde que abandonamos la caverna o, si no, pasen y vean.
EL SECRETO MENSAJE DE LOS SALUDOS
Empezaremos por el principio del amor, es decir, por conocerse y saludarse. Cuando a uno le presentan a alguien, tanto si le interesa por razones sentimentales como si no, ¿qué es preferible? ¿Plantar dos besos en todos los casos, dar la mano o saludar solo con una inclinación de cabeza? Ser capaz de acertar con el saludo correcto es importante porque las primeras impresiones transmiten una cantidad considerable de información sobre nosotros mismos, de modo que lo mejor es manejarla a conveniencia. Por ejemplo, antes la gente reservaba los besos para personas a las que ya conocía y apreciaba. Ahora, en cambio, se besa uno con todo el mundo desde el primer encuentro. De ahí que haya que recurrir a mensajes corporales más sutiles para diferenciar con quién quiere uno entablar relación más cercana y con quién no. Mirar directamente a los ojos…, mantener varios segundos la mirada…, parpadear poco y suavemente. Todas estas «señales» se interpretan como una bienvenida. También es incitador repetir con frecuencia el nombre de la persona por la que uno se interesa y tocarla suavemente en el brazo o en el codo. ¡Cuidado con pasarse! El código de las caricias es como un buen veneno: bien pautado, crea adicción; si aumenta la dosis, mata. Invadir el espacio de otra persona es algo delicado, de modo que hay que ir con tiento (y nunca mejor dicho). Lo ideal es probar suerte con un impersonal toque en el antebrazo; ni más arriba porque queda paternalista, ni más abajo porque se considera demasiado invasivo. Pruebe con usted mismo: pose una mano sobre su rodilla, luego su muslo, su codo…, comprobará cuántos lenguajes secretos manejamos a diario sin ser conscientes de cuál es, siquiera, su abecedario.